Sol campeadora

Periodista y politóloga tico-mexicana, Sol Arguedas Urbina está por publicar sus memorias. Su verbo chispea para narrar aquí parte de los relatos de infancia y reflexiones políticas de 84 años testigos de excepción en América Latina

Any Pérez

“La niñez me duró alrededor de cien años; la adolescencia otros tantos y la juventud no hallaba cómo retirarse hasta que tuve que echarla después de mil años de rondarme. La madurez en la que estoy instalada va también para largo: eso espero.”
Pero la niñez y la juventud no se le fueron. Cada vez que la politóloga retira sus ojos de las teorías, saltan a sus ojos para invitar al travieso juego y a la rebeldía. Como cuando saltaba en bejuco, no como Jane, si no cual Tarzán, en las pozas de Guanacaste o cuando opinaba con altanería para hacerse escuchar por los varones más famosos de la intelectualidad mexicana.
Sol Arguedas Urbina no arrastra sus 84 años; los luce en sus ensayos políticos; los pasea con altivez de mujer bonita; los ejerce en su papel de matrona de familia y constructora aficionada y hasta los hace hacer gimnasia en albercas.
Su bastón hace más de cetro que de sostén, más extensión metafórica de la dura mirada con que buscó, se entregó, defendió y alguna vez impuso sus ideas. Hoy, el recuento resulta fácil, pero no lo fue vivirlo.
La veinteañera pasó de Heredia a México para estudiar y se quedó por el resto de la vida buscándose un lugar en su propio sueño.
Muy joven se sintió fracasada por ser “aprendiza de todo y maestra de nada”. Fue su tutor académico y afectivo, don Alfonso Reyes, quien le pronosticó el futuro que hoy disfruta: ”Mire, mi hijita, algún día usted va a sentir su casa amueblada y va a decir: este sillón vino de las matemáticas, esta mesa vino de la antropología, esta cama vino de la historia... y así va usted a descubrir que ya está amueblada su casa.”
Periodista, politóloga Sol Arguedas se ha dedicado a campear el planeta buscándole el significado de la libertad humana en los cambios del capitalismo, del socialismo y de la socialdemocracia. El Estado Benefactor (Welfare State) ha sido, no sólo su tesis de doctorado, si no su tema de análisis reiterado, profundo, constante.
Ya no se angustia por el tiempo y el espacio, su vida es hoy activa y tranquila a la vez. “Cuando supe que había madurado fue precisamente cuando sentí mi casa amueblada; porque todo lo que había estudiado se integraba, se articulaba en lo que es mi interés fundamental que es la política. Nada de lo que estudié sobró, tal como lo profetizó don Alfonso”.

Pecado “benial”
Con un abuelo materno aventurero, de origen difuso y supuesto experto en revoluciones, que llegó a gobernador de provincia y que profesaba la convicción de que “gobernar era poblar”, la biografía de Sol Arguedas no puede arrancar con su nacimiento.
Ella no lo conoció porque “ya se había muerto a medias”. Tan viva era la leyenda en torno del fogoso pariente. “Decía mi tía Dominga que los “Urbina” de Guanacaste éramos descendientes de indios mexicanos”.
Nadie lo ha podido comprobar pero se decía que el coronel era oriundo de Campeche –le decían “El Campechano”- y que había sido importado a Nicaragua como técnico en revoluciones.
Del rango de coronel tampoco hay pista pero el abuelo lo portó como tal hasta el fin de sus días frente a los hijos de sus dos matrimonios y de varios “ojos almendrados y pestañas tupidas” que le florecieron en su camino vital.
“Heredé de él el encontrar aventura y singularidad en cada persona, con sus diferentes potencialidades. Creo en la “aristocracia de espíritu”, no como criterio económico o clasista, si no como gozo y belleza en lo que se haga. Así sea una empleada, un artesano o un intelectual”.
Hay otros genes típicos en su carácter. “De niña decía que quería ser líder y dirigir pueblos. Se me sale lo mandona, me gusta dirigir”.
En sus sueños infantiles también quería ser Peter Pan; ser niño para no sufrir como lo hacían las mujeres y nunca crecer para seguir haciendo cuanto quisiera.
La seguridad de entonces en Heredia la dejaba querer pasearse a diario por parques, ferias, al cine o al mercado e igual era su vida durante las vacaciones en la Hacienda Potrerillos, cuando lograba escapar a las imposiciones del tío abuelo materno, Teodoro Alvarez Hurtado. “No obstante las protestas de mi madre, solía mezclar, refunfuñando, un saco de maíz con uno de frijol y ordenaba a sus sobrinos nietos señoritos separar los granos revueltos.
“Ante aquel acto irracional yo me insubordinaba y me largaba con los niños de los empleados, ayudándolos en sus trabajos.
“A mi abuelo no lo enojaban mis escapatorias; al contrario, parecían complacerlo” (...) “no toleraba debilidades del cuerpo o del carácter y privilegiaba en su estima a quienes consideraba hechos de su mismo barro”.
El horno fue igual de macizo y poderoso. “Mamá fue a la medida de su época pero también muy rebelde. Contaban que fue la primera en usar pantalones y silla de hombre para montar a caballo”.
La abuela paterna fue referente obligado. Maestra de generaciones de heredianos y guía católica de la pequeña comunidad, doña Adelina no se dejó tutear ni por sus hijos. “Mi admiración por ella, cuando ya fui consciente, se centró en la capacidad para hacer valer su inteligencia, siendo mujer, en el seno de una comunidad regida por hombres y formada por familias patriarcales”.
La bisabuela había sido luterana y el bisabuelo judío. “Por coincidir tantas religiones surgió una corriente “libre pensadora” en los hijos: más o menos respetuosa de la fe ajena y de las iglesias, en mi padre; blasfema y come-curas en algunos de mis tíos. Otras generaciones, de nietos y bisnietos, nacimos ya sin religión alguna”.
Eso explica el porqué Samuel Arguedas Kaczenski y Rosa Alpina Urbina Alvarez bautizaron de forma tan poco usual a su primogénita. La abuela Adelina pidió que la bautizaran y su padre recurrió a su amigo, el padre Carmona, pero discutieron sobre la “cristiandad” del nombre de “Sol”.
Al final primó el conciliador humor paterno y el día del bautizo la consignaron como: Sol (por el CID Campeador), Rosa Alpina (su madre), Carmen María (aporte del padre Carmona), Dominga (tía materna), Antonia (por el primo Alvarez Hurtado), Grazia (ganadora del Premio Nobel de literatura de 1926), de Jesús (por la abuela Adelina)
Su educación ética y moral fue doméstica. Su padre exigió que no se la enviara a clases de religión, cosa que ella aceptó de buen gusto. “Las impartía una vieja solterona, puritana y espantadiza, con una notable capacidad para percibir el pecado en toda actitud o conducta de los demás”.
Samuel Arguedas se había formado con pasión y disciplina e inculcó lo mismo a su hija y dos hijos –Samuel y Botho-. Entre libros e ideas, entre valores y rigor académico compartió con una generación costarricense de oro con Joaquín García Monge a la cabeza.
La hija elevó a pedestal la figura paterna y cebó con fruición el universo cultural que la formación hogareña le ofrecía. “Mi madre sonreía comprensivamente cada vez que oía repetir a mi padre que él me había parido –como Júpiter a Minerva- desde su cabeza. Hoy que a mi vez tengo hijas comprendo el tamaño de aquella voluntaria renunciación simbólica materna”.
Los recuerdos del Colegio de Señoritas y de la Facultad de Derecho son los últimos que tiene de su país. “Conocí mucha gente, pero recuerdo con cariño a Victoria Garrón y a Rodrigo Madrigal Nieto. Al llegar aquí y recibir el choque cultural de la jerarquización, yo explicaba que venía de un país en que una vez, durante un recreo de la Escuela Perú, se nos ocurrió ir a saludar a don Ricardo Jiménez a la Casa Presidencial y que él nos atendió y conversó por largo rato”.
Fuera del estudio, el escultismo, la natación y la danza recibieron toda su atención. En su casa de Cuernavaca muestra con orgullo el diploma que ganó en una competencia nacional estudiantil de natación y cuenta con orgullo el jamboree nacional donde los scouts la condecoraron por haber rescatado de ahogarse a cuatro personas en una playa.
“Recuerdo también una vez que Margarita Esquivel Rohormoser me llamó para sustituir a Yolanda Oreamuno en el papel del “pecado” en una obra en el Teatro Nacional. Al día siguiente, el periodista Zúñiga Pagés consignaba que había que resaltar que el “pecado mortal” que representaba Yolanda, en la señorita Arguedas se había convertido en “pecado benial”.

Renacer mexicano
Después de años de prolífica y renombrada obra y de haber vivido fuera de México desde 1914, con cargos diplomáticos en España, Francia, Argentina y Brasil, Alfonso Reyes Ochoa se instaló definitivamente en México, en 1939.
El cuatro veces candidato a Premio Nobel iluminaba a una vastísima generación literaria continental que incluía entre sus discípulos a Jorge Luis Borges y Octavio Paz y otros más jóvenes como Carlos Fuentes.
Desde su presidencia de la Casa de España en México, don Alfonso convocó a los primeros jóvenes intelectuales para formarse en diversas áreas, bajo la guía de ilustres profesores españoles republicanos y mexicanos.
En 1943 la Casa cambió su nombre por el de El Colegio de Mexico, patrocinado por el Gobierno Federal, el Banco de México, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Fondo de Cultura Económica.
“Don Alfonso pidió recomendación a don Joaquín García Monge sobre dos jóvenes para que fueran becarios y él me sugirió a mí y a Norberto de Castro y Tossi”.
Así llegó Sol Arguedas al México mítico de su abuelo Santos Urbina y así lo asumió desde entonces, como un “reincorporarme a México, como re-asumir la nacionalidad, como renacer”.
Ser la más joven de la docena de muchachos la acercó a Alfonso Reyes y su esposa Manuelita como una hija más en la casa de la biblioteca de 21 mil volúmenes, ambientada en lo que el poeta español Enrique Díez Canedo apodó la "Capilla Alfonsina”.
“Creía en esa época tener una gran vocación para las matemáticas y para la física y era lo que yo quería estudiar, pero mi padre me convenció. Me decía: “estudia algo en el campo de las humanidades para que tengas una visión más horizontal de la cultura, antes de que verticalices tus conocimientos, y por eso decidí estudiar historia”.
Vivir con los mejores maestros y compañeros y rozarse con lo mejor de la intelectualidad mexicana la puso pronto en la situación más inesperada a sus 22 años.
“Daniel era ya un hombre hecho y derecho cuando lo conocí. Cuando nos casamos entré a una casa donde todo ya estaba puesto”.
Los 16 años de diferencia entre ellos hicieron correr a sus padres hacia la ciudad de México. “Pero a los veinte minutos papá se enamoró tanto de Daniel como yo. Se llevaron muy bien siempre.”.
Padres y hermanos se instalaron en el país. Samuel Arguedas fungió durante 35 años como miembro huésped de la Academia Mexicana de la Lengua. Durante años publicó para Excelsior y Novedades una columna sobre esos tópicos. “Una la llamó 1era y 3era obras de misericordia”, que significaban “enseñar al que no sabe y corregir al que yerra””.
Para Sol, su marido fue la llave para recibir y entregarse a México. “Un día un tico me dijo que yo renegaba de Costa Rica. No es cierto. ¡Es como si para querer al marido una deba renegar de los padres! No me gustan los trasterrados que se la pasan encavangados y se niegan a integrarse. Eso empobrece la vida porque no se tiene ni lo uno ni lo otro”.
Ella su sumergió en el México profundo gracias a Daniel Fernando Rubín de la Borbolla, médico poblano al que sus contemporáneos describieron como “un hombre del renacimiento en pleno siglo XX”.
No por la medicina, si no por sus estudios de antropología física en Washington y Londres que lo convirtieron en devoto promotor del indigenismo y de las artes populares mexicanas y en reformador de la museografía que inauguró el Museo Nacional de Antropología en la calle de Moneda.
Fundó la Escuela Nacional de Antropología, el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares y el Museo Contemporáneo de Arte de la UNAM, que hoy lleva su nombre. También fue el primer director técnico del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares de la OEA y entusiasta modernizador del servicio de bibliotecas nacionales.
Los antropólogos internacionales lo recuerdan como explorador en Mitla, Michoacán, Tzintzuntzan y jefe en la “Tumba 7”, de Monte Albán, en Oaxaca, en 1932, famosa por ser el equivalente al descubrimiento de la de Tutankamon, para los egipcios.
En él, Sol Arguedas encontró el compañero de yunta que quería. “Daniel fue un rara avis. No era machista para nada. Insistía en que las mujeres éramos más inteligentes y que éramos la columna vertebral de este país. Además, era muy guapo y, para mí, cuando sonreía... se abría el cielo”.

De vuelta... de todo
El amor y los hijos pusieron una pausa en su formación por algún tiempo. En 1955 inició la fase del “antes y después” vitales, en Paris. En el Museo del Hombre y el Instituto de Etnología aprendió de Paul Rivet, André Leroi Gourhan y otros maestros pero, sobre todo, supo que su destino eran escribir y la política.
De regreso a México la buena intención no le fue suficiente. “Nunca me he dejado poner el yugo. Mis mayores choques han sido con el machismo intelectual mexicano”.
Empezó a escribir en suplementos literarios y luego ensayos y artículos teóricos. “Era horrible. Los colegas, para no citarme, decían: “como dijo alguien...” Era peor porque no era fea o me creían atractiva y un día uno de esos intelectuales me dijo: “A mí, tu inteligencia: ¡Plin!”
El camino se lo trochó su inteligencia y altanería. Poco a poco compartió la escena con nombres como Fernando Benítez, Carlos Monsivais, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas, Elena Poniatowska u Octavio Paz.
“Durante siete años escribí un artículo semanal para El Universal y, como me reventaba el lenguaje esotérico de algunos académicos, empecé a convertirme en puente entre la teoría y los lectores, sobre todo en el tema de la socialdemocracia. Pues cuando escribía ensayos me decían que eran “demasiado periodísticos” y cuando hacía los artículos me criticaban con que eran “demasiado teóricos””.
La suya fue una generación mexicana de lujo, cuya enumeración de amigos-personajes no soportaría enlistarse. Con decisión encontró su lugar y su nombre hoy se escribe en la nómina de los grandes analistas políticos y de pioneras por los derechos femeninos.
Fue Cuba la que le abrió las puertas mexicanas. Su relato sobre el avance de la revolución de 1962, “no fue un texto racional, fue emotivo, pero gustó mucho”. Luego reflexionaría sobre el movimiento estudiantil mexicano y francés de 1968, las guerrillas urbanas en Venezuela y haría la gira por la Chile de Salvador Allende y su recorrido periodístico por América Latina y la Europa del eurocomunismo.
A Costa Rica regresó una sola vez y por seis días. “En 1960, Novedades me envió a cubrir una reunión de cancilleres pero me la pasé entre el Teatro Nacional y el Hotel Costa Rica”.
Confiesa temerle a la patria de su ombligo. “La he idealizado mucho, pero no es miedo a que haya cambiado. Es miedo a romper mis vivencias internas y enfrentarme a la realidad. Al contar estos recuerdos me hace ilusión ir.¿Quién sabe?”
Antes de pensionarse fue profesora de posgrado e investigadora en Ciencias Políticas para la UNAM. Culminaba así una carrera académica que le permitió llevar una vida fuera de lo común. “Tampoco fui una madre tradicional. Viví en Cuba y París y Daniel se quedó con los niños. A veces los hijos reclamaban, pero yo, en esa época estaba por mis propios derechos”.
Los tres hijos siguieron sendas familiares. Daniel David es fotógrafo profesional; Sol, como su padre, se hizo médico pero ha consagrado su vida a la cultura y las artes populares, y Paz es antropóloga y empresaria editorial.
Sol confiesa que las tensas relaciones con los varones favorecieron que el tiempo le llenara el alma de inteligencias femeninas. “Le rehuía a los hombres porque me insultaba que les interesara mi físico y despreciaran mi inteligencia. En cambio, tengo decenas de amigas inteligentes y sensibles”.
Los amigos se refugiaban en la gran casa familiar, en San Angel, cuya construcción empezó en 1950, a unas cuadras de la de Diego Rivera, al lado de la de José Luis Cuevas y con inquilinos tan ilustres como Octavio Paz y Carlos Fuentes, la casa-biblioteca fue siempre comedero, estudio y hasta diván para muchos.
Unos años después, la familia decidió dividirla para aumentar sus ingresos y así comenzó la aventura más exótica de Sol Arguedas. “Mis hijos decían que yo podía bien vivir sin ellos... pero que no sin albañiles”.
Después de la muerte de su marido, en 1990, decidió construirse por partes otro nido para volar ideas, otra cueva para albergar quereres y se fue en busca del sol de Cuernavaca. Después convenció de la mudanza a sus hijos Daniel y Paz.
Al D.F. dice viajar “sólo por necesidad”, pero la categoría incluye la supervisión de reparaciones y mantenimiento de la casa de San Angel, hogar de su hija Sol. Con precisión de experta pide y da razones geométricas a los albañiles, mientras supervisa los jacarandás del jardín que sembró completo hace 60 años.
El resto del tiempo escribe sus memorias, investiga, recibe a los amigos y no falta ni a una sesión de acuarobics. “Fui muy deportista, pero un día me senté y no me levanté en 30 años! Volví cuando me empezaron a doler las piernas. Ahora voy a la alberca tres veces por semana”.
En agosto cumplirá los 84. Ella se los adjudica desde hace meses. La experiencia la ha vuelto mesurada y dice estar ya “de vuelta” de muchas cosas.
“Ya no hago alarde ni ostentación de rebeldía. Salvo de política, ya sé que discutir por lo demás es perder tiempo. Lo importante es ser y no parecer”
Hasta su pasión por atesorar libros ha ido madurando. “Ya en vida de Daniel donamos muchos a la biblioteca de la UNAM. Después de su muerte creamos un centro de investigación con su nombre que pronto adherirá a la universidad. Yo sólo conservé mi biblioteca marxista de consulta. Ahora los libros los leo de a prestado y si me interesa algo, lo compro. Le tengo terror a volver a llenarme de libros”.
En aspectos políticos también ha ido y regresado, pero más convencida de las bondades de un socialismo de nuevo cuño que todavía no vislumbramos. “El Estado social no ha muerto (...) reaparecerá con ropajes nuevos en un futuro impredecible aún, cuando la marca neoliberal muestre ser impotente para superar los cada vez más agudos conflictos dentro del capitalismo”.
La estructura económico-política debe ser medio para una vida mejor. Por eso impone a la sociedad el imperativo de luchar por cuatro cosas para que cada uno tenga derecho a disfrutar de su vejez: “1.Salud. 2.No tener problemas económicos. 3.Estar en paz con la familia y 4to y más importante: haber atesorado suficiente riqueza espiritual para vivir en armonía con una misma y no sentir soledad”.

Nombre: Sol, Rosa Alpina, Carmen María, Dominga, Antonia, Grazia, de Jesús Arguedas Urbina.
Fecha de nacimiento: 4 de agosto de 1921
Título: Doctora en Ciencias Políticas, Universidad Autónoma de México (UNAM) y Máster en Historia (El Colegio de México)
Hijos: Daniel David, Sol y Paz
Nietos: Inti, Daniel Enrique, Roberto, Rosa Alpina, Natalia, Jimena y Samuel

- ¿Qué cóctel de genes es usted?
- El de cualquier mestizo, con raíces indígenas, europeas e ibero-árabes.
- ¿Cuál materia tendría en otro cuerpo?
- Hasta la de un extraterrestre, siempre y cuando tuviera conciencia. ¡Me aterraría la idea de ser árbol o animal!
- En el dilema de Sor Juana ¿Se habría puesto el hábito?
- Claro que sí. Hoy día todavía nos inventan hábitos simbólicos como el matrimonio... o su renunciación!
- ¿Cuál idea ha sido la más escurridiza?
- Los roles femeninos. Sé que las mujeres no me la entienden, pero me costó llegar a la conclusión de que permanecer en casa puede llegar a ser un privilegio.
- ¿Qué futuro tendrán los “machos” tradicionales?
- Desaparecer, van siendo ridículos y caricaturescos. Los otros hombres se burlan de ellos.
- ¿Hacia dónde deberá conducir el feminismo?
- A su desaparición, cuando su actitud defensiva ya no tenga sentido.
- ¿Qué de su crianza ha repetido?
- Me crié con un sentido salvaje de independencia y rebeldía que me hizo chocar contra el mundo real de las convenciones porque fui muy impertinente. Mis hijos fueron muy libres, pero son menos salvajes.
- ¿En qué ambiente escribe?
- Antes lo hacía en el más completo desorden. Me tomé en serio cuando “amueblé” mi casa, como decía don Alfonso Reyes.
- ¿Qué dice la televisión mexicana de México?
- Que es falso, pedestre, mediocre, idiota y estupidizante. Da coraje, porque el verdadero México es maravilloso.
- ¿Un antídoto para la autoculpa femenina gratuita?
- Racionalizarla y luchar como contra cualquier trauma.
- ¿Cuáles trincheras no debemos abandonar las mujeres?
- Ser columnas y base de la familia y la sociedad.
- ¿En cuál radicalismo ruega no caer?
- En el revolucionarismo pequeño burgués y en el feminismo a ultranza.
- Es fácil hablar de conciencia con el estómago lleno y el reconocimiento de la izquierda intelectual orgánica.
- La revolución no consiste en que todos vivamos como pobres, si no todos como ricos.
- ¿Por qué deben los ateos pedirle a Dios?
- El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza. Es la inteligencia misteriosa y por eso es la máxima pregunta sin respuesta.
- ¿Su primera decisión tiránica como invasora de Estados Unidos?
- Acabaría con su cáncer primario: Hollywood.
- ¿Qué le pediría a EE.UU. a cambio de firmarles el T.L.C.?
- Romper, inmediatamente, el papel firmado.
- ¿Lo sublime de la ultraderecha y lo ridículo de la ultraizquierda?
- La primera es grotesca, la segunda es en si, ridícula.
- ¿Sobre qué discutía más a menudo con su marido?
- Sobre nada y el mérito era de él, porque yo me encendía y enojaba y él se quedaba tranquilito.
- ¿Qué la seduce de cada hijo?
- De Daniel su facilidad para comunicarse; de Sol su sincera defensa de la cultura popular y de Paz su enorme sensibilidad.
- ¿Lo peor de entrar en la vejez?
- Que traten de excluirnos.
- ¿Qué enterró en Paris?
- Una crisis, el choque cultural con México, la ausencia de lo religioso, cosas íntimas.
- ¿Por qué son tan petulantes y soberbios algunos intelectuales?
- Porque son inferiores al no dar su lugar al “otro”.
- ¿Su costarriqueñismo preferido?
- ¡Cavanga!
- ¿Con quién habría tenido una infidelidad ideológica?
- Con la socialdemocracia.
- ¿En brazos de quién le gustaría morir?
- De mis hijos.
- ¿Logró ser Peter Pan?
- En cierto modo sí.
- ¿Cómo le gustan los hombres?
- Como hombres, a mí, su inteligencia ¡plin! Con los amigos soy exigente: deben ser muy inteligentes

Autocrítica y sin doble lenguaje. Así es la prosa teórica de esta buscadora de la libertad

Deuda:
“La deuda externa no es sino el instrumento idóneo en esta etapa utilizado por las economías centrales para absorber los excedentes de nuestras economías periféricas.”

Caída de la URSS:
“ El error consistió no sólo en haber intentado el socialismo en un país tan atrasado como era Rusia, sino que ya puestos en camino no supieron, o no pudieron, descentralizar o desconcentrar, es decir, democratizar a tiempo todo el sistema burocratizado, tanto económico como político, que había perdido ya la función protectora de los primeros tiempos y que se había convertido en un auto-freno para el crecimiento económico, el desarrollo social y la práctica democrática”.

Globalización:
“Sería una insensatez tratar oponerse a la trasnacionalización del capitalismo. Pero, otra cosa es aceptar que la transnacionalización deban realizarla las grandes empresas trasnacionales privadas.”

Multinacionales:
“El hecho de que estén realizando la globalización las grandes empresas trasnacionales y al ser éstas los más acabados monopolios que han existido, su condición monopolística niega toda pretención de libertad en el comercio mundial.”

TLC
“Gobiernos de países afines pueden formar empresas multinacionales de carácter público –o mixto- (...) Una América Latina ya integrada se podría asociar posteriormente con Estados Unidos.”

Nueva civilización:
“... Están adquiriendo nuevas formas las relaciones sociales en la producción y cambiarán aún más en la medida en que la robotización y la automatización modifiquen significativamente los conceptos “proletariado” y “obreros”, por lo tanto también el concepto “sindicalismo”, así como “burguesía”. Con esto habrá que revisar también el concepto de “lucha de clases”, ya que si ciertamente seguirá igual la médula del mismo, serán distintas las formas en las que se presente en la práctica.”

Socialismo vrs Capitalismo
“... socialismo y capitalismo podrían sufrir todavía derrotas y fracasos en sus respectivos intentos de búsqueda de libertad y de democracia, antes de coincidir en la síntesis de ambos: de libertad y democracia integrales para un individuo que no existe sino como ser absolutamente social.”

Libertad:
“Para el neoliberalismo la libertad es irrestricción absoluta para el mercado y sus fuerzas: libre empresa, libre competencia, libre acceso a mercados. En nombre de esa inconsistente libertad “sagrada” del individuo se niega el indudable carácter social que posee la libertad humana.”

Ricos:
“No hay infamia –por inhumana que nos parezca- que no sean capaces de cometer los dueños del dinero y de las riquezas cuando se sienten –con razón o sin ella- acorralados por el miedo a perderlos”.

Estados Unidos:
“Cuando les llegue el día del inevitable ajuste en su economía, la nación del “destino manifiesto”, “el gendarme internacional”, la campeona de la “libertad y la democracia”, quizás se vea compelida a cometer la mayor estafa que se haya visto en todos los tiempos: el cínico repudio de su deuda externa. (Es, Estados Unidos, el mayor deudor en el mundo)”

Futuro:
“Cuando la reorganización económica llevada a cabo por los neoliberales actuales empiece a ser disfuncional para el propio capitalismo por un insoportable desequilibrio entre los factores de la producción y una castrante marginalización creciente de grandes núcleos de población respecto de los mercados del trabajo y del consumo, y aparezca la consiguiente gran crisis estructural del sistema, se encontrará el neoliberalismo en la curva descendente del ciclo histórico y empezará a ascender el reformismo capitalista con su promesa equilibradota, sea cual fuere la modalidad que para entonces adquiera”.

Con su rúbrica
Cuba no es una isla, 1962
Chile hacia el socialismo, 1973
Una teología para ateos, 1975
El Estado Benefactor, ¿fenómeno cíclico?, 1988.
El mundo en el que vivimos. UNAM, 1997

AL RESCATE DE LOS CONCEPTOS LIBERTAD Y DEMOCRACIA

(Por el interés permanente del tema se destaca este ensayo)
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En un excelente y recién publicado libro sobre la globalización, su autor, Alonso Aguilar, dice que los liberales y sobre todo los neoliberales conectan la globalización con la libertad, lo cual -según él- está divorciado de la realidad. Aunque Aguilar tiene razón, no dejan de tenerla también, en cierto modo, liberales y neoliberales. No habría contradicción entre ambas opiniones si consideráramos que la globalización (fenómeno que ha ido adquiriendo asombrosa complejidad en otros ámbitos además del económico, pero que tuvo o tiene como núcleo la intención de liberar por completo el comercio mundial) ciertamente representaría un gran incremento en el campo de las libertades concretas si no fuera porque también existe divorcio entre su teoría y su práctica, en la coyuntura actual de la evolución del capitalismo. El hecho de que a la globalización la estén realizando las grandes empresas trasnacionales, y al ser éstas los más acabados monopolios que han existido, su condición monopolística niega toda pretensión de libertad en el comercio mundial. La libertad de comercio dentro de la globalización se ha convertido en uno más de los mitos de la retórica neoliberal: no existe en la práctica mundial. Sin embargo, aún si no fuese así y se cumplieran en la realidad los principios liberadores que le atribuyen a la globalización los liberales y neoliberales, ésta seguiría siendo sólo una de las libertades parciales, por lo que no deberían identificarla con la totalidad del concepto libertad en su significación filosófica. (Y todo esto sin discutir por ahora los resultados funestos que ha provocado la globalización neoliberal en los pueblos pobres y en las minorías débiles de la población mundial).

Tampoco debe deducirse de aquella afirmación -mejor dicho, de aquella negación- que la libertad en su acepción totalizadora y abstracta fuese resultado de la suma aritmética de las libertades parciales y concretas. ¿Qué es entonces la libertad y cuáles son las libertades?

Las libertades son siempre para.....Para expresarse, para comunicarse, para movilizarse, para asociarse con otros, para elegir autoridades que gobiernen, para escoger estilos de vida y métodos educativos y, por supuesto, también para comerciar etc., etc. La lista sería interminable, pero aquí interesa subrayar que en este terreno de las libertades concretas la ideología liberal privilegia, hasta el grado de absolutizarla, la libertad para el juego de la oferta y la demanda, es decir, de las fuerzas del mercado. Cuando liberales y neoliberales de tiempo completo hablan de la libertad -y lo hacen siempre en forma altisonante- están refiriéndose, lo reconozcan o no, a la libertad del mercado, o, en el mejor de los casos, hacen derivar de esta última todas las demás libertades. Y todo esto en cuanto a su discurso formal, porque en la práctica -como se acaba de comentar más arriba- las empresas trasnacionales actuales coartan la plena libertad del comercio mundial y entorpecen el libre juego de las fuerzas del mercado (por algo las empresas trasnacionales han encontrado en el apóstol del liberalismo económico, el monetarista Milton Friedman, un encarnizado enemigo).

En cambio, entre quienes no aceptan la ideología liberal y neoliberal, prevalecen los que comprenden -en forma racional o vagamente intuitiva- que la libertad es algo más profundo, ya que constituye la esencia misma de la condición humana. El motor que puso en marcha la transición del animal hacia su calidad humana fue la necesidad -por imperativos de su evolución- de liberarse de su condición puramente animal; proceso mediante el cual siguió y sigue humanizándose en planos progresivamente más complejos, como son los que vamos estableciendo los contemporáneos - en una continua carrera de relevos- en nuestros respectivos momentos. (El término humanización no se refiere aquí a ningún valor ético convencional o religioso que califique a los individuos en una escala del bien y del mal, sino a su separación progresiva, durante millones de años, de la naturaleza exclusivamente animal. Para que nadie se confunda: desde este punto de vista, individuos como Adolfo Hitler o George W. Bush son, a pesar de todo, más humanos que el hombre de Neanderthal o el de Cro-Magnon).

De este modo la búsqueda de la libertad, es decir, la necesidad de liberarse de sus limitaciones animales primigenias, estuvo ligada indisolublemente a la aparición de la conciencia. De hecho se trató de fenómenos idénticos durante la evolución: la condición humana empezó a aparecer cuando se adquirió una rudimentaria conciencia y empezó la inacabable marcha hacia la libertad. Por eso es lícito afirmar que la búsqueda de la libertad, en otras palabras, la búsqueda de la plenitud humana, o de un grado cada vez mayor de ella, justifica y le da su verdadero sentido a nuestras vidas.

Hay una evidente relación entre las libertades (así, en plural) y la libertad (en singular): las primeras constituyen los caminos (o los instrumentos) que nos van llevando hacia la libertad, aunque sin alcanzarla nunca del todo, en un peregrinaje que no tendrá fin mientras perdure la raza humana. Un peregrinaje que ha consistido primero en la hominización -transcurrida en planos meramente biológicos pero decisivos, y culturales muy primitivos aunque trascendentales- y después en la paulatina humanización realizada dentro de culturas cada vez más complejas. Ha sido una prolongada evolución que nos sacó de la absoluta y total unidad con la Naturaleza hasta llevarnos a los espacios de la inteligencia y del espíritu, sin perder por eso los vínculos naturales con nuestra madre común. Por lo contrario: con la aparición del ser humano la naturaleza toma conciencia de sí misma. En otras palabras: el ser humano se convierte en la autoconciencia de la naturaleza. Y aunque sigue siendo naturaleza -porque no ha dejado de ser animal- es ya naturaleza pensante. Desde entonces la libertad se realiza en el interior de cada uno de nosotros: es resultado de un peculiar metabolismo elaborado en la conciencia individual bajo estímulos externos, provenientes de la cultura colectiva.

Por lo tanto, la grosera mixtificación que efectúan liberales y neoliberales al confundir o identificar la libertad, en su acepción integral y abstracta, con únicamente una de las innumerables - y en este caso apenas supuesta- libertades concretas, es decir, la libertad del comercio mediante el libre juego de las fuerzas del mercado, empobrece lamentablemente el potencial espiritual infinitamente variado que posee el ser humano por el simple hecho de serlo. Y esto los tiene sin cuidado, porque para la mayoría de ellos toda vida espiritual comienza y acaba dentro de la creencia religiosa que profesan, o, dicho de otra manera, derivan toda vida espiritual de sus respectivas religiones. (No siempre tales limitaciones son achacables del todo a las religiones en sí; frecuentemente se deben a la pobrísima comprensión que tienen los individuos de ellas, o a su retorcida interpretación de las mismas).

Es necesario, pues, rescatar el término libertad de la utilización fraudulenta que efectúan liberales y neoliberales cuando dicen defenderla a toda costa, ya que el contenido del concepto libertad que manejan es, a todas luces, limitado y estrecho: cometen una auténtica usurpación de carácter ideológico. (Utilizo los términos liberales y neoliberales con la significación restringida que se les otorga hoy día, despojado el primero del timbre de nobleza intelectual que tuvo antes de consumarse, en algún momento del desarrollo del capitalismo, el divorcio entre el liberalismo económico y el liberalismo político, con el consiguiente empobrecimiento filosófico e ideológico que sufrieron ambos conceptos).

DEMOCRACIA

Además de la libertad, los liberales y neoliberales dicen defender la democracia. Y lo proclaman -no caben dudas- de manera obsesiva y compulsiva. Pero así como se acaba de comentar lo que ellos entienden por libertad, se hará también en relación con la democracia, aunque primero se expondrán algunas ideas propias al respecto.

Por democracia ideal entiendo la dichosa conjunción (identificación) del individuo y de la sociedad -del yo y de los otros en el nosotros- lo que ocurrirá alguna vez cuando el individuo adquiera la certidumbre de ser la autoconciencia de la sociedad (de una sociedad con vida propia y autónoma, no como suma aritmética de sus individuos). La función suprema de una democracia ideal consistirá, entonces, en ofrecer las condiciones sociales óptimas para que la energía total entrañada en la sociedad fluya en cada individuo y le permita realizarse, personalmente, como ser social.

Al psicólogo francés Henri Wallon debemos la fundamentación científica que nos permite afirmar que el ser humano se individualiza más profundamente en tanto se socializa más profundamente, de donde se deduce la artificialidad de contraponer el individuo a la sociedad, como lo siguen haciendo liberales y neoliberales (y como en el extremo opuesto lo hizo el comunismo soviético al contraponer el colectivismo al individuo). Como fundamentos de sus respectivas doctrinas e ideologías, ambas tesis resultan verdaderas fosilizaciones de etapas y episodios históricos de la evolución social que vivió el ser humano en el transcurso de la infancia y la adolescencia de las sociedades en las que se ha desarrollado; pero hoy los contemporáneos estamos en general bien pertrechados intelectual, espiritual, científica y tecnológicamente para poder visualizar -y luchar para conseguirla- una más lograda individualidad mediante una ya bien ganada madurez social.

Dentro de este orden de ideas cabe criticar la fobia de los liberales contra la gestión pública de la economía, en perjuicio -según ellos- de la gestión privada de la misma. Sus argumentos son harto conocidos para no repetirlos aquí, pero hay uno en el que se evidencia de manera particular la tergiversación que cometen con él. Alegan que el Estado social al que ellos acusan de populista anula la creatividad del individuo, dando por resultado la parálisis en el crecimiento de la economía y en el desarrollo de la sociedad. Y por lo tanto defienden ferozmente la iniciativa privada en todos los terrenos, lo cual sería, ciertamente, muy provechoso si no fuese porque excluyen tajantemente cualquiera gestión pública del Estado por necesaria y útil que fuere (con excepción de aquélla que favorezca a propietarios y empresarios) y, sobre todo, porque en la práctica ellos entienden por iniciativa privada - la IP.- únicamente el conjunto de las grandes empresas, de los bancos y compañías de seguros, de la bolsa de valores etc., es decir, del gran capital nacional e internacional que determina los destinos de las naciones en nuestros días.

Ya hablamos de la democracia ideal; hablemos ahora de la democracia realmente existente. Democracia política, democracia social y democracia económica son términos utilizados para describir fenómenos parciales y concretos dentro de la civilización capitalista, mientras la democracia que llamaremos integral y esencial es utópica, ya que constituye una meta ideal por la que han luchado desde muy antiguo -aunque bajo distintas denominaciones- pueblos enteros e individuos iluminados. Las democracias política, social y económica no aparecieron simultáneamente en la historia, ni tuvieron desarrollos iguales o equivalentes, a pesar de constituir aspectos de un mismo impulso democratizador en las sociedades humanas.

Democracia política

Tendríamos que remontarnos a la Inglaterra del siglo XVII y, desde ahí, todavía rastrear una vieja tradición medieval europea, para encontrar el origen de la democracia político-institucional, desarrollada posteriormente a partir de la división de poderes en el Gobierno, de las actividades parlamentarias y de la obediencia a una ley suprema o Constitución política, y adoptada por numerosas naciones democráticas de hoy.

En cuanto a la democracia político-filosófica, suele aceptarse que surgió durante la modernidad (poniendo aparte la discutible democracia ateniense en la antigua Grecia). Surgió en la Francia del siglo XVIII, en ese hervidero de ideas que provocaron los enciclopedistas durante la Ilustración, en el intenso caldero o crisol en el que se cocinaron notables descubrimientos científicos; enfoques ya racionales en el conocimiento por predominio del pensamiento filosófico sobre las anteriores versiones teológicas; sorprendentes adelantos tecnológicos, y liberación de las artes de sus ataduras y mordazas medievales, dando por resultado la maduración de la inteligencia, del espíritu, de la experiencia y de los conocimientos de una buena parte de los individuos en las sociedades más desarrolladas de entonces. Erich Fromm pensaba que en ese paso del medioevo a la modernidad -del pensamiento mágico al pensamiento racional- se fincaba la mayoría de edad de la humanidad. No caben dudas de que la democracia, comprendida como concepto totalizador, fue concebida durante esa madurez en la racionalidad humana de la que hablaba Fromm. Tal fue uno de los legados más importantes que nos brindó la modernidad, herencia que se nos está deshaciendo en la manos en nuestra contemporaneidad posmoderna.

Intrínsecamente unido a la modernidad -como su contenido económico- aparece en la historia el capitalismo. Ciertamente éste niega lo que es el fundamento mismo de la democracia: la igualdad, ya que fue precisamente en la desigualdad social y económica de los individuos en sus respectivas sociedades en donde se fincó realmente la organización capitalista desde sus comienzos, y no en una hipotética igualdad jurídica imaginada durante la misma modernidad, pero que nunca ha resistido la prueba de la práctica. Sin embargo, eso no justifica el ignorar o minimizar el carácter liberador que tuvo el capitalismo en su origen, al oxigenar el mundo de entonces al que asfixiaba un feudalismo agonizante.

Aunque hoy es el capitalismo el que nos está asfixiando, sería una locura ignorar la realidad capitalista en la que vivimos todavía, si se pretendiera diseñar estrategias de lucha al respecto, centrar reflexiones sobre el tema, o simplemente soñar con remover y desarraigar, de una vez por todas, la absurda injusticia que preside las sociedades actuales.

La llamada guerra fría durante el siglo pasado, no obstante su nombre, calentó posiciones lamentablemente extremas en ambos bandos. En un lado provocó estúpidas actitudes ultraizquierdistas de desprecio hacia lo que consideraban, peyorativamente, libertades burguesas, entre las que incluían auténticas conquistas democráticas como son las contiendas electorales y las actividades parlamentarias, además de otros logros conseguidos por la democracia política durante la modernidad. (Errores tan graves como éste fueron fatales para el socialismo soviético, como lo comprendió, aunque ya era tarde, el presidente Gorbachov).

En el otro lado también se adoptaron posiciones y actitudes igualmente extremas: privilegiaron la democracia político institucional -de tradición anglosajona- en su aspecto meramente electoral, al grado de confundirla o identificarla con la totalidad de la democracia integral, y hoy la venden en todas partes como cualquier otro producto comercial. Con el proverbial mesianismo que los caracteriza, los estadunidenses -en la vanguardia del neoliberalismo- se han autoproclamado máximos campeones de esta democracia sustituta, y utilizan el peso y el poderío de su imperio para imponer en el mundo entero su interpretación adulterada de la democracia: una democracia que ha ahondado su corrupción en los días que corren hasta convertirse en caricatura de sí misma.

La frecuente y variada violencia de los métodos con los que imponen, o tratan de imponer, su muy discutible y excluyente democracia político-electoral, y el abandono de algunos avances en el campo de las democracias social y económica logrados durante el auge del sindicalismo y del llamado Estado de bienestar, además de la descomposición en la que ha caído aquélla, están acarreando consecuencias cada vez más graves y proclives a convertirse en un auténtico desastre para los propios liberales y neoliberales, aunque peligrosas también para quienes, sin comulgar con el credo liberal, nos encontramos navegando en el mismo barco. La gente está perdiendo fe en la vía electoral y ya no pone su confianza en las instituciones democráticas, con lo cual se pierden instrumentos de defensa contra la evidente manipulación de las conciencias ciudadanas que efectúan los dueños del poder económico y la derecha política, mediante la dócil colaboración que les prestan los medios informativos de propiedad privada, particularmente las televisoras.

Democracia social

No todos los conservadores son tan arrogantes ni han sido tan torpes como parecen serlo en el presente, con honrosas excepciones. En su momento, un aristocrático economista, Sir John Maynard Keynes -a quien nadie atribuiría veleidades socialistas- ofreció soluciones teóricas al capitalismo en una situación crítica tan riesgosa para su sobrevivencia, a raíz de la gran depresión de los años veintinueve y treintas del siglo pasado, como parece serlo también hoy en las circunstancias actuales. La teoría económica keynesiana, llevada a la práctica de un modo u otro, en diversos grados o en momentos distintos y en países diferentes, no sólo reencauzó el desorientado capitalismo liberal decimonónico de entonces, sino constituyó el núcleo económico a cuyo alrededor se formó el Estado interventor que posteriormente maduró en el Estado social o de bienestar. Y así como lo hicieron los keynesianos entonces, en el presente se han oído importantes voces de alerta ante la amenaza latente de una catástrofe en el capitalismo salvaje actual, si no se le reformase. Personajes claves en la economía y en las finanzas mundiales como Georges Soros (quien, como máximo especulador financiero, sabe bien de lo que está hablando), o el presidente del Banco Mundial (con la más completa información a su alcance), han formulado declaraciones reconociendo el fracaso de las economías neoliberales y la perentoria necesidad de un golpe de timón que cambie la dirección que llevan. Tales declaraciones resultan sorprendentes, no por sí mismas, ya que su contenido es del conocimiento público desde hace rato, sino por venir de quienes vienen.

Se pensaría que dichos personajes, y muchos otros igualmente alarmados, deberían seguir siendo partidarios a ultranza de un neoliberalismo que ha servido espléndidamente a los intereses de propietarios y empresarios, especialmente de los más ricos y con poder político, como siguen siéndolo quienes, menos sagaces o precariamente informados, continúan empecinándose en defender un modelo que está ahogándose en sus propias contradicciones.

Partiendo de la premisa de que no es el capitalismo propiamente dicho el amenazado, sino su versión más salvaje, es comprensible la paradoja en la que están sumidos los más sensatos entre los hasta ahora paladines del neoliberalismo: aceptan, en franco conflicto ideológico con los principios filosófico políticos que justifican sus prácticas económicas, la inminencia de unas posibles reformas económicas y sociales que poco antes condenaban terminantemente, y juegan con la idea de revivir fórmulas socialdemócratas a las que habían excomulgado desde que Ronald Reagan y Margaret Thatcher abrieran de par en par las puertas del mundo al neoliberalismo. Así se explica la cautela que muestran -por ahora- frente a la incógnita -para ellos y para todos- que representa Luiz Inacio Lula da Silva. Lo ven como una quizás viable solución a la necesidad de reformar el carácter salvaje del neoliberalismo en decadencia, sin caer en los que consideran excesos del Estado de bienestar de los últimos años cincuentas, la década de los sesentas, y los comienzos de los setentas del siglo pasado, y sin tener que perder, además, el terreno ganado por la empresa privada al Estado interventor en los últimos veinte años del mismo siglo.

Ojalá la clarividencia que atribuyo a estos neoliberales -a quienes califico como sensatos- triunfara sobre las mentes obtusas de otros correligionarios suyos, y encontrara una salida democrática a las dificultades económicas y sociales que enfrentan. Otra salida a su crisis (que realmente no es salida) consiste en endurecer sus políticas económicas y sociales y aferrarse a principios fundamentalistas de su doctrina, como lo están haciendo en Estados Unidos sus dirigentes republicanos ultraconservadores. A esto último hay que llamarlo por su verdadero nombre: fascismo, rescatando el término de la especificidad que adquirió en el pasado, y otorgándole una significación actualizada. Si hurgáramos hasta el fondo del conflicto presente entre Estados Unidos e Irak ¿qué diferencia encontraríamos entre Adolfo Hitler y George W. Bush?

Independientemente de cómo se le juzgue hoy, el llamado por unos Estado benefactor o de bienestar, y por otros Estado social, constituyó el mayor logro conseguido en la práctica capitalista por una teórica democracia social, mediante prestaciones que mitigaron la profunda injusticia que golpea a los trabajadores.

Inspirado en la ideología socialdemócrata, el Estado de bienestar tomó de ésta lo que le permitió convertirse en un verdadero arranque de democracia social: el principio que contempla las prestaciones a los trabajadores, y mejor todavía si es a todos los ciudadanos, como un derecho inalienable para ellos y como una obligación que debe cumplir el Estado, y, con mayor razón, la sociedad.

Aquel incipiente ejercicio democrático de la igualdad chocó frontalmente con la ideología de liberales y neoliberales, para quienes la desigualdad es parte de las leyes naturales, y las prestaciones sociales -escasas y muy relativas- que conceden a los trabajadores constituyen graciosa donación de los propietarios, motivada por la caridad de sus conciencias cristianas (además del temor a revueltas de ciudadanos desesperados).

No sólo factores ideológicos explican la fiereza con la que liberales y neoliberales acosaron el Estado de bienestar en su momento, y con la que siguen persiguiendo en el presente los vestigios del mismo después de su derrota: han desacreditado todo intento de corregir la injusticia social, dándole un tinte malévolo al término populismo y satanizándolo al máximo.

La historia interna del capitalismo durante los últimos tiempos es un recuento de batallas libradas para orientar el Estado ya fuere hacia políticas favorecedoras de la gestión privada en la economía, o, por lo contrario, hacia el predominio de la gestión pública en ella. Con la desaparición del enemigo externo al terminar la guerra fría, ocupó el primer plano el vencedor también en la controversia interna, opacada como estuvo por la espectacularidad del conflicto que consideraban mayor, aunque en realidad ambos fueran variantes de la misma amenaza. Al desaparecer el peligro inmediato -el socialismo- cobró relevancia la pugna entre la versión salvaje y la versión reformada y reformista del capitalismo; pugna que se dirime (además de la adopción por las autoridades de medidas persecutorias de violencia visible o soterrada) en contiendas electorales y actividades parlamentarias, y que anima, explícita o implícitamente, los debates de analistas y comentaristas políticos de la coyuntura, en las sociedades calificadas como democráticas en nuestra época.

Quienes buscan, desde posiciones políticas de centro izquierda, recobrar la que fue incipiente democracia social, representada en su momento por el Estado de bienestar, y reanudar así la tarea de fortalecerla, deben estar muy conscientes de la imposibilidad de repetir aquella experiencia tal como se desarrolló entonces: las circunstancias son hoy muy diferentes. Han ocurrido cambios tan profundos en la historia reciente que cualquier intento de reformar el capitalismo como lo hicieron los socialdemócratas -antes, por supuesto, de que claudicaran a medias ante los neoliberales triunfantes- debe partir de la aceptación de que el capitalismo hoy es distinto del tradicional, y, por lo tanto, un nuevo reformismo capitalista ya no puede realizarse mediante un Estado de bienestar simplemente calcado del anterior, aunque se guarden aspiraciones y propósitos idénticos. El reformismo capitalista necesita reconstruirse si pretende levantar de nuevo la bandera de una democracia social; pero a sabiendas de que ésta no puede llegar muy lejos dentro de las estructuras del capitalismo.

Sin embargo, existe una vía para avanzar hacia aquella meta, transitable no sólo para quienes se autoproclaman de centro izquierda. Tal como ya desde 1986 preveía Elmar Alvater, consistiría en trasladar, a la sociedad entera, la tarea que cumplía el Estado de bienestar. Con sus propias palabras: ...Contra el ataque conservador a las estructuras y a las dimensiones del Estado social, la izquierda (tradicional y/o nueva) no puede proponer solamente la estrategia de mantener firmes las formas trasmitidas del Estado social. Se trata de desarrollar ideas y proyectos de una forma alternativa de socialización: es decir, de comprender el Estado social más como empresa social que como empresa estatal autoritaria (subrayados míos).

Hoy, cuando se evidencian cada vez más los cambios que ocurren en los conceptos ya establecidos de Estado y de nación, y cuando es más notoria la importancia mayor de la llamada sociedad civil, es posible reconocer la propuesta de Elmer Alvater en muchos de los propósitos de una izquierda actualizada y en algunas acciones políticas colectivas que discurren ahora por cauces novedosos, no siempre bien comprendidos todavía hasta por gente que presume tener mentalidad progresista. (¿Cómo explicar de otra manera la incongruente actitud de diputados y senadores perredistas al votar en favor de una ley sobre la cuestión indígena que llevaba el sello del gobierno conservador de Vicente Fox y que lesionaba seriamente los anteriores acuerdos de San Andrés?)

El Estado, tal como lo habíamos comprendido hasta aquí, está transformando las funciones que le eran habituales hacia unas funciones nuevas exigidas por las particularidades de la globalización. Por su parte, el concepto nación está ahondando sus características básicas, lo cual es más fácilmente comprensible si nos referimos a la diferente significación que ha ido adquiriendo el concepto nacionalismo como respuesta al omnipotente y omnipresente fenómeno de la globalización capitalista. Un nacionalismo que no es exclusivamente aquél que apoyaba y defendía al Estado nacional (hoy en crisis por las agresiones de las empresas trasnacionales y por los principios ideológicos del neoliberalismo y de la derecha política en el Poder), sino un nacionalismo en el que han ido cobrando relevancia los lazos étnicos, religiosos, lingüísticos, tradicionales (en una palabra: culturales). Por lo tanto, hoy es posible comprender mejor el sentido profundo de la afirmación de que México es un Estado multinacional.

La creciente importancia de la sociedad civil, manifestada cotidianamente en la originalidad de las formas de organización espontánea que toma, así como en el fortalecimiento continuo de una opinión pública cada vez menos temerosa, propicia la formación de condiciones favorables para la realización de la propuesta de Alvater. Un Estado social, distinto del Estado de bienestar forjado por el reformismo capitalista anterior, y propulsado desde el seno de la sociedad civil, impediría el carácter autoritario que tuvo su antecesor por haber sido impuesto desde instancias políticas y económicas del Estado.

Democracia económica

En un sentido muy general, se encontrarían las primeras raíces de la democracia económica en la aparición misma de la economía capitalista, tomando en cuenta la función liberadora de la sociedad que asumió el capitalismo. De ahí en adelante seguiríamos encontrando antecedentes históricos en el complejo y frecuentemente contradictorio desarrollo del capitalismo, en relación con la democracia económica. Pero son otros los propósitos de este escrito. Aquí, más que la democratización en el plano de la producción capitalista, interesa más fincar el fenómeno democratizador en la distribución, lo cual parece ser más congruente con el espíritu o esencia de la democracia. Y hablo de la distribución no como esa parte -presuntamente neutral u objetiva- de la ciencia económica, sino de una distribución expresamente comprometida con los principios de la justicia social, como ocurrió en la teoría, y menos atrevidamente en la práctica, que caracterizó al Estado social o Estado de bienestar a mediados del siglo XX.

Inmediatamente después de esta experiencia reformista, la profunda revolución tecnológica y financiera experimentada por la economía capitalista en el último tercio del siglo pasado no se dirigió precisamente hacia la democratización de la misma. Por lo contrario, el carácter neoliberal adquirido por la trasnacionalización del capitalismo -fenómeno más conocido bajo el nombre de globalización- provocó la más intensa polarización de la riqueza entre los pocos que tienen todo o casi todo y los muchos que no tienen nada o casi nada, dando al traste con los tímidos intentos del reformismo anterior para construir una democracia económica.

En este capítulo de la democracia económica el panorama ha sido más desolador que en los otros ya comentados; se explica por la poca penetración que ha tenido el reformismo en el campo de la economía capitalista, lo cual es fácil de comprender. El capitalismo dejaría de ser capitalismo cabal si se perdiera, y hasta si se debilitara, el predominio sin restricciones del capital sobre el trabajo en el proceso de la producción, y si se privilegiara una equitativa distribución social del ingreso en menoscabo de las ganancias privadas del capital. No olvidar que la economía capitalista fue el núcleo a cuyo alrededor se formó una cultura totalizadora que caracterizó el desenvolvimiento mismo de la civilización occidental en los últimos cinco siglos, dando por resultado lo que conocemos bajo el nombre de capitalismo en su más amplia significación, es decir, como civilización capitalista. Así, pues, sería imposible establecer una plena democracia económica dentro de sus estructuras intrínsecas sin romperle la columna vertebral al capitalismo.

Ciertamente el sindicalismo en sus mejores épocas alcanzó algunas conquistas que redundaron en mayores ingresos para los trabajadores -por ejemplo aumentos salariales- pero ellas no afectaron el orden económico propio del sistema. Aunque fueran prestaciones de tipo pecuniario o de otras modalidades económicas, encajaban más bien en los marcos de una democracia social. Otra cosa habría ocurrido de haberse llevado a cabo con propiedad el llamado reparto de utilidades, que, por lo menos entre nosotros, no pasó de ser una broma de mal gusto. Además, en el planteamiento de esta demanda se debería haber trascendido la ventaja individual que se pretendía para transformarla en ventaja colectiva, exigiendo que se invirtiera progresivamente todo el excedente económico en el desarrollo social (lo que atemorizaba a quienes veían en esto el comienzo de algún tipo de socialismo).

No haberlo hecho así constituyó la máxima debilidad del Estado de bienestar, ya que se optó por encauzar buena parte del excedente económico en gastos improductivos -por ejemplo en armas y otros gastos militares o, como está hoy de moda decir, en seguridad-, reafirmando de este modo su naturaleza simplemente reformista del capitalismo, y negándose a convertirse en puente para una transición gradual y pacífica hacia el socialismo, como soñaron unos y temieron otros.

Un intento más de democratizar en serio la economía capitalista se efectuó también durante esa época dorada del reformismo. Se trató de la demanda de incluir a los trabajadores de las empresas en la toma de decisiones, con lo cual adquirirían poder para influir en la organización económica, es decir, en determinar la dirección, el sentido, el alcance, los propósitos etc. en la producción de bienes y servicios. Se sobrentiende que en esta modificación de las relaciones sociales en la producción no tuvo ya cabida el obrero tradicional, sino el nuevo tipo de trabajador surgido a causa de las espectaculares innovaciones tcnológicas y los cambios en la organización interna de las empresas, durante la transición hacia la nueva época post industrial. Un trabajador del cual se aprovecha su inteligencia, sus conocimientos y su experiencia, y ya no sólo su fuerza física, muscular y nerviosa.

La suerte que corrió esta demanda sindical, que se llevó a la práctica durante los gobiernos socialdemócratas de algunos países muy desarrollados, en Alemania por ejemplo, es la misma suerte que han corrido todas las conquistas de las luchas interminables de los trabajadores para aminorar la injusticia social: han sido borradas o reducidas al mínimo por el neoliberalismo, nombre con el que designamos hoy la versión más brutal del capitalismo salvaje.

CONCLUSIÓN

Hay mucho que decir acerca de la igualdad como fundamento de la democracia, sobre todo para refutar a los conservadores de siempre que califican de falaz el término cuando no se aplica únicamente en sentido jurídico, y consideran demagógica su utilización al definir la democracia.

Aceptando la obligación de reconocer que siempre hay por lo menos un grano de verdad en las opiniones contrarias, y para no caer en formulaciones simplistas o ingenuas respecto al concepto igualdad, ni concluir con generalidades intrascendentes, invito a reflexionar y debatir sobre el tema, pero a partir de uno de los postulados doctrinales de los viejos izquierdistas derrotados, cuya validez conceptual sigue, a pesar de todo, intacta, y cuya significación conserva todavía su pureza teórica. En referencia a las obligaciones y los derechos recíprocos que se establecerían entre sus ciudadanos y una posible sociedad futura libre de la injusticia que prevalece hoy, dicho principio postula lo siguiente: De cada quien [exigir] según sus capacidades; a cada quien [ofrecer] según sus necesidades.

En lo que no cabe discusión alguna es en el reconocimiento de la desigualdad (social y económica) como fundamento del sistema capitalista: de no ser así, no existiría el capitalismo.

No obstante la contradicción evidente entre desigualdad y democracia, se podría avanzar un buen trecho más en el largo proceso de la construcción de la democracia global, aún sin romper las estructuras capitalistas, aprovechando al máximo las posibilidades que ofrecería una nueva versión actualizada del reformismo, es decir, congruente con las transformaciones que ha sufrido el ya también nuevo capitalismo; pero sin olvidar en ningún momento que una auténtica democracia integral sólo podría florecer en el socialismo (un socialismo enriquecido y depurado por las aleccionadoras experiencias que vivió y sufrió a lo largo del siglo XX).

En este orden de ideas, hago mías las palabras de Mijail Gorbachov, palabras que difícilmente encontrarían mayor justificación en otras bocas distintas de la suya, dadas las trágicas circunstancias en las que transcurrió su mandato como presidente de su país. En el libro sobre la perestroika (intento de reformar la economía del comunismo soviético) afirmó lo siguiente: Así como no puede haber democracia sin socialismo, tampoco habrá socialismo sin democracia.



Revista Memoria No.174, agosto de 2003

Comida de ex-alumnos

Elena Urrutia, Luis Ortíz Monasterio y Sol Arguedas en El Colegio de México.
(Sol forma parte del grupo de alumnos fundadores de El Colegio de México).