EL ESTADO DE BIENESTAR EN CONFLICTO (Publicado en 1988)

El Estado de bienestar es el “enemigo”

Una visión global de los acontecimientos mundiales, más el conocimiento de algunos análisis económicos confiables, me convence de que no es otra cosa sino la necesidad de revitalizar la tasa de ganancias lo que impulsa la frenética búsqueda -no importa lo brutales que puedan resultar los medios utilizados- del restablecimiento del "libre juego de las fuerzas del mercado", cuya efectividad, de acuerdo con los ideólogos del neoliberalismo económico, fue seriamente lesionada por la acción modificadora del Estado de bienestar.
Es oportuno recordar al economista norteamericano Paul A. Samuelson: "Mi tesis -dice- es que la stagflation, [inflación con recesión] es una característica intrínseca de la economía mixta [ ... ] y descubro sus raíces en el interior de la naturaleza básica del 'Estado de bienestar' moderno [ ... ] En resumen: atribuyo dicho fenómeno de la economía mixta al hecho de que ahora tenemos una sociedad humana en donde al desempleo y al receso industrial no se les permite tener repercusiones en la baja de precios y salarios, características del cruel y despiadado capitalismo de los libros de historia,,(47). (Subrayados míos). (*1)
Para justificar principios teóricos que, desde el punto de vista de los capitalistas, explican génesis y superación de las crisis, los partidarios del neoliberalismo económico consideraron necesario destruir el Estado de bienestar, ya que, además de modificar la naturaleza del capitalismo, constituye -según ellos- serio obstáculo para la producción de la riqueza.
Se puede afirmar que estamos presenciando la culminación del paulatino divorcio entre el liberalismo económico y el liberalismo filosófico-político. Dice el investigador Gonzalo Varela: "Desde mediados del siglo XIX la realidad puso en duda también el pretendido antagonismo entre el desarrollo económico y la injerencia estatal. Más definitiva aún fue la escisión que estableció un poco más tarde la presencia del capital monopólico entre liberalismo económico y liberalismo social y político, dos términos que parecían no sólo asociados históricamente, sino producidos el uno por el otro" (48).
La destrucción del Estado de bienestar es punto focal de la reaganomía, cuyo propósito -devolver a la iniciativa privada el predominio y el control de la economía-, traspasa las fronteras nacionales para convertirse en el principal producto de exportación ideológica norteamericana en estos momentos. Y para destruir el Estado de bienestar es preciso destruir la fuerza que lo sostiene: la de los trabajadores organizados.
Un valioso apoyo a esta afirmación encuentro en Paul A. Samuelson, quien dice: "Leyendo a Schumpeter entre líneas creo observar que la misma solución planteada por ellos [Wilfrido Pareto y GeorgeSorel] estaba tácitamente en su mente [ ... ] A lo que me estoy refiriendo es, desde luego, a la solución fascista. Si la eficiencia del mercado es políticamente inestable, entonces los simpatizantes del fascismo concluyen: “libérense de la democracia e impongan a la sociedad el régimen de mercado”. No importa que los sindicalistas deban ser castrados y los molestos intelectuales enviados a la cárcel o al exilio [ ... ] Por decir algo: si Chile y los Chicago boys no hubieran existido, hubiéramos tenido que inventarlos como paradigmas,,(49).
Una clase obrera con buenas defensas sindicales (como las que ella construye en un Estado de bienestar) es demasiada resistencia para los dueños del capital, quienes necesitan cumplir con el procedimiento restablecedor o incrementador de la tasa de ganancias. Procedimiento ya conocido por nosotros y que verificamos diariamente con las noticias procedentes del Norte: ramas enteras de la industria tradicional que se tornan obsoletas ante la pujanza de nuevas tecnologías, o por la aparición de ramas industriales que hasta hace poco considerábamos propias de la ciencia-ficción; dramáticos despidos en masa de trabajadores, especialmente de la mano de obra no calificada; inflación que no obstante sus temporales bajas sigue cumpliendo la función concentradora de capital; empresas medianas y en pequeño en quiebra agobiadas por el alto costo del crédito financiero (*2). Todo eso que a corto, mediano o largo plazos se resuelve en incremento de la plusvalía arrancada a los salarios de los trabajadores no despedidos y de las naciones "asalariadas" que siguen cumpliendo las obligaciones impuestas por el sistema financiero internacional.
En otro orden de ideas podría afirmarse que el financiamiento para la gran transformación tecnológica de hoy y la consecuente reconversión o redespliegue industrial en los países de capitalismo avanzado -especialmente en Estados Unidos- exigió y sigue exigiendo una necesaria "revolución financiera" (lo que desde otra perspectiva definiríamos como predominio del capital financiero sobre el productivo), que produjera y siguiese produciendo una mayor concentración del capital; ésta, a su vez, se facilita con un nuevo patrón o modelo de acumulación y todo es posible únicamente si se rompe el Estado de bienestar, cuya organización sociopolítica, su base económica y su filosofía moral impiden los excesos de aquella explotación desmesurada de la fuerza de trabajo -desmesurada en términos convencionales, no del monto de la plusvalía- tan necesaria en la actualidad para el desarrollo ulterior del capitalismo. El Estado de bienestar, aunque capitalista, implica la existencia de una sociedad más humana.
Se entiende, pues, que la imposición de políticas económicas neoliberales exija un previo o simultáneo debilitamiento de los sindicatos y de todo aquello que exprese la fuerza del movimiento obrero organizado, el cual, como se sabe, aunque manipulado es baluarte del Estado de bienestar.
Lo que quiso decir el economista y premio Nobel Paul A. Samuelson, con sus palabras recién citadas, es que el Estado de bienestar (con su clase obrera organizada, su sindicalismo poderoso) obstaculiza la acumulación acelerada que necesitan los capitalistas en determinados momentos para aumentar o restaurar la tasa de ganancias disminuida por una crisis (una crisis de sobreproducción), cosa que procuran hacer provocando deliberadamente una recesión en la economía para bajar los precios y para despedir trabajadores (para disminuir el monto de los salarios). Se comprende que esto último lo impide la defensa sindical; de aquí la periódica y necesaria agresión del capital al trabajo.
Hasta aquí la fórmula había funcionado bien a los capitalistas: la recesión provocada terminaba por vencer la inflación; pero con gran desconcierto para todos, en esta crisis actual apareció un fenómenó aberrante e inédito hasta aquí: la estanflación (stagtlation) que no es otra cosa sino la suma de la inflación y la recesión. Según Samuelson este fenómeno aberrante se debe a la existencia del Estado de bienestar. iGuerra, pues, al Estado de bienestar! Esto es, precisamente, lo que está ocurriendo en nuestro momento: la derrota del sindicalismo, de la clase obrera, de las fuerzas del trabajo, al perder esta batalla de ahora en la interminable e histórica lucha de clases.
"La revolución reaganeana, tal como yo la había definido -dice David Stockman, quien se autodefine como uno de los arquitectos de dicha revolución económica- requería de un asalto frontal al Welfare State [norte]americano [ ... ] Consecuentemente, había que destrozar o modificar drásticamente el esfuerzo de" cuarenta años de promesas, subvenciones, derechos y redes de seguridad social decretados por el Gobierno Federal para cada componente y cada estrato de la sociedad [norte]americana. Una verdadera revolución de la política económica significaba riesgos y combate político mortal contra todas las fuerzas electorales de la generosidad washingtoneana: recipiendarios de la seguridad social, veteranos, granjeros, educadores, oficiales locales y estatales, la industria de la vivienda y muchos más,(50).
Ya se ha comentado lo que es la hipótesis central de este trabajo; hora es de describir el contexto en el que se inserta. Cuando se habla aquí de "revolución financiera" no se está indicando únicamente lo que se desprende de la privatización en gran escala de empresas públicas en los países capitalistas; también se está señalando la succión de recursos financieros de todo el mundo que realiza Estados Unidos mediante sus apetecibles tasas de interés; del pago de la criminal deuda externa de los países sobrexplotados, y del fortalecimiento de la gran Banca privada internacional, tanto por quiebras de unos bancos y fusiones de unos con otros más débiles, como también por haber sustituido los bancos privados, en sus funciones crediticias, a las instituciones públicas (Gobiernos, FMI, BIRF o Banco Mundial, BID) que antes refaccionaban a los países necesitados con créditos más blandos, en condiciones menos usurarias.
Cuando se habla aquí de un nuevo patrón o modelo de acumulación se tiene en mente las gigantescas corporaciones trasnacionales -expresión objetiva del fenómeno de trasnacionalización del capital- cuya participación en el mercado mundial es ya hegemónica y cada vez mayor su adueñamiento de los aparatos productivos nacionales.
No podemos dejar de comentar, dentro de esta somera revisión del contexto o panorama internacional, que el proyecto de defensa espacial antibalística, conocido como "guerra de las galaxias" -el más gigantesco negocio estadunidense desde el Plan Marshall- es el desarrollo lógico y la proyección ilimitada del modelo reaganeano para echar sobre los hombros ajenos el peso de la crisis y para lograr el crecimiento de la economía norteamericana: la carrera armamentista como base para actuales y futuros negocios fabulosos, fabulosos como no se había visto jamás. Que tal modelo económico es financiado a costa del Welfare State en el propio Estados Unidos y a costa también de la ruina y el sufrimiento del Tercer Mundo, y aun de lesionar las economías de la Comunidad Europea si éstas no se asociaran con el gran negocio de la "guerra de las galaxias", es asunto que va penetrando cada vez más en la conciencia de la humanidad. "En un mundo cada vez más interdependiente, las políticas económicas que tienden a dar servicio a los intereses de un país pueden causar estragos en los demás [ .. ] el proteccionismo y otras políticas de 'arruinar al vecino' podrían provocar otra depresión mundial,(51).
Son todos los fenómenos ya señalados los que, como ya se dijo, se relacionan entre sí y con el fenómeno global que se conoce bajo el nombre de Estado de bienestar. Se puede demostrar cómo convergen aquellos fenómenos del capitalismo actual -lIamémoslo reaganeano- hacia una severa agresión a las conquistas sociales conseguidas en el transcurso de las luchas de la clase obrera y de las fuerzas populares, por una parte, y, por otra, toleradas por un capitalismo reformista, a cuyas necesidades respondieron en la coyuntura.
¿POR QUÉ FRACASA (O ES DERROTADO) EL ESTADO DE BIENESTAR?
Bastó el agravamiento de la crisis de los años setentas para mostrar cómo las conquistas sociales, logradas durante el largo reinado de la socialdemocracia en Europa y durante el fortalecímiento del Welfare State en las Administraciones demócratas en Estados Unidos, tenían por fundamento el auge de las ganancias durante ese prolongado florecimiento del capitalismo. Al empezar a secarse las fuentes del financiamiento de la gran obra social, la crisis consiguiente inició el desmoronamiento (relativo) del pretendido "socialismo" de los socialdemócratas en Europa y de los proyectos de mayor participación en la conducción de su sociedad de los trabajadores de Estados Unidos.
El Estado de bienestar, que había, incluso, "dulcificado" las crisis menores o periódicas del capitalismo, probó no tener defensas frente a una crisis mayor de restructuración, es decir, una crisis que tocara las estructuras capitalistas. Se esfumaron los mitos de la "desaparición" de las crisis en el capitalismo y de la "equivocación" del marxismo respecto a ellas, mitos que fueron populares durante el prolongado auge económico.
Éxitos y fracasos intrínsecos del Estado de bienestar o socialdemocracia -sus posibilidades y limitaciones- se vieron expuestos como nunca antes a la luz de la crítica por la intensidad y duración de esta crisis actual.
En nuestros países -muy especialmente en México se vilipendió el término "populismo" hasta el punto de imponerle una gran carga peyorativa al concepto mismo, ya que se le equiparó a "desorden, corrupción y demagogia", lo que obstaculizó, y sigue haciéndolo, la comprensión del fenómeno populista como expresión latinoamericana del reformismo capitalista, y del Estado patriarcal como equivalente -en el mundo subdesarrollado- del Estado de bienestar o de la socialdemocracia de los países de capitalismo avanzado. "Para 1973 -informan los investigadores Germán Pérez Fernández del Castillo y Samuel León- el Estado mexicano había aumentado su participación en el PIB a más del doble: del 9% al 20%, por lo que el empresariado no sólo habló de una abierta agresión a sus “espacios naturales”; la inversión privada como eje y motor económico nacional se vio, según sus líderes, amenazada. De las palabras pasaron a los hechos: sacaron del país casi cinco mil millones de dólares y constituyeron el Consejo Coordinador Empresarial (CEE) con el objeto de aglutinarse en defensa de sus intereses. En ese entonces surgió también un recurso inesperadamente eficiente: la política del rumor como arma desestabilizadora y agente deslegitimador .[…] Con José López Portillo los conflictos y tendencias se agudizaron [se amplió] la política de bienestar (FONATUR, COPLAMAR, SAM, crecimiento del IMSS-COPLAMAR, CONASUPO-COPLAMAR y otras instituciones) El Estado elevó su participación en el PIB del 20% al 49% [ ... ]"(52).
La campaña de descrédito personal en contra de los populistas presidentes Echeverría y López Portillo tuvo como propósito aceitar la maquinaria para facilitar el funcionamiento del nuevo proyecto basado en el neoliberalismo económico del conservador presidente De la Madrid.
¿Por qué fracasa -o es derrotado- el Estado de bienestar? Simplemente porque un Estado social que tuvo (que tiene) cada vez más obligaciones de prestar servicios -por simple aumento de la población o por mayor apetito de los ya beneficiarios- debería haber contado (debería contar) en su haber con todos los ingresos de la economía nacional. Y no fue (no es) así.
El capital monopolista ha logrado socializar sus déficit periódicos, amén de disfrutar de la socialización de los gastos de la infraestructura (inversión social); lo que nos permite llegar al verdadero nudo del problema. Este no es otro que la contradicción capitalista entre una producción cada vez más socializada y una apropiación de sus beneficios cada vez más privada (por la propiedad privada de los medios de producción). De aquí que los capitalistas favorezcan todo aquello que signifique socializar los costos del capital, pero impidan tenazmente la socialización de sus beneficios. A este respecto James O'Connor pone como ejemplo el apoyo de los capitalistas al seguro de enfermedad; pero su oposición en cambio a la medicina socializada; otro ejemplo sería el apoyo a los programas federales de carreteras y su oposición a las compañías constructoras administradas por el Estado (53). Los capitalistas se oponen en general al establecimiento de empresas estatales y periódicamente rugen exigiendo la privatización de las que existen.
A causa de la apropiación privada de los beneficios de la producción el Estado interventor -en las condiciones actuales- no tuvo ni tiene otro futuro -a pesar de sus buenas intenciones- que la bancarrota fiscal(54).
Podría pensarse que el Estado de bienestar neutralizaría muchas de las causas de su crisis fiscal si sólo mantuviera los gastos estatales en el renglón del capital social, es decir, en la inversión social (por ejemplo la infraestructura industrial) y en el consumo social (por ejemplo ciertas mejoras en las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora activa organizada, porque aumenta el poder de reproducción de la fuerza de trabajo), y, en cambio, redujera al mínimo los gastos estatales en el renglón de los gastos sociales (por ejemplo la asistencia social a los trabajadores en paro). Lo anterior se explicaría por el carácter productivo -aunque indirecto- que tiene el capital social (inversión social y consumo social) y por el carácter improductivo de los gastos sociales. El primero incrementa, a la larga, los beneficios porque incrementa la productividad del trabajo; los segundos, no(55).
Lo que se acaba de comentar explicaría en parte la retórica del discurso ideológico conservador o reaccionario cuando se lanza contra lo que llama Estado "obeso" o "hipertrofiado". Las declaraciones periodísticas, radiotransmitidas o televisadas de los ideólogos de la derecha -por lo menos de los más sutiles o avisados- muestran cómo sus ataques se enderezan, por lo general, especialmente contra los gastos sociales -los que, no obstante, son los que legitiman el Estado capitalista ante los ojos de la mayoría- y no contra el capital social (inversión y consumo sociales), ya que este último mantiene o crea condiciones favorables para la rentabilidad del capital privado, es decir, favorece la acumulación privada.
Ahora bien: si el Estado de bienestar o Estado social -al que también denominan Estado asistencial- redujera sus gastos sociales por improductivos (ajustándose más a la lógica capitalista), se negaría a sí mismo y habría de perder mucho de la justificación moral y de la sustentación filosófica que lo hacen tan atractivo para grandes masas trabajadoras, militantes o no en partidos políticos reformistas, en el mundo capitalista.
Pese a la retórica derechista o conservadora en contra del Estado interventor, una verdad se impone: "El crecimiento del sector monopolista requiere que el Estado destine medios cada vez mayores a gastos sociales,,(56). Y durante un período determinado del proceso de desarrollo del Estado de bienestar -que coincide con el auge económico los capitalistas han aplaudido, no menos que los sindicatos, los gastos sociales estatales. De hecho -lo afirma O'Connor- "el crecimiento del sector estatal y del gasto estatal se convierte, cada vez más, en la base del crecimiento del sector monopolista y de la producción total,,(57).
¿Es, entonces, hipócrita el discurso conservador? En buena parte sí lo es, aunque habría que abonarle en su crédito el hecho del deterioro creciente del Estado de bienestar que le va mermando condiciones favorables para la acumu· lación privada, con lo que va preparándose así el camino para la inevitable reacción, es decir, la entronización del neoliberalismo económico y del darwinismo social. Se puede afirmar, en general, que los conservadores aborrecen la intervención del Estado cuando ésta aminora las penalidades en el renglón trabajo, y la aplauden cuando el Estado trabaja en favor del capital. El Estado a veces actúa en contra de los intereses de una o de varias unidades de capital, lo que no obsta para que vele siempre por los intereses del capitalismo en general (del capital como género).
Dicho sea de paso, aunque no por eso sea menos importante, cuando se establecen las causas del conflicto interno que se produce en el Estado de bienestar propiamente dicho, se describe, implícitamente, la contradicción que se diría fundamental de la socialdemocracia (en general de la propuesta socialdemócrata): no se puede llegar al socialismo sin romper en algún momento la lógica y las estructuras económicas capitalistas, y, evidentemente, esto último no tienen intención de hacerlo los socialdemócratas, por lo menos no a corto ni a mediano plazos. Por eso lo que constituye su bandera propiamente dicha, el "socialismo democrático", es, ciertamente, democrático (en sentido capitalista), pero no es socialismo; lo que ellos tratan de lograr -y lo han logrado- es una sociedad con un alto grado de seguridad social, grado que tiende a convertirse en el máximo permitido por las estructuras capitalistas; pero que se desmorona casi del todo cuando se agota su verdadera fuente de financiamiento -el auge económico- y sobreviene la crisis fiscal del Estado de bienestar. La crisis finalmente se resuelve en bancarrota. (La economista Ifigenia Martínez opina que el Estado nunca llega al extremo de la bancarrota ya que posee "la maquinita de hacer dinero". Sin embargo, todo tiene sus límites -hasta el fabricar dinero- y la bancarrota no necesariamente tiene que ser declarada formalmente: puede manifestarse en múltiples formas).
El siguiente paso en esta catástrofe es la entronización -con el consenso popular- de la reacción conservadora (para lo cual ayuda, pero no es determinante, una sonrisa al estilo de Ronald Reagan). Esta ha sido la experiencia reciente en diferentes países. La bancarrota del Estado social o interventor pareciera entonces explicar la necesidad de allegarse fondos públicos mediante la privatización (venta a particulares) de empresas públicas; necesidad económica real que apareja su consiguiente discurso ideológico reaccionario (la revolución "derechista"). Los demás elementos de la reacción conservadora -tanto en la economía como en la filosofía política y en la política propiamente dicha- van apareciendo y justificándose a medida que se avanza en la lucha contra la baja rentabilidad del capital (de la tasa decreciente de ganancias) y aparece la necesidad de modernizar la producción capitalista (por medio de la innovación tecnológica y de la consiguiente reconversión industrial; del despido de empleados "innecesarios" y de la "liberalización" del mercado de trabajo).
Los mitos del reformismo
No obstante las grandes ventajas que aporta el Estado de bienestar al progreso (desarrollo) social, son reveladoras las tesis de Ernest Mandel acerca de "los grandes 'mitos del reformismo". Niega toda "democratización" de la carga fiscal. Dice: "En régimen capitalista no se ha producido nunca una verdadera y radical distribución de la renta nacional mediante el impuesto, uno de los grandes “mitos” del reformismo,(58).
Además de considerar la facilidad con que el Estado se beneficia de los capitales líquidos importantes colocados en fondos del propio Estado por las Cajas o instituciones de Seguridad Social, Mandel llega al nudo de la cuestión: "El conjunto de las cantidades entregadas a las Cajas de Seguridad Social -ya sea por los patronos, ya por el Estado, ya por retención de los salarios de los mismos obreros- constituye simplemente una parte del salario, un 'salario indirecto' o 'salario diferido'. Es el único punto de vista razonable que, además, concuerda con la teoría marxista del valor, puesto que, efectivamente, hay que considerar como precio de la fuerza de trabajo el conjunto de la retribución que el obrero percibe a cambio de ella, sin que importe que le sea entregada directamente (salario directo) o más tarde (salario indirecto o diferido),,(59).
Abundando en la opinión de Mandel, lan Gough ofrece la siguiente información: "Los servicios sociales en Gran Bretaña han sido progresivamente considerados por los movimientos obreros como parte integral de los salarios, parte que debe ser defendida e incrementada en la misma forma que los salarios en dinero. Configuran un salario social aportado colectivamente por el Estado o por otro organismo,,(60).
Milton y Rose Friedman, también enemigos del Estado de bienestar -aunque desde trincheras opuestas a las de Mandel- calculan la continua disminución del número de trabajadores activos necesarios para financiar los servicios sociales de los que goza un número en aumento de trabajadores pasivos. Llegan a la conclusión de que cada vez es más pesada la carga sobre los hombros de los trabajadores activos en un Estado de bienestar. Dicen: "Los problemas financieros a largo plazo de la seguridad social se derivan de un solo hecho: el número de individuos que recibe pago del sistema ha aumentado y continuará creciendo a un ritmo mayor que la cifra de trabajadores cuyos salarios pueden estar sujetos a la imposición para financiar esos pagos. En 1950, por cada perceptor, había 17 trabajadores; en 1970, sólo 3; a principios del siglo XXI, si continúa la tendencia actual, habrá 2 en el mejor de los casos [ ... ] Al comienzo de la nueva era todo parecía bien; los individuos que habían de beneficiarse eran pocos y los contribuyentes que podían financiar dichos programas eran muchos, de modo que cada uno pagaba una pequeña cantidad que proporcionaba beneficios significativos a unos pocos que lo necesitaban. En la actualidad todos nosotros estamos financiando unos programas con un bolsillo, para recibir dinero -o algo que el dinero podría comprar- con el otro,(61).
Los datos de los Friedman nos hacen volver a Mandel para seguir en la búsqueda del meollo de la crisis del Estado de bienestar: "Las Cajas del seguro de enfermedad, de accidentes, no están basadas en el principio de la 'recuperación individual' (cada cual recibe lo que ha entregado o lo que el patrón o el Estado ha entregado por él) sino sobre el principio del seguro, es decir, de la media matemática de los riesgos, es decir, de la solidaridad: los que no sufren accidentes pagan para que los accidentados puedan quedar completamente cubiertos". Por eso para Mandel una verdadera distribución de la renta nacional en favor de los asalariados sólo puede lograrse mediante "la transformación de la seguridad social en servicios nacionales (de la salud, del pleno empleo, de la vejez) financiados por el impuesto progresivo sobre las rentas". (Subrayados del autor). En otras palabras, lo que propone Mandel es "la sustitución del principio de solidaridad [de clase] limitada a la clase laboral, por elprincipio de solidaridad ampliada a todos los ciudadanos"(62).
Las afirmaciones de Mandel nos proporcionan una punta del hilo para desenredar la madeja. Nos ha demostrado que la seguridad social se financia mediante la solidaridad interclase trabajadora; pero los datos aportados por los Friedman nos advierten de la ya inminente sqturación de dicha solidaridad. Y que esto ocurra pronto es temor bien fundado de nerviosos capitalistas (o de sus ideólogos). Por que para entonces el progresivo aumento de las conquistas sociales y, por ende, de la fuerza política de sindicatos y otras organizaciones laborales en una socialdemocracia o Estado de bienestar incrementarían peligrosamente las presiones de los asalariados en pos de una más justa distribución del ingreso, hasta llegar a gravar las sacrosantas ganancias del capital. He aquí, pues, una buena justificación -entre otras- para que los capitalistas enarbolen banderas neoliberales y declaren guerra a muerte al Estado benefactor.
Para aceptar plenamente aquella tan atractiva idea como es la de Mandel, tendríamos que estudiar primero la composición y el tipo de los crecientes impuestos durante el desenvolvimiento del Estado de bienestar en las sociedades capitalistas avanzadas, y determinar si dichos impuestos gravan o no las utilidades del capital. A pesar de los refinadísimos métodos que ha adquirido el fraude contra el fisco, es indudable el aumento de la imposición fiscal en países que han construido un Estado de bienestar. Pero el punto no es ése, sino otro, y no es cuestión de valorarlo cuantitativamente sino cualitativamente. Para quien considere que no existe ni existirá jamás un salario "justo" ya que la injusticia radica en la existencia misma de un "salario", tampoco puede aceptar que haya una ganancia "lícita" que sea producto del trabajo ajeno: es inmoral por principio. Se comprende que me estoy refiriendo tanto al fundamento económico del capitalismo como al fundamento ético del socialismo.
Bajo este orden de ideas, el "salario indirecto" o "diferido" mencionado por Mandel tendría que ir creciendo progresivamente hasta absorber las ganancias capitalistas. Esto sería el desarrollo lógico del "socialismo democrático" de los socialdemócratas. Como en la vida real esto no ocurre así -por razones obvias- el reformismo encuentra pronto sus propios límites dentro de la permisibilidad capitalista, cuando empieza a declinar el auge económico -pleno empleo prolongado, alzas salariales, tasa media de ganancias satisfactoria-, auge económico durante el cual se financian fácilmente reformas sociales favorables a los asalariados en un Estado de bienestar o socialdemocracia.
La experiencia actual nos demuestra que tales reformas no son irreversibles del todo. La tónica político-económica en estos precisos momentos se caracteriza por un escandaloso desempleo, reducción de salarios reales, alza de los precios de los bienes salario, recortes en la seguridad social etc. (Todo eso que constituye "la rebelión de los ricos contra los pobres", como repitiera en un discurso suyo el político mexicano Jorge de la Vega Domínguez, quien, como otros tantos políticos semejantes, ha dado un viraje hacia la defensa de las políticas económicas neoliberales).
Ahora bien: mientras no se decidan a gravar las utilidades del capital -con verdadero espíritu de justicia socialmediante reformas fiscales a fondo, los reformistas no revolucionarios se ven expuestos a soportar déficit crecientes en los presupuestos nacionales de sus respectivos países, para financiar parte de la seguridad social y de otras conquistas sociales como la educación pública y la elevación de la calidad de la vida en general dentro de un Estado de bienestar. Es oportuno señalar que la determinación de financiar el desarrollo con créditos externos -en vez de optar por una efectiva reforma fiscal interna- llevó a los Gobiernos "populistas" (equivalentes latinoamericanos del reformismo capitalista) a incrementar sus respectivas deudas externas hasta llegar a los dramáticos niveles a los que se ha llegado hoy.
Notas:
(47) Paul A. Samuelson, conferencia magistral que bajo el titulo La economía mundial a fines del siglo presentó en el VI Congreso Mundial de Economistas, en agosto de 1980, en la ciudad de México.
(*1)Con lo que Samuelson no contó entonces fue con el éxito posterior de la ofensiva reaganeana-thatoheriana contra el Estado de bienestar.
(48) Gonzalo Varela, "Trasnacionalización y política", revista Comercio Exterior, vo1.32, No.l, julio de 1982.
(49) P. A. Samuelson, Op.cit.
(*2) Ya no sólo somos testigos de lo que ocurre en el Norte. La crisis golpea ahora, con inusitada saña, también al Sur: México sufre la peor crisis económica de su historia después de la revolución.
(50) David Stockman, The Triumph 01 Politics. Why the Reagan Revolution failed, Harper and Row, 1986, p.8. [Traducción de la autora]
(51) Leonard Sil k, comentarista polftico de The New York Times, en un articulo reproducido en la página editorial de Excélslor el 23 de julio de 1986.
(52) Germán Pérez Fernández del Castillo y Samuel León, en un articulo de próxima publicación titulado México: en busca de la legitimidad perdida.
(53) James O'Connor, Op.cit., p.65.
(54) James O'Connor, en su libro citado, dibuja con precisión las lineas fundamentales del cuerpo económico del Estado de bienestar y demuestra cómo llega éste al desa· juste estructural entre los ingresos y sus gastos, es decir, a la bancarrota fiscal
(55) El concepto central y la terminología usados aquí los tomé de O'Connor en su libro citado,
(56) O'Connor, Op.cit., p.59.
(57) Idem, p.28.
(58) E. Mandel, Op.cil., p.95.
(59) Idem, p.92.
(60) lan Gough, Op,cil., p.269
(61) Miltan y Rase Friedman, Libertad de elegir, 1981, pp.153-165-166
(62) Ernest Mandel, Op.cit.