Otra vez el estado de bienestar (Publicado en 1988)

Son precisamente los relativos o dudosos "triunfos" (dudosos porque originan desequilibrios mayores) del capitalismo salvaje en el presente los que justificarán en buena medida la hipótesis del necesario retorno del capitalismo reformista, es decir, de un nuevo Estado de bienestar corregido y adecuado a nuevas circunstancias históricas. Un nuevo Estado de bienestar que supere el mayor de sus vicios, el cual es -según los adversarios neoliberales- la excesiva estatización o debilitamiento del mercado (por intervención del Estado en la economía y por el carácter monopolista del capital) como factor de regulación capitalista del crecimiento económico y de la distribución de recursos.
No pueden durar indefinidamente, o por demasiado largos períodos, ni la progresiva parálisis económica de los países pobres ni el masivo desempleo en los países ricos resultantes de aquellas políticas neoliberales: la economía mundial no lo resistiría.
El retorno del capitalismo reformista -por derrota, a su vez, del capitalismo salvaje- no puede efectuarse de la noche a la mañana. La crisis del capitalismo mundial en general, y la crisis de la deuda externa en particular, complican la realización de aquella tendencia en América Latina; así como la revolución científico-técnica y la trasnacionalización indetenible del capitalismo determinan también la complejidad en que se realizará dicha tendencia en los países de capitalismo avanzado.
Sin embargo, en un estudio de los cambios que ocurren en el desarrollo de la sociedad latinoamericana,.se lee:"Como demuestran las experiencias de Portugal, Grecia y España, el fascismo -en un sentido- es una premisa para el rápido crecimiento de la socialdemocracia en el período en que el fascismo va a la tumba bajo los golpes de las fuerzas democráticas. No se excluye que tal variante ocurra en América Latina"(63).
Lo anterior se publicó en 1981; desde entonces los augurios se confirmaron en las naciones sudamericanas que se sacudieron la bota militar que las aplastaba y en donde está ocurriendo un fenómeno de "europeización" -es decir, hacia concepciones de la socialdemocracia clásica- de las antiguas corrientes populistas latinoamericanas; fenómeno político al que, por supuesto, no es ajeno el fenómeno económico de la maduración del capitalismo -aunque dependiente- en la región.
Las penurias intensificadas a las que están sometidos hoy los pueblos del Tercer Mundo por las consecuencias de la búsqueda de rentabilidad del capital en el sistema capitalista mundial, y la impotencia económica a la que han sido reducidos los Gobiernos democráticos de esos mismos pueblos por la explotación usuraria de la deuda externa, están mostrando con descarnada crudeza la verdadera índole del imperialismo, y, lo que es más importante, están propiciando una toma de conciencia generalizada en los medios democrático-burgueses acerca de los mecanismos injustos del sistema capitalista. Como no puede esperarse que los líderes o miembros de la clase dirigente de estos pueblos abjuren de su condición capitalista, es muy posible que su creciente concientización los lleve o los afirme hacia el planteamiento de un·reformismo identificado con el llamado socialismo democrático de los socialdemócratas europeos. La oportunidad para que esto ocurra se presentará en un futuro no muy lejano, aunque la comprensión de tal posibilidad se oscurezca ahora por la imposición cotidiana de la reacción conservadora en todos los campos y el aparente retroceso de la Internacional Socialista en la región; también el oneroso pago de la deuda externa y de la recesión en la que han naufragado las naciones latinoamericanas oscurecen aun más el panorama.
Cabe recordar cómo el new deal en Estados Unidos y las socialdemocracias en Europa surgieron y florecieron a partir de políticas económicas en buena parte salvadoras del gran naufragio del capitalismo liberal en los años 29 y siguientes (con el interregno fascista en Europa). "Cuando la burbuja se rompa -y se romperá- el público recurrirá al Gobierno afirmativo de Franklin D. Roosevelt, no al mercado libre de Ronald Reagan " (64). Dicho de otra manera: será necesario poner más dinero en los bolsillos de los trabajadores (adoptar una política económica que se base en la demanda) y no ya, como se hace ahora en plena revolución "derechista", seguir poniendo más dinero en los bolsillos de los capitalistas (la política económica que se basa en la oferta). La expansión económica durante la posguerra en los años cincuentas y sesentas se debió al carácter masivo que adquirieron tanto la producción como el consumo: el poder de compra de los salarios permitía la realización de la producción. En nuestros días ocurre lo contrario: las restricciones salariales (tanto del salario directo como del indirecto) están afectando peligrosamente el consumo.
En síntesis: la sustitución de una política económica (con énfasis en la demanda) por otra (con énfasis en la oferta), o viceversa, obedece a vicisitudes del desarrollo del capitalismo, vicisitudes que adquieren fisonomía propia de acuerdo con la coyuntura en que aparecen y de la situación concreta de que se trate. Aunque se encuentren características básicas comunes, estas circunstancias históricas distintas determinarán las diferencias políticas y culturales de tales cambios económicos. De aquí que tan importante sea estudiar las analogías como las diferencias entre lo que ocurrió en la crisis del 29 y lo que está ocurriendo en esta magna crisis actual.
Tanto los conservadores como los progresistas se encuentran hoy en estado de alerta. Los primeros porque, como afirma Antonio Negri, "cuando se dice “demanda” se dice clase obrera, se dice movimiento de masa que ha encontrado una identificación política, se dice posibilidad de insurrección y de subversión del sistema"(65). Los segundos porque ven en las políticas económicas neoliberales (de la oferta) la "rebelión de los ricos contra los pobres" y recuerdan la aparición del fascismo como barrera contra la fuerza de los sindicatos.
Una correcta caracterización de la naturaleza intrínseca del capitalismo no es estática y debe basarse en la resultante de su trasformación histórica: de lo que va siendo. Por eso cuando se oye decir que está en crisis o en quiebra el "modelo keynesiano" dan ganas de preguntar si quien lo está diciendo está consciente de que el llamado modelo keynesiano no es otra cosa sino el capitalismo mismo. En otras palabras: lo que ha llegado a ser. Los modelos ofrecidos por el neoliberalismo (por medio de los ofertistas) no son sino intentos involucionistas que tratan infructuosamente (ya que sus éxitos son relativos y ambiguos) de borrar los cambios históricos del capitalismo. Cambios que se hicieron más visibles a partir de la gran depresión de los años 29 y siguientes. Si se sigue el desasrrollo de estos conceptos se llega a comprender por qué la crisis actual del capitalismo es, propiamente, la crisis de la economía mixta, del Estado de bienestar, de la socialdemocracia, del reformismo. Ahora bien: determinar si las políticas económicas neoliberales conducen a una involución histórica del capitalismo o, si por el contrario, están llevando a una fase superior del mismo en su evolución histórica -a la formación de una economía única y de un solo mercado mundial- es cuestión de perspectiva de clase. Desde el punto de vista de los portadores de la fuerza de trabajo el neoliberalismo económico no es otra cosa sino un fascismo económico, mientras que el keynesianismo puede conducir al llamado socialismo democrático, o, en otras palabras, al reformismo capitalista (socialdemócrata). Por eso con buena dosis de gracia o de ingenio Christine Buci-Glucksman habla del "socialismo keynesiano" .
Dice Donald A. Nichols: "El cuadro general de lo que sucedió es bien conocido. Las ideas keynesianas perdieron predominio tanto en el seno de la comunidad académica como en la arena política; la influencia del monetarismo creció, conquistando muchas instituciones académicas y de instrumentación de políticas. En un estadio posterior surgió en la escena la economía de la oferta [ ... ] Menos conocido es el motivo de esta transferencia de poder intelectual. En parte fue debido a la incapacidad de los modelos keynesianos para explicar la tambaleante economía. Ello costó caro [ ... ] se creó un vacío que se vio rápidamente ocupado por los monetaristas"(66).
Sin embargo, hay claros indicios de reacción en contrario. Más adelante, en el mismo artículo, sigue diciendo Nichols: "La marea está empezando a cambiar su curso también a nivel académico. Las nuevas teorías monetaristas están saliendo reprobadas en pruebas empíricas básicas. La teoría keynesiana, alterada para incorporar lo mejor de las ideas monetaristas, ya no tiene dificultades para explicar los episodios que la perturbaban a principios de los setentas. Ahora son los modelos monetaristas los incapaces de explicar las últimas tendencias de las tasas de interés y la inflación,,(67). (Subrayados míos).
Aparte los vaivenes de las teorías económicas, el caso es que la economía mixta se encontró en problemas y, por ende, el Estado de bienestar en todas partes. Cabe adelantar lo que será una de las principales conclusiones del presente trabajo: la crisis del Estado de bienestar se encuentra en la propia médula de la gran crisis actual del capitalismo mundial.
Entre las conclusiones de su famoso y autocrítico libro, David Stockman, quien fuera miembro prominente del gabinete económico en la primera Administración de Reagan y uno de los arquitectos de la política económica neoliberal (ofertista), admite lo siguiente: "En cierto modo, el gran incremento en la imposición fiscal que necesitamos [que nos hemos visto obligados a aceptar] confirmará el triunfo de la política [sobre la economía]. En una democracia los políticos deben tener la última palabra una vez que esté claro que la dirección que tomamos es consistente con las preferencias del electorado. La revolución reaganearia abortada probó que el electorado [norte]americano desea una moderada socialdemocracia como escudo contra las ásperas aristas del capitalismo”(68).
El carácter cíclico de los problemas del capitalismo se evidencia aquí. Si los capitalistas recurrieron a las políticas económicas del lado de la oferta (una de las bases económicas neoliberales de la actual revolución conservadora) fue, fundamentalmente, para detener la ola inflacionaria provocada por la expansión de la demanda (base económica keynesiana del Estado social).
Con mayor precisión diríamos que las políticas económicas neoliberales se impusieron como presunto remedio a la stagflation (estanflación), fenómeno nuevo en la historia del capitalismo y característico de los años setentas; fenómeno que desconcertó por igual a economistas y analistas políticos: se trataba del extraño maridaje de los fenómenos inflación y recesión, a los cuales se les había considerado hasta entonces excluyentes entre sí. Ya vimos en otra parte de este trabajo cómo explica el economista Paul A. Samuelson el fenómeno de la estanflación. También sabemos que este episodio del permanente conflicto entre el capital y el trabajo lo ganó el primero sobre el segundo.
Conseguido en parte su propósito -reducir la inflación- se enfrentaron las sociedades capitalistas avanzadas al problema del desempleo masivo y del abatimiento de los niveles de vida de las mayorías, lo que significó el consiguiente subconsumo. No nos deben engañar las recuperaciones que han seguido a cada una de las recesiones dentro de esta misma crisis del capitalismo mundial, pues ellas han sido cada vez más precarias. Dice A. Gunder Frank: "La “recuperación” de la economía mundial que se ha producido desde 1983 bajo la presidencia de Ronald Reagan es nacionalmente débil, internacionalmente desequilibrada y temporablemente [sic] inestable. La próxima recesión mundial amenaza muy seriamente con agravar las tendencias depresivas, y las políticas neomercantilistas, e incluso los bloques económicos, traen reminiscencias de los años treintas,,(69).
Se comprende que estos problemas exigirán para su solución más tarde o más temprano elevar el poder adquisitivo de los salarios, es decir, "expansionar" la demanda. Para entonces podrá volverse a levantar -estructural y superestructuralmente- el edificio del Estado de bienestar como principal generador del salario indirecto y propiciador del aumento del salario directo (al restablecerse la fuerza y el poder sindicales). ¿Podrá el Estado de bienestar para entonces superar, teórica y prácticamente, la condición inflacionaria que siempre lo ha acompañado? La verdad: parece difícil; pero aquí entra la posibilidad de que el keynesianismo futuro adopte algunos elementos positivos del neoliberalismo. Se pregunta Paul A. Samuelson al final de su trabajo aquí citado: "¿Es utópico conservar y promover cualidades humanas de la economía mixta manteniendo al mismo tiempo la eficiencia del mecanismo de mercado?"
Los campeones del neoliberalismo económico ponen énfasis en la producción de riqueza "a como haya lugar"; los defensores del Estado de bienestar lo ponen en la distribución de la misma sin salirse del perímetro del capitalismo. Considero que el conflicto establecido entre ambas posiciones constituye el sello característico de las sociedades capitalistas contemporáneas (más acusado en las de capitalismo avanzado, menos en las subdesarrolladas). Por otra parte es la preeminencia de este conflicto lo que le imprime tanta vitalidad al capitalismo en nuestro momento, tanta, que pareciera relegar a segundo término la discusión sobre los problemas del socialismo real (por lo menos hasta la marea reformadora de Gorbachov en la URSS). El asunto de de·terminar cuál ha de ser prioritaria, si la mayor producción o la mejor distribución de la riqueza interesa por igual a la práctica político-económica en ambos sistemas y cobra importancia teórica en la antigua discusión renovada hoy acerca del mercado y sus leyes reguladoras.
Parto de la certeza de que no se restablecerá un nuevo Estado de bienestar a menos que se genere una fuerte reacción de las clases trabajadoras para dar vuelta a la página en este capítulo de renovada explotación que están sufriendo actualmente. Por lo pronto están todavía los trabajadores paralizados no sólo porque la reconversión industrial y la recesión están diezmando sus filas, sino también por los golpes sufridos en sus salarios y prestaciones y en sus organizaciones sindicales. Con variantes propias de cada situación concreta, la anterior es la condición en que se encuentra el proletariado en casi todo el mundo occidental.
Sin embargo, no caben dudas de que tal poderosa reacción se presentará más temprano que tarde. Lo dicho no responde a ilusión y buenos deseos: está en la dinámica interna del capitalismo el vencer periódicamente los desequilibrios sucesivos entre los factores de la producción y en lo político el capitalismo tiende naturalmente a restablecer el sistema "democrático" burgués cuando éste ha sido temporalmente destruido u obscurecido. Esto explica la alternancia de las políticas económicas -y sus respectivas justificaciones ideológicas- favorecedoras ya sea del capital, ya del trabajo, tal como parece haber ocurrido dentro del desarrollo reciente del capitalismo. Por demás está añadir que las condiciones favorables para uno o para otro bandos deben encontrar, para realizarse, los dirigentes adecuados. Recíprocamente, los dirigentes o líderes de tales cambios encuentran, en aquellas condiciones favorables, la ocasión de realizar sus respectivas políticas. Así se explican las presencias, en un solo país, de Administraciones tan contrarias como la de un Roosevelt o la de un Reagan en Estados Unidos; de un Cárdenas o de un De la Madrid en México.
La historia de Estados Unidos demuestra que el capitalismo ha florecido lo mismo bajo la ley de la selva que bajo la sombra del Estado benefactor; lo mismo bajo el liberalismo económico más desenfrenado que acogido a la protección gubernamental; pero también nos señala que bajo una u otra organización se llega a lo mismo: a una crisis global del sistema.
Arthur Schlesinger (The cycles 01 American History) considera un carácter cíclico en la historia norteamericana, pero desde un ángulo estrictamente sociopolítico: cuestión de alternancia de generaciones en la conducción política, ya sea en pro de los intereses públicos, ya en pro de los intereses privados, sucesivamente. "Es la experiencia generacional la que actúa como causa principal del ciclo político. Los miembros de cada generación formulan sus premisas políticas como respuesta al ambiente público de su adolescencia y los primeros años de adultez. Cuando llegan a la mayoría de edad, por lo general veinte años más tarde, intentan articular las premisas conformadas en la época anterior,,(70). Schlesinger pone como ejemplos a Franklin y Eleanor Roosevelt y a Harry Truman, cuyos ideales se formaron en la época de Wilson y del primer Roosevelt, y quienes al llegar a la madurez implantan el "nuevo trato" y el "trato justo", respectivamente; de igual manera los Kennedys y Lyndon Johnson, formados en la etapa del "nuevo trato", implantan a su vez, cuando maduran, la "nueva frontera" y la "gran sociedad", respectivamente. La generación que se formó en tiempos de Kennedy está por llegar, dice Schlesinger. (Siguiendo la lógica del pensamiento de este último debemos suponer que esta futura generación progresista desplazará la generación conservadora actualmente en el poder en Estados Unidos).
De cumplirse la profecía de Schlesinger esta futura generación dirigente protectora de los intereses públicos, y no de los privados, coincidiría con un nuevo (o restructurado) Estado de bienestar, si se cumpliera mi profecía basada en hechos fundamentalmente económicos y que, lejos de discrepar, se complementaría con el enfoque sociopolítico de Schlesinger. (Es digno de notarse que no obstante el rechazo a cualquier determinismo económico en la historia, el historiador Arthur Schlesinger no participa del mito tan norteamericano acerca de la ausencia de todo conflicto de clases en su sociedad: para él son determinantes los conflictos entre las fuerzas democráticas y los intereses particulares).
"Algunos comentaristas advierten -dice Leonard Silk, comentarista de The New York Times- que la mayor amenaza proviene del abandono, por parte de los líderes políticos y económicos de los principales países industrializados, de la lección aprendida durante la gran depresión -la doctrina de John Maynard Keynes- en el sentido.de que para curar una depresión y un desempleo masivo el Gobierno debe actuar para incrementar la demanda de bienes y de trabajadores,”(71).
Sin embargo, el asunto de las políticas económicas que se siguen o que se deberían seguir no es tan simple. En aparente paradoja, la Administración de Reagan ha abandonado, no tan sorprendentemente, el rígido neoliberalismo económico (el ofertismo). "El único país del que puede decirse que aplica los remedios keynesianos de recortes tributarios, incrementos del gasto y enormes déficit presupuestarios es Estados Unidos bajo la presidencia de Ronald Reagan", añade Leonard Silk en otra parte de su artículo citado.
Sí, pero ¿para qué los aplica? -preguntaríamos nosotros-. A diferencia de lo que ocurre en el Estado de bienestar o social, la Administración de Reagan ha sustituido gran parte del gasto estatal (en salud, vivienda, educación, recreación) por un desorbitado incremento en el gasto militar, conformando así una manera distinta de ocupar los excedentes. Esto no quiere decir que el Estado de bienestar no ocupe excedentes en armas; pero como ya se comentó en otra parte de este trabajo, es cuestión de distinto énfasis o intención en este fenómeno.
Abundando en el tema dice A. Gunder Frank: "La recuperación norteamericana se basó fundamentalmente en una política fiscal expansiva, en una reducción impositiva, y en un incremento keynesiano del gasto militar, combinado con una política monetaria restrictiva (el ajuste monetario y la política de altas tasas de interés de Volcker),,(72).
También comenté ya cómo -con deliberada audacia lancé la hipótesis de que en los Estados Unidos de Ronald Reagan no se recortan los gastos sociales para aumentar los del armamentismo, sino que, por lo contrario, se incrementa el gasto militar para impedir los gastos sociales. (El fantasma de la URSS vendría a ser, de acuerdo con esta hipótesis, un expediente muy eficaz del discurso ideológico justificador del enorme incremento del armamentismo ante el propio pueblo norteamericano y sería también -dentro de esa misma hipótesis- legitimador de las conductas intervencionistas del Gobierno norteamericano en el Tercer Mundo. Dicho sea lo anterior sin mengua del ánimo furiosamente belicista que inflama todos los aspectos del capitalismo reaganeano). Que el armamentismo haya crecido desmesuradamente y actúe por sí mismo, como un Frankestein, con autonomía de los propósitos que lo originaron, es otro asunto que requeriría analizarse más a fondo. Ha crecido y se ha independizado tanto el armamentismo que lo más frecuente es que se le tome como causa y no como efecto de la crisis económica de Estados Unidos.
Por otra parte, la determinación de abatir progresivamente -hasta donde fuere posible- los gastos sociales, es decir, de disminuir la protección social a los débiles, revela una conducta congruente con la filosofía que justifica el triunfo del más fuerte, del más "apto", del mejor condicionado para una sociedad que intenta volver a regirse por las leyes de la selva del capitalismo salvaje. La revolución socioeconómica de los conservadores, desmanteladora del Estado de bienestar, extendida hoy por todas partes, se ajusta coherentemente con sus fundamentos filosófico-ideológicos.
Ya se dijo que la acción del reformismo capitalista (socialdemócrata) pareciera tener carácter cíclico y estar determinada por el vaivén de las crisis periódicas y las de transformación del capitalismo. "Podría considerarse que opera sobre ambas partes: con carácter benéfico coyuntural para los movimiento' obreros periódicamente aplastados y que, por lo mismo, son defendidos y fortalecidos por la socialdemocracia (por el reformismo capitalista); pero con carácter benéfico permanente para las clases sociales dominantes ya que propician la perpetuación del sistema al corregir el rumbo del capitalismo y devolverlo a la gran corriente evolutiva del proceso histórico,”(73).
Es preciso afinar los conceptos anteriores. Cuando se habla aquí de una clase obrera directamente beneficiada por el reformismo capitalista (el Estado de bienestar) se refiere a los trabajadores de los sectores monopolistas y estatal, el primero como producto de la modernización -en todos sentidos- de la sociedad capitalista contemporánea y el segundo como producto de la condición mixta -por la intervención del Estado- de la economía global de esa misma sociedad. En cambio el sector competitivo (las pequeñas y medianas industrias) sufre las consecuencias de la alianza, tácita o expresa, entre la clase empresarial y los grandes sindicatos tanto del sector monopolista como del sector estatal, ya que en este último los trabajadores organizados equiparan sus salarios y prestaciones con los del sector monopolista a costa del deterioro de los salarios en el sector competitivo. Los trabajadores del sector competitivo -débiles y constantemente debilitados económicamente- van engrosando por eso las filas cada vez más nutridas de los beneficiarios de la seguridad social (es decir, de los gastos sociales improductivos), con lo cual se benefician indirectamente en un Estado de bienestar. No es ocioso, como se comprende, hablar de una "aristocracia" obrera dentro de los movimientos obreros en las sociedades capitalistas contem poráneas.
Además de constituir uno de los elementos que provocan finalmente la bancarrota fiscal del Estado, el fenómeno económico que se acaba de describir determina algunas consecuencias políticas, de las cuales la principal pareciera ser la división de la clase obrera, amén de la corrupción política (para no hablar de la corrupción moral de los dirigentes sindicales) que desvirtúan los propósitos verdaderos perseguidos por la lucha de clases.
A esta doble opresión, ejercida por los empresarios y por las aristocracias obreras sobre los trabajadores más desvalidos -en el sector competitivo de las sociedades de capitalismo avanzado abundan los trabajadores no calificados: mujeres, niños, minorías étnicas, extranjeros indocumentados- habría que agregar la sobrexplotación que sufren los trabajadores en conjunto de las naciones colonizadas, quienes contribuyen, nacionalmente, a formar la plusvalía que las metrópolis arrancan a los países colonizados mediante el deterioro de los términos del intercambio. Ya se dijo en otra parte de este trabajo, pero no está de más repetirlo, que el salario de las naciones "asalariadas" consiste en los precios internacionales de las materias primas, las cuales experimentan fluctuaciones propias de acuerdo con vicisitudes del comercio internacional, de modo semejante a las fluctuaciones que sufren los salarios individuales dentro del ámbito nacional o regional.
Por supuesto que las conductas actuales profundamente egoístas de Estados Unidos -y cuando digo Estados Unidos incluyo su propia clase trabajadora- frente a las tribulaciones de las naciones "asalariadas" del Tercer Mundo -tribulaciones debidas sin duda alguna a la relación imperialista que une ambas partes- se justificarían, en última instancia e intemporalmente, por "el espíritu capitalista y la ética protestante"; pero se explican, en términos contemporáneos, por la apremiante necesidad de Estados Unidos (expresada en la reaganomía) de restablecer, cueste a quien le costare, su hegemonía económica y militar sobre el resto del mundo; hegemonía lesionada, a partir principalmente de los años setentas, por un complejo de fenómenos económicos y políticos sufridos por la potencia imperial. El restablecimiento del poderío económico ciertamente lo ha conseguido la reaganomía, aunque sobre bases tan endebles e inestables que muchos economistas la califican de artificial. En cuanto al poderío militar supremo, la última palabra tendría que decirla la Unión Soviética.
No es pos¡ble vaticinar, o al menos sugerir, el retorno del Estado de bienestar, sin referirse a la célebre Comisión Trilateral. Hace poco tiempo las relaciones entre los países industrializados no eran tan tensas y difíciles como son ahora. Su relativa armonía fue en parte resultado de las gestiones y actividades de la hoy relativamente oscurecida Comisión Trilateral. Esta Comisión, como es sabido, se formó por iniciativa privada en 1973. La integraron individuos de las aristocracias financieras y político-administrativas, de las universidades y de algunos centros de investigación muy conservadores, así como de importantes medios de comunicación masiva y uno que otro líder sindical cooptado. Como el nombre de la Trilateral lo indica, todos sus miembros vinieron de los tres núcleos rectores de la economía mundial: América del Norte -Estados Unidos y Canadá-, Japón y la Comunidad Europea.
La Comisión Trilateral constituye expresión objetiva de la evolución del capitalismo mundial en nuestro momento.
Responde plenamente al predominio presente del capital financiero sobre el industrial y, por ende, al auge de la Banca privada internacional. (Puede afirmarse, entonces, que el ca pitalismo es hoy más especulativo que productivo). La Trilateral responde, también, a la necesidad de establecer estrategias comunes en escala planetaria, en función de los intereses del capital privado trasnacional y del fenómeno más característico del capitalismo en su actualidad: su trasnacionalización creciente. Sobre todo, la Trilateral responde a la amenaza surgida desde el seno mismo de las Naciones Unidas, en cuya Asamblea General han ido ganando fuerza y poder los Estados nacionales tercermundistas en lucha por su liberación económica, su independencia política y su estabilidad social.
No fue nada casual que la propuesta conciliatoria conocida bajo el nombre de "Informe Brandt" sobre las relaciones Norte-Sur haya tenido como arranque la relación personal entre Robert MacNamara, presidente del Banco Mundial de entonces, y connotado trilateralista, y el presidente de la reformista Internacional Socialista, Willy Brandt
Puede decirse que la Comisión Trilateral nació, fundamentalmente, para atenuar la inevitable competencia comercial entre las potencias más industrializadas ávidas de mercados, y poder presentar, entonces, un frente más o menos homogéneo ante los crecientes y peligrosos movimientos de liberación del Tercer Mundo. Sin el dominio y la explotación del Tercer Mundo se tambalearía el Primer Mundo, ya que aquél constituye para éste su mercado cautivo o irremplazable, su abastecedor de materias primas y, sobre todo, su fuente inagotable de fuerza de trabajo casi regalada y de plusvalía generada internacionalmente.
Fue la Comisión Trilateralla que llevó al poder al trilateralista (y ¿casi socialdemócrata?) James Carter en Estados Unidos, y fue James Carter quien propició que la Comisión Trilateral tomara la dirección de los asuntos mundiales. Durante su predominio se logró entendimiento entre los tres grandes núcleos de la economía mundial; se intensificó la interpenetración financiera y comercial en los propios países industrial izados por medio de sus respectivas empresas trasnacionales; se puso mayor atención a las relaciones entre los llamados Norte y Sur y se relegó a segundo término el conflicto Este-Oeste; se perfiló un nuevo orden económico capitalista mundial, basado en una nueva división internacional del trabajo y favorecedor de la nueva expansión del capitalismo.
Dicho sea no tan de paso, los dos últimos presidentes norteamericanos representan dos maneras de facilitar o dirigir la evolución capitalista hacia su fase de plena trasnacionalización. James Carter, paladín del proyecto trilateral, favoreció la labor de empresas y conglomerados trasnacionales lo mismo se tratara de trasnacionales norteamericanas que de europeas o japonesas, con lo cual se creaba un clima de entendimiento entre todas las potencias capitalistas. Reagan favorecía -y en esto consistió su "nacionalismo"- las empresas trasnacionales de matriz propiamente norteamericana; así, durante su Administración -y no obstante su retórica neoliberal- medidas proteccionistas en el comercio internacional y otras de tipo financiero-económicas exacerbaron las diferencias y los conflictos entre las potencias capitalistas, ya no tan aliadas y al borde de una franca guerra comercial.
De aquí la incongruencia de su retórica liberal, ya que exigía libertad irrestricta en su comercio con los países del Tercer Mundo y libertad "aceptable" en su comercio con los otros países industrializados, mientras cerraba o amenazaba con cerrar sus fronteras a los productos de otros países. (A últimas fechas, y dando un gran viraje, Ronald Reagan se ha autoproclamdo campeón del libre comercio mundial, lo que resulta más congruente con su filosofía política neoliberal).
Por su parte, el Partido Demócrata asume en la actualidad una posición francamente proteccionista que contradice las posiciones trilateralistas que asumió el presidente también demócrata James Carter Necesitaríamos ahondar más el análisis respecto a la economía norteamericana en estos momentos antes de abandonamos a una fácil justificación de tipo político-electoral en la coyuntura para explicar aquella aparente contradicción. Contradicción que ya no lo será tanto si recordamos que -como lo asegura G. Myrdal- "el Estado benefactor democrático de los países ricos del mundo occidental es proteccionista y nacionalista" (*1).
Volviendo a los aparentes virajes de los partidos políticos norteamericanos puedo afirmar -por ahora intuitivamente, aunque no dudo de la existencia de estudios sistemáticos al respecto- que los norteamericanos reaccionan políticamente en buena parte de acuerdo con intereses económicos muy precisos. De aquí que el partido cuyos proyectos económicos coyunturales coincidan con el crecimiento y expansión del capitalismo en una determinada época sea el triunfador en los comicios de esa época, casi independientemente de su filosofía política propia y permanente. De igual forma muchísimos votantes abandonan un partido cuando éste pierde "momento" en el desenvolvimiento del capitalismo.
Las reflexiones anteriores sobre el trilateralismo en Estados Unidos cobran sentido en el presente trabajo ya que, de retornar el auge del Welfare State en aquel país, será -indudablemente- bajo una Administración demócrata, y no republicana. El retorno del Partido Demócrata al poder dependerá de las necesidades perentorias del capitalismo en ese momento para seguir creciendo y expandiéndose.
Para terminar este capítulo en donde comento el posible retorno del Estado de bienestar (o de su nuevo predominio) haré mías las palabras de Gunnar Myrdal con las que definía el Estado de bienestar futuro tal como él lo imaginaba en los años sesentas: "Insistiré en la pertinencia del Estado utópico, descentralizado y democrático [yo añadiría “desburocratizado”] en el que, dentro de los límites de una política general cada vez más eficaz [lo que él llama “planificación” o “coordinación”] formulada por toda la comunidad nacional, los ciudadanos mismos asumen cada vez en mayor grado la responsabilidad de organizar su trabajo y su vida por medio de la cooperación y el acuerdo locales y provinciales sólo con el minimum necesario de intervención directa del Estado. Esta utopía es, según creo, una meta real. Es inherente a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que son las fuerzas impulsoras definitivas que están detrás del desarrollo del Estado benefactor democrático contemporáneo. Si hacemos más explícita la ideología del Estado benefactor, es decir, si aclaramos nuestra dirección y nuestros objetivos, esta utopía se destacará como nuestra meta práctica"· (*2).
Juzgada casi treinta años después, la utopía de Myrdal no parece irrealizable, ya que, como producto dialéctico del conflicto actual entre políticas económicas y filosofías sociales contrarias, puede esperarse que un nuevo Estado de bienestar adopte elementos positivos del neoliberalismo de nuestros días; elementos tales como una racionalización del gasto público (aunque más lógica y menos ideologizada); una desburocratización (pero más a tono con las causas que propician el crecimiento burocrático y menos con las consecuencias de la excesiva burocracia); una descentralización del poder político y de la economía global. Todo esto basado en una mayor madurez ciudadana de los individuos, tal como se desprende del pensamiento de Myrdal.
Notas
(63) Centro de Estudios sobre América, Lecturas No.7. Estudio sobre la socialdemocracia en América Latina, La Habana, abril de 1981.
(64) Arthur Schlesinger, en un artículo en el que afirma que "la ideología reaganista y!a popularidad de Ronald Reagan flotan en una ola de prosperidad económica precaria. The New York Times, reproducido por Excélsior en su página financiera el 16 de julio de 1986.
(65) Antonio Negri, "John M. Keynes y la teoría capitalista del Estado en el 29", revista Estudios Políticos, Nueva época, vol.5, julio-diciembre, 1986, NO.3-4, UNAM.
(66) Donald A. Nichols, profesor de economía en la Universidad de Wisconsin-Madison y exsubsecretario del Departamento Norteamericano del Trabajo, "Monetarlsmo: tiempo de emprender la retirada", articulo publicado en National Policy Papers y reproducido por la revista Contextos, año 3, Nos.29-30, 1982.
(67) Ibidem.
(68) David A. Stockman, Op.cit.. p.394.
(69) A. Gunder Frank, articulo ya citado en la revista Nueva Sociedad
(70) Arthur Schlesinger, The cycles 0f American History, citado en la revista Contextos.
(71) Leonard Silk, Op.cit.
(72) A. Gunder Frank, artículo ya citado en la revista Nueva Sociedad
(73) Sol Arguedas, Presencia y acción de la socialdemocracia en América Latina, ponencia presentada en el 11 Congreso de Economistas del Tercer Mundo, La Habana, abril de 1982.
(*1) G. Myrdal, Op. Cit. P.168
(*2) G. Myrdal, Op. Cit. P.106

EL ESTADO DE BIENESTAR EN CONFLICTO (Publicado en 1988)

El Estado de bienestar es el “enemigo”

Una visión global de los acontecimientos mundiales, más el conocimiento de algunos análisis económicos confiables, me convence de que no es otra cosa sino la necesidad de revitalizar la tasa de ganancias lo que impulsa la frenética búsqueda -no importa lo brutales que puedan resultar los medios utilizados- del restablecimiento del "libre juego de las fuerzas del mercado", cuya efectividad, de acuerdo con los ideólogos del neoliberalismo económico, fue seriamente lesionada por la acción modificadora del Estado de bienestar.
Es oportuno recordar al economista norteamericano Paul A. Samuelson: "Mi tesis -dice- es que la stagflation, [inflación con recesión] es una característica intrínseca de la economía mixta [ ... ] y descubro sus raíces en el interior de la naturaleza básica del 'Estado de bienestar' moderno [ ... ] En resumen: atribuyo dicho fenómeno de la economía mixta al hecho de que ahora tenemos una sociedad humana en donde al desempleo y al receso industrial no se les permite tener repercusiones en la baja de precios y salarios, características del cruel y despiadado capitalismo de los libros de historia,,(47). (Subrayados míos). (*1)
Para justificar principios teóricos que, desde el punto de vista de los capitalistas, explican génesis y superación de las crisis, los partidarios del neoliberalismo económico consideraron necesario destruir el Estado de bienestar, ya que, además de modificar la naturaleza del capitalismo, constituye -según ellos- serio obstáculo para la producción de la riqueza.
Se puede afirmar que estamos presenciando la culminación del paulatino divorcio entre el liberalismo económico y el liberalismo filosófico-político. Dice el investigador Gonzalo Varela: "Desde mediados del siglo XIX la realidad puso en duda también el pretendido antagonismo entre el desarrollo económico y la injerencia estatal. Más definitiva aún fue la escisión que estableció un poco más tarde la presencia del capital monopólico entre liberalismo económico y liberalismo social y político, dos términos que parecían no sólo asociados históricamente, sino producidos el uno por el otro" (48).
La destrucción del Estado de bienestar es punto focal de la reaganomía, cuyo propósito -devolver a la iniciativa privada el predominio y el control de la economía-, traspasa las fronteras nacionales para convertirse en el principal producto de exportación ideológica norteamericana en estos momentos. Y para destruir el Estado de bienestar es preciso destruir la fuerza que lo sostiene: la de los trabajadores organizados.
Un valioso apoyo a esta afirmación encuentro en Paul A. Samuelson, quien dice: "Leyendo a Schumpeter entre líneas creo observar que la misma solución planteada por ellos [Wilfrido Pareto y GeorgeSorel] estaba tácitamente en su mente [ ... ] A lo que me estoy refiriendo es, desde luego, a la solución fascista. Si la eficiencia del mercado es políticamente inestable, entonces los simpatizantes del fascismo concluyen: “libérense de la democracia e impongan a la sociedad el régimen de mercado”. No importa que los sindicalistas deban ser castrados y los molestos intelectuales enviados a la cárcel o al exilio [ ... ] Por decir algo: si Chile y los Chicago boys no hubieran existido, hubiéramos tenido que inventarlos como paradigmas,,(49).
Una clase obrera con buenas defensas sindicales (como las que ella construye en un Estado de bienestar) es demasiada resistencia para los dueños del capital, quienes necesitan cumplir con el procedimiento restablecedor o incrementador de la tasa de ganancias. Procedimiento ya conocido por nosotros y que verificamos diariamente con las noticias procedentes del Norte: ramas enteras de la industria tradicional que se tornan obsoletas ante la pujanza de nuevas tecnologías, o por la aparición de ramas industriales que hasta hace poco considerábamos propias de la ciencia-ficción; dramáticos despidos en masa de trabajadores, especialmente de la mano de obra no calificada; inflación que no obstante sus temporales bajas sigue cumpliendo la función concentradora de capital; empresas medianas y en pequeño en quiebra agobiadas por el alto costo del crédito financiero (*2). Todo eso que a corto, mediano o largo plazos se resuelve en incremento de la plusvalía arrancada a los salarios de los trabajadores no despedidos y de las naciones "asalariadas" que siguen cumpliendo las obligaciones impuestas por el sistema financiero internacional.
En otro orden de ideas podría afirmarse que el financiamiento para la gran transformación tecnológica de hoy y la consecuente reconversión o redespliegue industrial en los países de capitalismo avanzado -especialmente en Estados Unidos- exigió y sigue exigiendo una necesaria "revolución financiera" (lo que desde otra perspectiva definiríamos como predominio del capital financiero sobre el productivo), que produjera y siguiese produciendo una mayor concentración del capital; ésta, a su vez, se facilita con un nuevo patrón o modelo de acumulación y todo es posible únicamente si se rompe el Estado de bienestar, cuya organización sociopolítica, su base económica y su filosofía moral impiden los excesos de aquella explotación desmesurada de la fuerza de trabajo -desmesurada en términos convencionales, no del monto de la plusvalía- tan necesaria en la actualidad para el desarrollo ulterior del capitalismo. El Estado de bienestar, aunque capitalista, implica la existencia de una sociedad más humana.
Se entiende, pues, que la imposición de políticas económicas neoliberales exija un previo o simultáneo debilitamiento de los sindicatos y de todo aquello que exprese la fuerza del movimiento obrero organizado, el cual, como se sabe, aunque manipulado es baluarte del Estado de bienestar.
Lo que quiso decir el economista y premio Nobel Paul A. Samuelson, con sus palabras recién citadas, es que el Estado de bienestar (con su clase obrera organizada, su sindicalismo poderoso) obstaculiza la acumulación acelerada que necesitan los capitalistas en determinados momentos para aumentar o restaurar la tasa de ganancias disminuida por una crisis (una crisis de sobreproducción), cosa que procuran hacer provocando deliberadamente una recesión en la economía para bajar los precios y para despedir trabajadores (para disminuir el monto de los salarios). Se comprende que esto último lo impide la defensa sindical; de aquí la periódica y necesaria agresión del capital al trabajo.
Hasta aquí la fórmula había funcionado bien a los capitalistas: la recesión provocada terminaba por vencer la inflación; pero con gran desconcierto para todos, en esta crisis actual apareció un fenómenó aberrante e inédito hasta aquí: la estanflación (stagtlation) que no es otra cosa sino la suma de la inflación y la recesión. Según Samuelson este fenómeno aberrante se debe a la existencia del Estado de bienestar. iGuerra, pues, al Estado de bienestar! Esto es, precisamente, lo que está ocurriendo en nuestro momento: la derrota del sindicalismo, de la clase obrera, de las fuerzas del trabajo, al perder esta batalla de ahora en la interminable e histórica lucha de clases.
"La revolución reaganeana, tal como yo la había definido -dice David Stockman, quien se autodefine como uno de los arquitectos de dicha revolución económica- requería de un asalto frontal al Welfare State [norte]americano [ ... ] Consecuentemente, había que destrozar o modificar drásticamente el esfuerzo de" cuarenta años de promesas, subvenciones, derechos y redes de seguridad social decretados por el Gobierno Federal para cada componente y cada estrato de la sociedad [norte]americana. Una verdadera revolución de la política económica significaba riesgos y combate político mortal contra todas las fuerzas electorales de la generosidad washingtoneana: recipiendarios de la seguridad social, veteranos, granjeros, educadores, oficiales locales y estatales, la industria de la vivienda y muchos más,(50).
Ya se ha comentado lo que es la hipótesis central de este trabajo; hora es de describir el contexto en el que se inserta. Cuando se habla aquí de "revolución financiera" no se está indicando únicamente lo que se desprende de la privatización en gran escala de empresas públicas en los países capitalistas; también se está señalando la succión de recursos financieros de todo el mundo que realiza Estados Unidos mediante sus apetecibles tasas de interés; del pago de la criminal deuda externa de los países sobrexplotados, y del fortalecimiento de la gran Banca privada internacional, tanto por quiebras de unos bancos y fusiones de unos con otros más débiles, como también por haber sustituido los bancos privados, en sus funciones crediticias, a las instituciones públicas (Gobiernos, FMI, BIRF o Banco Mundial, BID) que antes refaccionaban a los países necesitados con créditos más blandos, en condiciones menos usurarias.
Cuando se habla aquí de un nuevo patrón o modelo de acumulación se tiene en mente las gigantescas corporaciones trasnacionales -expresión objetiva del fenómeno de trasnacionalización del capital- cuya participación en el mercado mundial es ya hegemónica y cada vez mayor su adueñamiento de los aparatos productivos nacionales.
No podemos dejar de comentar, dentro de esta somera revisión del contexto o panorama internacional, que el proyecto de defensa espacial antibalística, conocido como "guerra de las galaxias" -el más gigantesco negocio estadunidense desde el Plan Marshall- es el desarrollo lógico y la proyección ilimitada del modelo reaganeano para echar sobre los hombros ajenos el peso de la crisis y para lograr el crecimiento de la economía norteamericana: la carrera armamentista como base para actuales y futuros negocios fabulosos, fabulosos como no se había visto jamás. Que tal modelo económico es financiado a costa del Welfare State en el propio Estados Unidos y a costa también de la ruina y el sufrimiento del Tercer Mundo, y aun de lesionar las economías de la Comunidad Europea si éstas no se asociaran con el gran negocio de la "guerra de las galaxias", es asunto que va penetrando cada vez más en la conciencia de la humanidad. "En un mundo cada vez más interdependiente, las políticas económicas que tienden a dar servicio a los intereses de un país pueden causar estragos en los demás [ .. ] el proteccionismo y otras políticas de 'arruinar al vecino' podrían provocar otra depresión mundial,(51).
Son todos los fenómenos ya señalados los que, como ya se dijo, se relacionan entre sí y con el fenómeno global que se conoce bajo el nombre de Estado de bienestar. Se puede demostrar cómo convergen aquellos fenómenos del capitalismo actual -lIamémoslo reaganeano- hacia una severa agresión a las conquistas sociales conseguidas en el transcurso de las luchas de la clase obrera y de las fuerzas populares, por una parte, y, por otra, toleradas por un capitalismo reformista, a cuyas necesidades respondieron en la coyuntura.
¿POR QUÉ FRACASA (O ES DERROTADO) EL ESTADO DE BIENESTAR?
Bastó el agravamiento de la crisis de los años setentas para mostrar cómo las conquistas sociales, logradas durante el largo reinado de la socialdemocracia en Europa y durante el fortalecímiento del Welfare State en las Administraciones demócratas en Estados Unidos, tenían por fundamento el auge de las ganancias durante ese prolongado florecimiento del capitalismo. Al empezar a secarse las fuentes del financiamiento de la gran obra social, la crisis consiguiente inició el desmoronamiento (relativo) del pretendido "socialismo" de los socialdemócratas en Europa y de los proyectos de mayor participación en la conducción de su sociedad de los trabajadores de Estados Unidos.
El Estado de bienestar, que había, incluso, "dulcificado" las crisis menores o periódicas del capitalismo, probó no tener defensas frente a una crisis mayor de restructuración, es decir, una crisis que tocara las estructuras capitalistas. Se esfumaron los mitos de la "desaparición" de las crisis en el capitalismo y de la "equivocación" del marxismo respecto a ellas, mitos que fueron populares durante el prolongado auge económico.
Éxitos y fracasos intrínsecos del Estado de bienestar o socialdemocracia -sus posibilidades y limitaciones- se vieron expuestos como nunca antes a la luz de la crítica por la intensidad y duración de esta crisis actual.
En nuestros países -muy especialmente en México se vilipendió el término "populismo" hasta el punto de imponerle una gran carga peyorativa al concepto mismo, ya que se le equiparó a "desorden, corrupción y demagogia", lo que obstaculizó, y sigue haciéndolo, la comprensión del fenómeno populista como expresión latinoamericana del reformismo capitalista, y del Estado patriarcal como equivalente -en el mundo subdesarrollado- del Estado de bienestar o de la socialdemocracia de los países de capitalismo avanzado. "Para 1973 -informan los investigadores Germán Pérez Fernández del Castillo y Samuel León- el Estado mexicano había aumentado su participación en el PIB a más del doble: del 9% al 20%, por lo que el empresariado no sólo habló de una abierta agresión a sus “espacios naturales”; la inversión privada como eje y motor económico nacional se vio, según sus líderes, amenazada. De las palabras pasaron a los hechos: sacaron del país casi cinco mil millones de dólares y constituyeron el Consejo Coordinador Empresarial (CEE) con el objeto de aglutinarse en defensa de sus intereses. En ese entonces surgió también un recurso inesperadamente eficiente: la política del rumor como arma desestabilizadora y agente deslegitimador .[…] Con José López Portillo los conflictos y tendencias se agudizaron [se amplió] la política de bienestar (FONATUR, COPLAMAR, SAM, crecimiento del IMSS-COPLAMAR, CONASUPO-COPLAMAR y otras instituciones) El Estado elevó su participación en el PIB del 20% al 49% [ ... ]"(52).
La campaña de descrédito personal en contra de los populistas presidentes Echeverría y López Portillo tuvo como propósito aceitar la maquinaria para facilitar el funcionamiento del nuevo proyecto basado en el neoliberalismo económico del conservador presidente De la Madrid.
¿Por qué fracasa -o es derrotado- el Estado de bienestar? Simplemente porque un Estado social que tuvo (que tiene) cada vez más obligaciones de prestar servicios -por simple aumento de la población o por mayor apetito de los ya beneficiarios- debería haber contado (debería contar) en su haber con todos los ingresos de la economía nacional. Y no fue (no es) así.
El capital monopolista ha logrado socializar sus déficit periódicos, amén de disfrutar de la socialización de los gastos de la infraestructura (inversión social); lo que nos permite llegar al verdadero nudo del problema. Este no es otro que la contradicción capitalista entre una producción cada vez más socializada y una apropiación de sus beneficios cada vez más privada (por la propiedad privada de los medios de producción). De aquí que los capitalistas favorezcan todo aquello que signifique socializar los costos del capital, pero impidan tenazmente la socialización de sus beneficios. A este respecto James O'Connor pone como ejemplo el apoyo de los capitalistas al seguro de enfermedad; pero su oposición en cambio a la medicina socializada; otro ejemplo sería el apoyo a los programas federales de carreteras y su oposición a las compañías constructoras administradas por el Estado (53). Los capitalistas se oponen en general al establecimiento de empresas estatales y periódicamente rugen exigiendo la privatización de las que existen.
A causa de la apropiación privada de los beneficios de la producción el Estado interventor -en las condiciones actuales- no tuvo ni tiene otro futuro -a pesar de sus buenas intenciones- que la bancarrota fiscal(54).
Podría pensarse que el Estado de bienestar neutralizaría muchas de las causas de su crisis fiscal si sólo mantuviera los gastos estatales en el renglón del capital social, es decir, en la inversión social (por ejemplo la infraestructura industrial) y en el consumo social (por ejemplo ciertas mejoras en las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora activa organizada, porque aumenta el poder de reproducción de la fuerza de trabajo), y, en cambio, redujera al mínimo los gastos estatales en el renglón de los gastos sociales (por ejemplo la asistencia social a los trabajadores en paro). Lo anterior se explicaría por el carácter productivo -aunque indirecto- que tiene el capital social (inversión social y consumo social) y por el carácter improductivo de los gastos sociales. El primero incrementa, a la larga, los beneficios porque incrementa la productividad del trabajo; los segundos, no(55).
Lo que se acaba de comentar explicaría en parte la retórica del discurso ideológico conservador o reaccionario cuando se lanza contra lo que llama Estado "obeso" o "hipertrofiado". Las declaraciones periodísticas, radiotransmitidas o televisadas de los ideólogos de la derecha -por lo menos de los más sutiles o avisados- muestran cómo sus ataques se enderezan, por lo general, especialmente contra los gastos sociales -los que, no obstante, son los que legitiman el Estado capitalista ante los ojos de la mayoría- y no contra el capital social (inversión y consumo sociales), ya que este último mantiene o crea condiciones favorables para la rentabilidad del capital privado, es decir, favorece la acumulación privada.
Ahora bien: si el Estado de bienestar o Estado social -al que también denominan Estado asistencial- redujera sus gastos sociales por improductivos (ajustándose más a la lógica capitalista), se negaría a sí mismo y habría de perder mucho de la justificación moral y de la sustentación filosófica que lo hacen tan atractivo para grandes masas trabajadoras, militantes o no en partidos políticos reformistas, en el mundo capitalista.
Pese a la retórica derechista o conservadora en contra del Estado interventor, una verdad se impone: "El crecimiento del sector monopolista requiere que el Estado destine medios cada vez mayores a gastos sociales,,(56). Y durante un período determinado del proceso de desarrollo del Estado de bienestar -que coincide con el auge económico los capitalistas han aplaudido, no menos que los sindicatos, los gastos sociales estatales. De hecho -lo afirma O'Connor- "el crecimiento del sector estatal y del gasto estatal se convierte, cada vez más, en la base del crecimiento del sector monopolista y de la producción total,,(57).
¿Es, entonces, hipócrita el discurso conservador? En buena parte sí lo es, aunque habría que abonarle en su crédito el hecho del deterioro creciente del Estado de bienestar que le va mermando condiciones favorables para la acumu· lación privada, con lo que va preparándose así el camino para la inevitable reacción, es decir, la entronización del neoliberalismo económico y del darwinismo social. Se puede afirmar, en general, que los conservadores aborrecen la intervención del Estado cuando ésta aminora las penalidades en el renglón trabajo, y la aplauden cuando el Estado trabaja en favor del capital. El Estado a veces actúa en contra de los intereses de una o de varias unidades de capital, lo que no obsta para que vele siempre por los intereses del capitalismo en general (del capital como género).
Dicho sea de paso, aunque no por eso sea menos importante, cuando se establecen las causas del conflicto interno que se produce en el Estado de bienestar propiamente dicho, se describe, implícitamente, la contradicción que se diría fundamental de la socialdemocracia (en general de la propuesta socialdemócrata): no se puede llegar al socialismo sin romper en algún momento la lógica y las estructuras económicas capitalistas, y, evidentemente, esto último no tienen intención de hacerlo los socialdemócratas, por lo menos no a corto ni a mediano plazos. Por eso lo que constituye su bandera propiamente dicha, el "socialismo democrático", es, ciertamente, democrático (en sentido capitalista), pero no es socialismo; lo que ellos tratan de lograr -y lo han logrado- es una sociedad con un alto grado de seguridad social, grado que tiende a convertirse en el máximo permitido por las estructuras capitalistas; pero que se desmorona casi del todo cuando se agota su verdadera fuente de financiamiento -el auge económico- y sobreviene la crisis fiscal del Estado de bienestar. La crisis finalmente se resuelve en bancarrota. (La economista Ifigenia Martínez opina que el Estado nunca llega al extremo de la bancarrota ya que posee "la maquinita de hacer dinero". Sin embargo, todo tiene sus límites -hasta el fabricar dinero- y la bancarrota no necesariamente tiene que ser declarada formalmente: puede manifestarse en múltiples formas).
El siguiente paso en esta catástrofe es la entronización -con el consenso popular- de la reacción conservadora (para lo cual ayuda, pero no es determinante, una sonrisa al estilo de Ronald Reagan). Esta ha sido la experiencia reciente en diferentes países. La bancarrota del Estado social o interventor pareciera entonces explicar la necesidad de allegarse fondos públicos mediante la privatización (venta a particulares) de empresas públicas; necesidad económica real que apareja su consiguiente discurso ideológico reaccionario (la revolución "derechista"). Los demás elementos de la reacción conservadora -tanto en la economía como en la filosofía política y en la política propiamente dicha- van apareciendo y justificándose a medida que se avanza en la lucha contra la baja rentabilidad del capital (de la tasa decreciente de ganancias) y aparece la necesidad de modernizar la producción capitalista (por medio de la innovación tecnológica y de la consiguiente reconversión industrial; del despido de empleados "innecesarios" y de la "liberalización" del mercado de trabajo).
Los mitos del reformismo
No obstante las grandes ventajas que aporta el Estado de bienestar al progreso (desarrollo) social, son reveladoras las tesis de Ernest Mandel acerca de "los grandes 'mitos del reformismo". Niega toda "democratización" de la carga fiscal. Dice: "En régimen capitalista no se ha producido nunca una verdadera y radical distribución de la renta nacional mediante el impuesto, uno de los grandes “mitos” del reformismo,(58).
Además de considerar la facilidad con que el Estado se beneficia de los capitales líquidos importantes colocados en fondos del propio Estado por las Cajas o instituciones de Seguridad Social, Mandel llega al nudo de la cuestión: "El conjunto de las cantidades entregadas a las Cajas de Seguridad Social -ya sea por los patronos, ya por el Estado, ya por retención de los salarios de los mismos obreros- constituye simplemente una parte del salario, un 'salario indirecto' o 'salario diferido'. Es el único punto de vista razonable que, además, concuerda con la teoría marxista del valor, puesto que, efectivamente, hay que considerar como precio de la fuerza de trabajo el conjunto de la retribución que el obrero percibe a cambio de ella, sin que importe que le sea entregada directamente (salario directo) o más tarde (salario indirecto o diferido),,(59).
Abundando en la opinión de Mandel, lan Gough ofrece la siguiente información: "Los servicios sociales en Gran Bretaña han sido progresivamente considerados por los movimientos obreros como parte integral de los salarios, parte que debe ser defendida e incrementada en la misma forma que los salarios en dinero. Configuran un salario social aportado colectivamente por el Estado o por otro organismo,,(60).
Milton y Rose Friedman, también enemigos del Estado de bienestar -aunque desde trincheras opuestas a las de Mandel- calculan la continua disminución del número de trabajadores activos necesarios para financiar los servicios sociales de los que goza un número en aumento de trabajadores pasivos. Llegan a la conclusión de que cada vez es más pesada la carga sobre los hombros de los trabajadores activos en un Estado de bienestar. Dicen: "Los problemas financieros a largo plazo de la seguridad social se derivan de un solo hecho: el número de individuos que recibe pago del sistema ha aumentado y continuará creciendo a un ritmo mayor que la cifra de trabajadores cuyos salarios pueden estar sujetos a la imposición para financiar esos pagos. En 1950, por cada perceptor, había 17 trabajadores; en 1970, sólo 3; a principios del siglo XXI, si continúa la tendencia actual, habrá 2 en el mejor de los casos [ ... ] Al comienzo de la nueva era todo parecía bien; los individuos que habían de beneficiarse eran pocos y los contribuyentes que podían financiar dichos programas eran muchos, de modo que cada uno pagaba una pequeña cantidad que proporcionaba beneficios significativos a unos pocos que lo necesitaban. En la actualidad todos nosotros estamos financiando unos programas con un bolsillo, para recibir dinero -o algo que el dinero podría comprar- con el otro,(61).
Los datos de los Friedman nos hacen volver a Mandel para seguir en la búsqueda del meollo de la crisis del Estado de bienestar: "Las Cajas del seguro de enfermedad, de accidentes, no están basadas en el principio de la 'recuperación individual' (cada cual recibe lo que ha entregado o lo que el patrón o el Estado ha entregado por él) sino sobre el principio del seguro, es decir, de la media matemática de los riesgos, es decir, de la solidaridad: los que no sufren accidentes pagan para que los accidentados puedan quedar completamente cubiertos". Por eso para Mandel una verdadera distribución de la renta nacional en favor de los asalariados sólo puede lograrse mediante "la transformación de la seguridad social en servicios nacionales (de la salud, del pleno empleo, de la vejez) financiados por el impuesto progresivo sobre las rentas". (Subrayados del autor). En otras palabras, lo que propone Mandel es "la sustitución del principio de solidaridad [de clase] limitada a la clase laboral, por elprincipio de solidaridad ampliada a todos los ciudadanos"(62).
Las afirmaciones de Mandel nos proporcionan una punta del hilo para desenredar la madeja. Nos ha demostrado que la seguridad social se financia mediante la solidaridad interclase trabajadora; pero los datos aportados por los Friedman nos advierten de la ya inminente sqturación de dicha solidaridad. Y que esto ocurra pronto es temor bien fundado de nerviosos capitalistas (o de sus ideólogos). Por que para entonces el progresivo aumento de las conquistas sociales y, por ende, de la fuerza política de sindicatos y otras organizaciones laborales en una socialdemocracia o Estado de bienestar incrementarían peligrosamente las presiones de los asalariados en pos de una más justa distribución del ingreso, hasta llegar a gravar las sacrosantas ganancias del capital. He aquí, pues, una buena justificación -entre otras- para que los capitalistas enarbolen banderas neoliberales y declaren guerra a muerte al Estado benefactor.
Para aceptar plenamente aquella tan atractiva idea como es la de Mandel, tendríamos que estudiar primero la composición y el tipo de los crecientes impuestos durante el desenvolvimiento del Estado de bienestar en las sociedades capitalistas avanzadas, y determinar si dichos impuestos gravan o no las utilidades del capital. A pesar de los refinadísimos métodos que ha adquirido el fraude contra el fisco, es indudable el aumento de la imposición fiscal en países que han construido un Estado de bienestar. Pero el punto no es ése, sino otro, y no es cuestión de valorarlo cuantitativamente sino cualitativamente. Para quien considere que no existe ni existirá jamás un salario "justo" ya que la injusticia radica en la existencia misma de un "salario", tampoco puede aceptar que haya una ganancia "lícita" que sea producto del trabajo ajeno: es inmoral por principio. Se comprende que me estoy refiriendo tanto al fundamento económico del capitalismo como al fundamento ético del socialismo.
Bajo este orden de ideas, el "salario indirecto" o "diferido" mencionado por Mandel tendría que ir creciendo progresivamente hasta absorber las ganancias capitalistas. Esto sería el desarrollo lógico del "socialismo democrático" de los socialdemócratas. Como en la vida real esto no ocurre así -por razones obvias- el reformismo encuentra pronto sus propios límites dentro de la permisibilidad capitalista, cuando empieza a declinar el auge económico -pleno empleo prolongado, alzas salariales, tasa media de ganancias satisfactoria-, auge económico durante el cual se financian fácilmente reformas sociales favorables a los asalariados en un Estado de bienestar o socialdemocracia.
La experiencia actual nos demuestra que tales reformas no son irreversibles del todo. La tónica político-económica en estos precisos momentos se caracteriza por un escandaloso desempleo, reducción de salarios reales, alza de los precios de los bienes salario, recortes en la seguridad social etc. (Todo eso que constituye "la rebelión de los ricos contra los pobres", como repitiera en un discurso suyo el político mexicano Jorge de la Vega Domínguez, quien, como otros tantos políticos semejantes, ha dado un viraje hacia la defensa de las políticas económicas neoliberales).
Ahora bien: mientras no se decidan a gravar las utilidades del capital -con verdadero espíritu de justicia socialmediante reformas fiscales a fondo, los reformistas no revolucionarios se ven expuestos a soportar déficit crecientes en los presupuestos nacionales de sus respectivos países, para financiar parte de la seguridad social y de otras conquistas sociales como la educación pública y la elevación de la calidad de la vida en general dentro de un Estado de bienestar. Es oportuno señalar que la determinación de financiar el desarrollo con créditos externos -en vez de optar por una efectiva reforma fiscal interna- llevó a los Gobiernos "populistas" (equivalentes latinoamericanos del reformismo capitalista) a incrementar sus respectivas deudas externas hasta llegar a los dramáticos niveles a los que se ha llegado hoy.
Notas:
(47) Paul A. Samuelson, conferencia magistral que bajo el titulo La economía mundial a fines del siglo presentó en el VI Congreso Mundial de Economistas, en agosto de 1980, en la ciudad de México.
(*1)Con lo que Samuelson no contó entonces fue con el éxito posterior de la ofensiva reaganeana-thatoheriana contra el Estado de bienestar.
(48) Gonzalo Varela, "Trasnacionalización y política", revista Comercio Exterior, vo1.32, No.l, julio de 1982.
(49) P. A. Samuelson, Op.cit.
(*2) Ya no sólo somos testigos de lo que ocurre en el Norte. La crisis golpea ahora, con inusitada saña, también al Sur: México sufre la peor crisis económica de su historia después de la revolución.
(50) David Stockman, The Triumph 01 Politics. Why the Reagan Revolution failed, Harper and Row, 1986, p.8. [Traducción de la autora]
(51) Leonard Sil k, comentarista polftico de The New York Times, en un articulo reproducido en la página editorial de Excélslor el 23 de julio de 1986.
(52) Germán Pérez Fernández del Castillo y Samuel León, en un articulo de próxima publicación titulado México: en busca de la legitimidad perdida.
(53) James O'Connor, Op.cit., p.65.
(54) James O'Connor, en su libro citado, dibuja con precisión las lineas fundamentales del cuerpo económico del Estado de bienestar y demuestra cómo llega éste al desa· juste estructural entre los ingresos y sus gastos, es decir, a la bancarrota fiscal
(55) El concepto central y la terminología usados aquí los tomé de O'Connor en su libro citado,
(56) O'Connor, Op.cit., p.59.
(57) Idem, p.28.
(58) E. Mandel, Op.cil., p.95.
(59) Idem, p.92.
(60) lan Gough, Op,cil., p.269
(61) Miltan y Rase Friedman, Libertad de elegir, 1981, pp.153-165-166
(62) Ernest Mandel, Op.cit.

El Estado de Bienestar. Caracterizacion. (publicado en 1988)

Decir Estado de bienestar equivale a decir fortalecimiento del poder adquisitivo del salario y ampliación del mercado consumidor, en sentido económico; a decir democracia representativa avanzada -no obstante el fuerte corporativismo que lo caracteriza-, en sentido político; equivale también a decir aumento sensible de la seguridad social y ensanchamiento y complejidad de las capas medias, en sentidos social y sociológico, y a decir intento de solidaridad humana, en sentido moral.
Si categoría económica, el Estado de bienestar debe estudiarse en tanto causa y efecto de la economía mixta con todas sus complejas consecuencias; si categoría política, como reforzamiento y consolidación de prácticas partidaristas y actividades parlamentarias que conforman vida política y procesos electorales propios de la democracia liberal-burguesa (aunque no se descarta la posibilidad de otras objetivaciones inéditas aún -distintas de la actividad electoral y parlamentaria- que expresasen también el reformismo político); si categoría social, como establecimiento y mantenimiento de prácticas e instituciones en materia de seguridad social (en las ramas de salud, vivienda, educación, empleo, recreación, pensiones y otras); si categoría filosófico-ideológica, como alegato en favor de un individualismo cuya ferocidad, adquirida en la práctica capitalista, se intenta mitigar con la prédica cristiana y el idealismo clásico.
Como se comprende por lo dicho hasta aquí no se le da al término Estado de bienestar el sentido restringido que con frecuencia se le otorga al señalar con él exclusivamente las instituciones y la práctica de la seguridad social. Se utiliza el término en su sentido más lato: como fruto maduro, en diversos aspectos, del capitalismo reformado (y reformista), aunque aceptando, por supuesto, que la seguridad social constituye el núcleo propiamente dicho del Estado de bienestar.
En el estudio presente interesan más las coincidencias que las diferencias de las sociedades capitalistas avanzadas; más lo que tienen en común, el Welfare State en Norteamérica y las variadas socialdemocracias europeas, que en lo que discrepan. Se trata de identificar la forma que ha tomado el progreso social mediante la interrelación de la expresión política, del contenido sociológico, de la cobertura ideológica y del financiamiento económico. Por eso se identifican aquí los términos "Estado de bienestar" y "socialdemocracia", a pesar de que el último suele circunscribirse al área europea en exclusividad (lo cual tuvo su razón de ser ayer, pero hoy parece un abuso). Aunque no sea el tema central de este estudio, interesa mucho la forma que toma el reformismo en nuestros países latinoamericanos de sociedades capitalistas subdesarrolladas.
Se presenta el Estado de bienestar como resultado de la profundización -en el terreno de las conquistas sociales- de la democracia puramente política que constituyó el máximo logro político de los Liberalismos filosófico y económico. Sus conquistas en el campo económico -asumiendo que la economía "mixta" constituye obligada transformación del capitalismo salvaje- no van más allá del financiamiento de la seguridad social mediante reformas en la tributación fiscal en el mejor de los casos, o lo que se desprende del mejoramiento mismo del nivel general de vida, ya que la célebre participación de los trabajadores en las utilidades de la empresa no pasa de ser una broma de mal gusto mientras no cambien las estructuras económicas y las relaciones sociales en la producción.
Es importante señalar que las conquistas sociales descritas fueron fruto de las durísimas luchas mantenidas desde el siglo pasado por las clases obreras de los países industrializados. Entre nosotros el equivalente del Estado de bienestar del capitalismo desarrollado tomó la forma de ese fenómeno tan latinoamericano llamado "populismo", el cual, en México, se identificó con el proyecto nacional surgido de la gran revolución de 1910.
Pecan de inconsecuencia quienes se refieren a las conquistas sociales dentro del Estado de bienestar englobándolas en lo que despectivamente llaman "libertades y reformas burguesas", como si éstas hubiesen constituido graciosa o magnánima concesión de una burguesía generosa. Confunden, además, la comprensión del porqué el Estado de bienestar se inscribe dentro de las corrientes más genuinas de los movimientos obreros.
Debe quedar muy claro que el Estado de bienestar representa un conjunto de reformas al sistema capitalista que si bien responden a la presión de la lucha de clases, son reformas que no tocan sus cimientos económicos; también responden a necesidades del capitalismo en su evolución histórica.
El auge sin paralelo del capitalismo -de fines de la segunda guerra mundial a comienzos de la crisis económica de los años setentas- no sólo coincide con el auge del Estado de bienestar o Estado interventor: de hecho se identifican. El origen de tal identidad debe buscarse en la creciente y fecunda intervención del Estado en las economías capitalistas avanzadas. Según lan Gough "la creciente socialización de la producción exige una mayor intervención del Estado para garantizar la acumulación privada y la rentabilidad: de allí los gastos de capital social en caminos, educación, investigación y desarrollo, etc." El mismo autor se apoya en James O'Connor para afirmar que "el crecimiento del Estado es a la vez causa y consecuencia del capital monopólico,,(11) .
El fenómeno no puede explicarse en toda su complejidad con la sola argumentación económica. La exigencia en un determinado momento de mayor y mejor -aunque relativa- distribución del ingreso nacional y de la imposición fiscal mediante la función reguladora del Estado, obedece no sólo a necesidades de diluir el financiamiento de la infra-estructura por medio de una "democratización" de la carga impositiva fiscal(12)' y de fortalecer poder de compra y de ampliar mercados internos; tampoco la justifican en exclusividad las presiones por mejorar salarios y niveles de vida de la clase obrera organizada. Se debe aceptar que responde también al poderoso imperativo histórico de "humanizar" la sociedad -hoy todavía capitalista- ya que la humanización del individuo -su creciente "hominización"- es imposible si no se desprende de la humanización colectiva: el hombre es el ser social por excelencia, y esta condición es la que lo ha distinguido en el conjunto de las especies que evolucionan.
El llamado Estado de bienestar o benefactor representa un grado apreciable de humanización colectiva, pese a la filosofía individualista que hereda del capitalismo salvaje al que reforma, y pese también a la desigualdad económica que mantiene. Se habla de "humanización" -y no de "hominización" exclusivamente- en relación con el hombre actual, porque se le quiere imprimir al término "sociedad" un carácter ético, producto de la cultura avanzada, para describir el fenómeno inevitable de la incesante evolución del animal-hombre.
Además, por lo general no se toma en cuenta lo que constituye una de las características más relevantes de la corriente medular del proceso histórico: la tendencia hacia la democratización, es decir, a la participación creciente de las mayorías en todos los órdenes de la vida, no obstante los frecuentes y a veces prolongados reveses coyunturales que sufre dicha tendencia.
Resulta sensato, pues, aceptar que en el llamado reformismo, al igual que en cualquiera otra fase de la organización social, al fenómeno económico lo fortalece y lo impulsa el fenómeno filosófico-social; y que éste se vuelve real, o por lo menos pierde buena parte de su condición ideal, gracias a aquél. El Estado de bienestar no podrá entenderse cabalmente si no se le estudia, simultáneamente, como organización socio-económica, como expresión política y como intento de afirmación moral de la sociedad capitalista avanzada. Constituye el fruto más logrado del capitalismo, además de satisfacer en buena medida las demandas del humanismo burgués en lo filosófico. Son muy conocidas, a este respecto, las posiciones filosóficas -humanistas y cristianas- de los grandes ideólogos de la socialdemocracia contemporánea: Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof Palme(11 ).
Para decirlo en una palabra: el Estado de bienestar justifica el capitalismo, lo cual es otra manera de decir que lo legitima ante las mayorías, y ante ciertas minorías intelectuales también: es la democracia política propia del Estado de bienestar (de la sociedad capitalista avanzada contemporánea) la que por lo regular los inspira para defender la "democracia" en abstracto frente a las groseras dictaduras de derecha y a las discutidas dictaduras de izquierda.
EN EUROPA (SOCIALDEMOCRACIA)
El discurso teórico-ideológico del Estado de bienestar precedió, en Europa, a su realización práctica en Norteamérica. Bajo el nombre de socialdemocracia fue conformándose en Europa un cuerpo doctrinario político-filosófico y un conjunto de cambios económicos que respondían tanto a posibilidades del movimiento obrero por ganar mejoras en los niveles de vida y en las condiciones de trabajo, como a necesidades de los propietarios de permitir reformas saludables cuando se perfilaba la incapacidad de la empresa privada para financiar, por sí sola, la gigantesca infraestructura que para seguir desarrollándose exigían unas fuerzas productivas en ascenso.
A este considerable aumento de las fuerzas productivas en los años veintes contribuyeron tanto la integración en la industria civil de innovaciones tecnológicas de origen militar -originadas durante la guerra de 1914- como la reorganización político-sindical de la fuerza del trabajo en la posguerra. Sin embargo, el proceso económico-social que generaría la necesidad de la intervención planeadora del Estado en la economía es mucho más compleja y viene desde más atrás. También habían ido cambiando los escenarios sociológico y psicológico (por ejemplo la desacralización de la propiedad y de las funciones del mercado), en favor de la intervención estatal a medida que el liberalismo económico resultaba insuficiente -en gran medida por la caída de los mercados de competencia- para paliar las frecuentes crisis internacionales desde fines del siglo XIX. Un análisis amplio y detallado de las fuerzas internas que están tras la tendencia hacia la planeación en los países occidentales se encuentra en la obra ya citada de Gunnar Myrdal.
H.R. Sonntag y H. Valecillos se refieren al influjo “que ha tenido la existencia del 'campo socialista' sobre las condiciones objetivas y subjetivas de aquella nueva expansión del capitalismo después de la segunda guerra mundial”, (14)J. No creo necesario insistir sobre lo que parece obvio: la influencia del socialismo real sobre el Estado benefactor, ya sea como inspiración, ya como rechazo.
Esta situación propició la amplia intervención del Estado en las economías capitalistas avanzadas. Las clases propietarias abandonaron las filas del liberalismo económico rígido y una parte de ellas enarboló banderas estatalistas. (En realidad lo que abandonan al final es el discurso ideológico justificador del liberalismo, ya que en la práctica la intervención del Estado en la economía había venido favoreciendo crecientemente los intereses capitalistas).
El esfuerzo conjunto efectuado durante la guerra de 1914 por el Estado y por las empresas privadas había lesionado el principal tabú del liberalismo -la intervención del Estado- así como había puesto de manifiesto, además, la efectividad de la planeación en la economía. Gunnar Myrdal comenta en su libro citado que aquel tabú era sólo teórico, ya que las intervenciones del Estado en la economía existían desde siempre en la práctica, intervenciones desordenadas que necesitaron regularse mediante la planeación.
Incidentalmente se dirá que la intervención del Estado, desde un punto de vista político, se explicaría de otra manera. Con apoyo en juicios del investigador lan Gough puede afirmarse que a causa de la implacable competencia en sus negocios las clases dominantes tienden a desorganizarse políticamente, mientras que por su común explotación las clases dominadas tienden a organizarse políticamente. De aquí que "el Estado capitalista actúe simultáneamente para organizar las clases dominantes como fuerza política y para desorganizar políticamente las clases dominadas, (15).
Abundando en la opinión de Gough los autores H.R.
Sonntag y H. Valecillos en la Nota Introductoria de su obra citada dicen: “Por un lado la contradicción entre producción social y apropiación privada plantea la amenaza de la unidad de la clase obrera, la que se torna potencialmente más fuerte a medida que se profundiza la naturaleza social del proceso de producción y que posteriormente encierra la posibilidad de la destrucción del propio capitalismo. Por el otro, esta contradicción plantea la amenaza de la desunión de la clase capitalista que se nutre en la permanente apropiación privada y competitiva del excedente” (Op. cit. p.33).
Estos juicios de Gough - avalados por H.R. Sonntag y H. Valecillos-conservarían validez si se añadiera que la situación descrita está cambiando -o ha cambiado- a causa de la trasnacionalización del capitalismo y de la consecuente transformación de las funciones tradicionales del Estado-nación. No importa lo heterogéneos que puedan ser sus componentes, las clases dominantes de nuestros países coinciden entre sí a medida que profundizan su dependencia del centro rector de sus economías. Y en lo internacional, la Comisión Trilateral -surgida en 1973- es un ejemplo de eficaz y hasta cierto punto espontánea (ya que no fueron gobiernos sino individuos particulares quienes la crearon) organización de las clases dominantes de los tres centros rectores de la economía capitalista mundial para atenuar la inevitable competencia comercial entre las potencias más industrializadas ávidas de mercados, y poder presentar, entonces, un frente más o menos homogéneo ante los crecientes y peligrosos movimientos de liberación en el Tercer Mundo.
No obstante el éxito -relativo, como veremos más adelante- del "nuevo trato" rooseveltiano en Norteamérica, el Estado de bienestar no floreció del todo ahí; en donde adquirió máximo esplendor fue, posteriormente, en Europa, cuando con ayuda del célebre Plan Marshall se volvieron a levantar las economías caídas y maltrechas por la segunda guerra mundial.
Se diría que la entronización de la economía mixta, o en todo caso de la creciente intervención del Estado en la economía, en el curso de la recuperación capitalista que siguió al desastre del año 29 en Norteamérica, necesitaba el clima ideológico, el suelo social, el fertilizante político y el acondicionamiento cultural suministrados por Europa, para contribuir resueltamente a la fundación del pleno o franco Estado de bienestar o socialdemocracia en los años cincuentas y sesentas. Necesitaba, sobre todo, de un movimiento obrero con el grado de madurez política que una larga experiencia de luchas había dado al europeo.
Fue así como se crearon condiciones favorables para el arribo al poder de partidos políticos socialdemócratas -reformistas hablando en términos generales- y para la maduración de la socialdemocracia en sus aspectos político, social, filosófico y económico, todo lo cual caracterizó el proceso histórico en Europa durante el período más floreciente del capitalismo mundial.

EN ESTADOS UNIDOS (WELFARE STATE)

Muy particularmente debería interesar la difícil, lenta y accidentada gestación, desarrollo y apertura del Estado de bienestar (Welfare State) dentro del sistema económico y político y en el seno de la sociedad en Norteamérica; para no hablar de las barreras ideológicas conocidas que se le oponen. ¿Por qué no floreció en Estados Unidos la socialdemocracia como en Europa? O, si se quiere mejor ¿por qué no hay socialismo democrático en Estados Unidos? Aparentemente existen allí las condiciones de gran desarrollo económico, complejidad social y prolongadas prácticas democráticas burguesas exigidas por el socialismo democrático para manifestarse. Además de las características propias que posee el movimiento obrero en este país, algo debe haber, intrínsecamente estadounidense en su evolución nacional, que diferencia Estados Unidos de Norteamérica del resto de países de capitalismo avanzado.
Cuando en otras partes se habla de "lucha de clases" los norteamericanos -que niegan la existencia misma de "clases" sociales- entienden "conflicto de intereses" (económicos por supuesto). No hay que olvidar que, como dice José Luís Orozco, "el gran ausente en la historia política norteamericana es Carlos Marx, (16), lo cual no significa que las categorías marxistas no funcionen entre ellos, sino que la tarea del investigador es más complicada, ya que debe separar cuidadosamente, en la historia económica y sociopolítica, lo que en realidad han sido y han llegado a ser, de lo que los norteamericanos piensan y creen que han sido y han llegado a ser.
Quizá los más determinantes de sus mitos se refieren a la versión del mercado como único elemento integrador de toda la vida social y a su persistente negación del papel preponderante que juega el Estado en la aglutinación nacional. En Estados Unidos no se encuentra, ni siquiera en la presidencia, un núcleo de poder único: en la realidad existen varios. No hay tampoco -sigue diciendo José Luis Orozcouna clara relación de dominación (como diría un marxista). Para los norteamericanos es ajeno el concepto "explotación", ya que -según ellos- no es demostrable. Para ellos lo que cuenta es el consenso logrado mediante la satisfacción del provecho personal: el ciudadano resulta, así, un consumidor político.
Los norteamericanos no sólo desconocen "la razón de Estado" sino que la misma idea de "Estado" es, para ellos, metafísica. Según Orozco, entre los estudiosos del tema, Hegel visualizó, antes que Tocqueville, esta no estatalídad de Norteamérica. Ambos términos, sociedad política y sociedad civil, cobran significados diferentes en Norteamérica respecto a Europa ya quienes hemos heredado de Europa aquellos conceptos. Nosotros pensamos que una fuerte intervención estatal en determinada dirección puede convertirse en un eficaz instrumento de democratización de la sociedad civil: el Estado de bienestar, por ejemplo, concepto inadmisible desde el punto de vista norteamericano ortodoxo.
Dice Ian Gough en su libro citado: “El sistema de beneficios sociales, parcial, azaroso y extremadamente desigual de Estados Unidos, revela la relativa falta de poder del movimiento obrero (y la carencia de un partido con base en los sindicatos), así como la naturaleza federal de ese Estado”,(17). A continuación añade: “El ostensible avance experimentado en años recientes hace ver que ambos fenómenos están cambiando”. Aunque obviamente tal optimista reflexión es anterior a la catastrófica Administración de Ronald Reagan, pienso -también optimistamente- que volverá el Estado de bienestar a adquirir vigencia y a reanudar su evolución cuando se imponga la marea de descontento con la reaganomía y se renueve el impulso del Welfare State norteamericano.
No obstante mi optimismo, sigo pensando que hay causas profundas, arraigadas en la psicología social, en la cultura política y en el sistema económico del pueblo norteamericano, que forman un valladar formidable contra el reformismo capitalista. De algunas de dichas causas hice un somero recuento en unos cuantos párrafos anteriores.
Como sabemos, el reformismo capitalista se expresa en el Estado de bienestar y en el socialismo democrático de los socialdemócratas. ¿Podrían los militantes del Partido Demócrata en Estados Unidos considerarse como "socialdemócratas"? Es, ésta, una pregunta cuya respuesta valdría la pena buscar. Por lo pronto reproduzco una anécdota muy difundida en el periodismo político y nunca desmentida por sus protagonistas: "El presidente James Carter es un socialdemócrata y él no lo sabe", dijo en cierta ocasión Willy Brandt, presidente entonces de la Internacional Socialista.
El proceso económico-social que generaría la necesidad de la intervención del Estado en la economía norteamericana es muy complejo y viene desde muy atrás. Estados Unidos vivió, a partir de 1880 hasta 1920, un período de intensa aceleración de su economía gracias al aumento de inversión en capital constante por la rápida industrialización posterior a la guerra de secesión y a la fuerza de trabajo barata suministrada por los inmigrantes y los trabajadores negros del Sur.
La relación establecida entonces entre el capital constante (los medios de producción) y el capital variable (la fuerza de trabajo) produjo un descenso de la tasa de ganancia, lo cual, a su vez, obligó a recurrir a la innovación tecnológica en gran escala. Esto último se vio favorecido por el comienzo de la explotación de los recursos petroleros y por la “organización científica del trabajo” (taylorismo).
La interpretación anterior hecha por el investigador Manuel Castells de los análisis marxistas de Gelman y de Mage sobre la tasa de acumulación y la composición orgánica del capital en Estados Unidos a partir de 1880, más el apoyo de este investigador en la obra de Michael Aglietta sobre las crisis en Estados Unidos, me parecen muy convincentes. Es, pues, a Castells, a quien pertenece esta interpretación de cómo se llega a la intervención del Estado en la economía estadounidense.
Como contratendencia al descenso de la tasa de ganancia, los factores aquí mencionados provocaron un notable aumento de la productividad del trabajo, facilitada por las condiciones sociales de la época, ya que entonces el capitalismo, simple o mercantil, se vuelve más complejo mediante el desarrollo de la banca, la administración, la publicidad, las actividades comerciales y la expansión de los servicios sociales (18).
La intervención constante del Estado en la economía norteamericana es evidente en cada una de las medidas que se toman para impedir el deterioro de las ganancias del capital. La no intervención del Estado en la economía es, pues, más bien una falacia que un mito en la mentalidad estadounidense.

EL “NUEVO TRATO (” ROOSEVELTIANO

No fue sino hasta después de la avasalladora crisis de los años 29 y siguientes, desatada por un crac financiero, que el capitalismo encontró, en Norteamérica, remedio parcial a sus males de entonces, cuando el "nuevo trato" rooseveltiano fortaleció con su práctica la revolución keynesiana en la teoría económica, dando así, en cierta forma, cuerpo real al discurso ideológico de los antiguos partidos políticos socialdemócratas europeos. Como un perfecto boomerang, buena parte del viejo proyecto ideal socialdemócrata cruzó el Atlántico y alcanzó Norteamérica, para regresar a Europa y convertirse a su vez en realidad social: el Estado de bienestar o socialdemocracia propiamente dicha.
No se crea por esto que no existen bases teóricas y pragmáticas propiamente estadounidenses del "nuevo trato": se encuentran -de acuerdo con el investigador José Luis Orozco- en Theodore Roosevelt (The square deal) y en Woodrow Wilson (The new freedom). El símil del boomerang tampoco excluye la existencia de fundamentos prácticos del Estado de bienestar en Europa, previamente al descalabro capitalista de los años treintas: los antecedentes históricos del Estado de bienestar en Europa han sido ampliamente estudiados en numerosísimos trabajos (de hecho buena parte de esta vasta literatura empieza por describir las poor laws del siglo XVI en Inglaterra y las reformas sociales de Bismarck en el imperio alemán); pero en el presente estudio tomo el fenómeno cuando madura como una totalidad.
Es oportuno comentar la percepción del "nuevo trato" rooseveltiano por parte del algunos especialistas opuestos a lo que generalmente se piensa acerca de este tema. Como se verá, el comentario es algo más que una digresión o una información adicional: suministra elementos interesantes para la comprensión del Estado interventor y para calibrar el monto de su participación en el vencimiento de .La gran depresión de los años treintas. Los autores Baran y Sweezy niegan esto último; oigamos lo que opinan: "El new deal considerado como operación de salvamento para la economía de los Estados Unidos como un todo, fue, hasta este punto, un claro fracaso. Incluso Galbraith, el profeta de la prosperidad sin guerra, ha reconocido que ni siquiera se aproximó a la meta durante los años treintas. “La gran depresión de los treintas -dice Galbraith- nunca llegó a su fin; simplemente desapareció con la gran movilización de los años cuarentas”, (19).
A este mismo respecto opina el investigador francés Pierre Rosanvallon: "Keynes pensaba que la sola percepción intelectual de esta exigencia indicada por la teoría que él acababa de elaborar no bastaría para provocar la reorganización económica y social correspondiente. Escribió -significativamente- en 1940: “Desde el punto de vista político pareciera excluirse que una democracia capitalista organizara gastos suficientes para realizar la gran experiencia que verificaría mi tesis, a menos que se produjera una guerra”. Más adelante añade Rosanvallon: "De hecho es solamente después de la segunda guerra mundial que las políticas keynesianas se ponen en vigor. El new deal de Roosevelt no llevó a la práctica más que ciertos elementos limitados de la ecuación keynesiana, esencialmente la dimensión de la intervención económica e industrial del Estado, (20).
Por asociación de ideas cabe aquí un comentario oportuno: tanto las palabras de Galbraith como las del propio Keynes que acabamos de conocer -citadas por Baran, por Sweezy y por Rosanvallon respectivamente- resultan estremecedoras en los días que corren -noviembre de 1987 poco después del crac de la bolsa de valores de Nueva York que arrastró consigo otras bolsas importantes del mundo. Quienes no resistimos la tentación de establecer algunos paralelos entre lo que ocurrió en 1929 y lo que está ocurriendo en 1987 consideramos que cobra realidad e! espectro de la guerra como posible alternativa a una depresión profunda en que cayera la economía estadounidense y, por ende, la economía mundial.
Por otra parte, de no presentarse la guerra -por la disuasión nuclear quizás, o por éxito de la ofensiva de paz de la Unión Soviética- sería muy posible que ocurriera lo contrario de lo expresado por Keynes, a saber: que una democracia capitalista sí podría organizar gastos suficientes para realizar la gran experiencia que verificaría su tesis (de Keynes). Un Estado de bienestar futuro como el que estoy imaginando más que nuevo sería renovado, como se comenta en otra parte de este trabajo.
De acuerdo con la última parte del comentario de Rosanvallon, el “nuevo trato” pecó por defecto y no por exceso de intervención estatal en la economía. De esto podríamos inferir que un nuevo o renovado -y más amplio y más profundo Estado de bienestar comparado con el que floreció durante el auge económico de los años cincuentas y sesentas- podría cumplir la función que cumplió la gran movilización durante la segunda guerra mundial para restablecer la salud de la economía capitalista enferma en los años treintas. En este caso cobraría realidad la visión optimista de un futuro sin guerra mundial. Dicho sea todo esto en la inteligencia de que en un nuevo o renovado Estado de bienestar la intervención oficial en la economía sería más racional y equilibrada.
EN AMÉRICA LATINA (POPULlSMO)
En teoría, el mismo fenómeno reformista que preside la formación del Estado de bienestar en las sociedades capitalistas desarrolladas determina la aparición de los populismos latinoamericanos. Ambos son resultado de la evolución del capitalismo, aunque en condiciones distintas: de gran desarrollo unos, de subdesarrollo, otros. Además, otras características propias, condicionadas por la historia y la geografía latinoamericanas, modificaron y distorsionaron los resultados de un fenómeno común en la evolución capitalista: el reformismo. En ausencia de un movimiento obrero importante -por debilidad numérica o política, o por ambas condiciones juntas- en América Latina las nacientes burguesías nacionalistas y fuertemente antiimperialistas -en su momento que defendían sus espacios económicos en circunstancias particularmente favorables para la industrialización acelerada de estos países, tomaron la iniciativa para fortalecer la gestión de un Estado interventor y defensor de los intereses nacionales frente al imperialismo norteamericano.
Al mismo tiempo, la ausencia de partidos políticos reformistas de base obrera (como los socialistas o socialdemócratas en Europa) que se constituyeran en guías de la evolución política hacia la maduración de un Estado de bienestar en sentido estricto -lo que, por otra parte, era imposible entre nosotros por incapacidad económica- determinó la aparición de un cierto tipo de los líderes carismáticos tan propios de la evolución política latinoamericana.
Como se ve, el llamado populismo latinoamericano no tiene nada que ver con los populismos de origen agrario ruso y norteamericano; buscarle antecedentes en estos últimos sólo conduce a confusiones. Quizás se evitaría la tergiversación del término "populismo" si lo cambiáramos por el de "popularismo", por ejemplo, para referirnos al fenómeno latinoamericano.
Para establecer una analogía entre el populismo -o popularismo- latinoamericano y la socialdemocracia europea o Estado de bienestar parto de la premisa fundamental de que en el primero el Estado cumple la misma función reformista -frente a sus fuerzas del capital y del trabajo- que cumple el Estado en la segunda frente a sus propias fuerzas del trabajo y del capital. Esta equivalencia que establezco -toda proporción guardada- toma en cuenta las diferencias en las características de las sociedades capitalistas de desarrollo desigual.
Dice Gunnar Myrdal (Op. cit., p. 136): “La planificación económica en los países subdesarrollados es diferente de la de los países de las otras dos órbitas [la soviética y la del capitalismo avanzado]. Sus diferencias fundamentales nacen del hecho de que a diferencia de los países occidentales en una etapa comparable, los países subdesarrollados intentan ahora aplicar la planificación anticipadamente al desarrollo, y del hecho de que sus condiciones políticas e institucionales [por influencia de Occidente] les impiden aplicar los métodos de planificación del Estado totalitario y monolítico de la órbita soviética". (Subrayados míos).
Según Myrdal, la planeación en los países de capitalismo avanzado nació como -resultado del mismo desarrollo: como necesidad de coordinar las continuas y crecientes intervenciones del Estado como factor de equilibrio en la producción. Para él, la democracia -su ampliación y profundización- se fue gestando en un proceso gradual consustancial al crecimiento económico y al desarrollo social. De aquí la falta de democracia real, no formal, en los países subdesarrollados, pues aunque está plasmada en la mayor parte de las constituciones escritas de estos países bajo la influencia cultural de Occidente, la verdad es que en la realidad no operan dichas constituciones por falta de condiciones objetivas favorables.
Aunque Myrdal no lo dice explícitamente, se desprende de la exposición de sus ideas que, en los países subdesarrollados que intentan desarrollarse según el modelo del Estado benefactor, la aparición de dictaduras militares o de elecciones amañadas y otras formas de corrupción política como el nepotismo, las luchas mezquinas por el poder o la utilización de este último como botín personal, es el resultado híbrido e incongruente en sí mismo de una planeación económica general y programática -más propia de los países de la órbita soviética- y una reglamentación u organización de tipo occidental mediante instituciones políticas democráticas. El resultado es, repito, un híbrido incongruente en sí mismo porque no posee las condiciones necesarias para una auténtica evolución democrática, ni "serían capaces de ejercitar la fanática disciplina que implica el sistema soviético" (G. Myrdal, Op. cit., p. 136).
Al referirme aquí a este fenómeno tan latinoamericano conocido como populismo prescindo de la carga peyora1iva que se le ha impuesto al equipararlo a sólo desorden, demagogia, despilfarro y corrupción, todo lo cual ha existido ciertamente en el populismo, pero no como características intrínsecas o inevitables suyas ni como pertenecientes a él en exclusividad: aparecen también, en igualo mayor abundancia, en regímenes no populistas. Margaret Thatcher acusa a los laboristas en Inglaterra de lo mismo, así como Ronald Reagan a James Carter en Estados Unidos, al igual que Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari a los regímenes de Luis Echeverría y de José López Portillo en México.
En este trabajo se maneja el concepto encerrado en la verdadera acepción del término populismo, rescatándolo de la manipulación del mismo que han efectuado los capitalistas neoliberales y sus ideólogos para desprestigiar las políticas sociales del Estado de bienestar. En México fue contundente la derrota ideológica del gobierno populista frente al discurso de la derecha en este renglón, a raíz de la nacionalización de la Banca, cuando los exbanqueros lanzaron todas sus baterías propagandísticas contra el presidente en turno, Llamándolo "populista" en forma peyorativa, en un ataque ad hominem contra las políticas sociales del régimen.
Tales habladurías no debieran tener cabida en el discurso académico; pero con suma frecuencia la tergiversación dolosa del término populismo permea los muros de la Academia, volviendo cómplices de la reacción o derecha política a muchísimos profesores y estudiantes que son y se dicen de izquierda o progresistas; para no hablar del ciudadano común, quien muestra desconfianza frente al Estado social porque previamente lo han satanizado ante sus ojos.
Por otra parte, reitero los mismos argumentos al reivindicar el auténtico significado de "populismo" -concepto mucho más complejo, aunque en buena parte sinónimo de “políticas populares”- para que no se malinterprete la calificación de populistas a las políticas cardenistas de los años treintas en México. Se debe recordar que, así como hay grandes diferencias entre las socialdemocracias, sueca, alemana o inglesa, también las hay entre los populismos cardenista en México, varguista en Brasil o peronista en Argentina (21). Si alguna situación puede compararse con la de México es la de Venezuela, ya que en ambos países la renta petrolera permitía un mayor margen a las políticas sociales populistas (bajo los mandatos de los presidentes Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Luis Echeverría y José López Portillo en México), que en los países en donde las política populistas debían financiarse por medio de los impuestos.
El reformismo capitalista mexicano ha desarrollado en nuestro país un esquema propio paralelo -aunque no simultáneo- al proceso formativo de las socialdemocracias europeas: un Estado equilibrador y paternal; un tácito pacto de no agresión mutua entre las fuerzas del capital y del trabajo organizadas oficialmente, todo en aras de aumentar las fuerzas productivas de la nación, y una justificación teórica, doctrinaria e ideológica de tal estrategia "revolucionaria". Es decir: Lázaro Cárdenas, Fidel Velásquez y Vicente Lombardo Toledano, redescubiertos por Luis Echeverría, proyectados internacional mente por el propio Echeverría y por José López Portillo, y cuestionados fieramente por Miguel de la Madrid.
Varios de los elementos constitutivos básicos de un proceso socialdemocratizador están presentes hoy entre nosotros -por lo menos hasta inmediatamente antes de los frenos impuestos por De la Madrid- o se iniciaron durante el populismo cardenista. Son ellos: el fortalecimiento del Estado como rector de la actividad económica; el ensanchamiento de la clase media, el arraigo de instituciones como el Seguro Social, el INFONAVIT, el ISSSTE y otras; el énfasis en la educación pública; el discurso ideológico oficial basado en los principios de solidaridad y justicia sociales, y, más que todo, la existencia de un tácito compromiso del movimiento obrero organizado para supeditar la lucha de clases al desarrollo de las fuerzas productivas del país.
Tales presencias en México volvieron más notable la ausencia de un verdadero pluralismo político -expresado en una auténtica actividad parlamentaria- característico de las socialdemocracias históricas a pesar de su corporativismo, ya que ambas condiciones juegan en planos diferentes. Los partidos socialistas (de tipo europeo) y los socialdemócratas pierden o ganan el poder político en los procesos electorales democrático-burgueses, y los parlamentos imponen sus funciones tradicionales en los gobiernos respectivos, por una parte, mientras que, por la otra parte, las instituciones de la seguridad social; las empresas monopólicas privadas, nacionalizadas o paraestatales; las organizaciones patronales y los poderosos sindicatos se comportan como corporaciones en sus relaciones con el Gobierno.
En México, no obstante su primitivismo político y su fuerte corporativismo, batallas populares contínuas por ganar canales de expresión política culminaron en el estallido nacional que cobró forma en el movimiento estudiantil de 1968, de cuyo seno arrancaron las raíces inmediatas o más cercanas de la actual reforma política.
El desarrollo social y el económico propios, y ahora el incipiente desarrollo político de la nación mexicana la han llevado a una situación equivalente o semejante a la socialdemocracia histórica, o, por lo menos, la han colocado en el camino de serio. Ya hablamos de la identificación del Llamado “populismo” mexicano con el proyecto nacional surgido de la gran revolución de 1910. De aquí que los intentos por torcer su rumbo hacia concepciones neoliberales promovidas por el Fondo Monetario Internacional y por presiones de empresas y Gobierno norteamericanos -intentos que se han vuelto realidad en el actual gobierno de De la Madrid hayan encontrado fuertes resistencias en buena parte de la llamada clase política en el poder: así se explica la aparición de fisuras en el partido político gobernante al surgir la llamada Corriente Democratizadora en su interior la que ha levantado muchas expectativas políticas en el país.

Notas:
(11) lan Gough, "Gastos del Estado en el capitalismo avanzado", capítulo del libro El Estado en el capitalismo contemporáneo, compilado por H. R. Sonntag y H. Valecillos, Siglo XXI, p.255.

(12) En Iniciación a la economía marxista, Barcelona 1973, p.95, Ernest Mandel niega toda "democratización" de la carga impositiva fiscal. Dice: "En el régimen capitalista no se ha producido nunca una verdadera y radical distribución de la renta nacional mediante el Impuesto, uno de los grandes mitos del reformismo". Reproduzco su opinión para mostrar cuán controvertidos son estos conceptos.

(13) Willy Brandt et al, La alternativa socialdemócrata, Edil. Blume, 1981

(14) H. R. Sonntag y H. Valecillos, Op. cit, “nota introductoria”, p.12

(15) Ian Gough, Op. cit., p.248

(16) José Luis Orozco, Seminario sobre Estados Unidos efectuado en la División de Estudios de Postgrado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, 1985.

(17) Ian Gough, Op. cit. p.269.
(18) Manuel Castells: La teoría marxista de las crisis económicas y las transformaciones del capitalismo, Siglo XXI, 1978, p.39.

(19) P. A. Baran y P. M. Sweezy, El capitalismo monopolista, Siglo XXI, 16a. edición, p.130

(20) Pierre Rosanvallon, La Crise de l'Etat Providence, Editions du Seuil, 1981, p.52. [Traducción de la autora).

(21) Ver Arnaldo Córdoba, la política de masas del cardenismo, ERA, 1974.

(22) Por una discusión teórica mas a fondo del populismo latinoamericano ver Octavio Ianni La formación del estado populista en América Latina, ERA, 1957 y Ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo. Fascismo. Populismo, siglo XXI, 1971. Sobre el populismo venezolano en particular ver Héctor Malavé Mata, Los extravíos del poder. Euforia y crisis del populismo en Venezuela, Caracas 1987.