Otra vez el estado de bienestar (Publicado en 1988)

Son precisamente los relativos o dudosos "triunfos" (dudosos porque originan desequilibrios mayores) del capitalismo salvaje en el presente los que justificarán en buena medida la hipótesis del necesario retorno del capitalismo reformista, es decir, de un nuevo Estado de bienestar corregido y adecuado a nuevas circunstancias históricas. Un nuevo Estado de bienestar que supere el mayor de sus vicios, el cual es -según los adversarios neoliberales- la excesiva estatización o debilitamiento del mercado (por intervención del Estado en la economía y por el carácter monopolista del capital) como factor de regulación capitalista del crecimiento económico y de la distribución de recursos.
No pueden durar indefinidamente, o por demasiado largos períodos, ni la progresiva parálisis económica de los países pobres ni el masivo desempleo en los países ricos resultantes de aquellas políticas neoliberales: la economía mundial no lo resistiría.
El retorno del capitalismo reformista -por derrota, a su vez, del capitalismo salvaje- no puede efectuarse de la noche a la mañana. La crisis del capitalismo mundial en general, y la crisis de la deuda externa en particular, complican la realización de aquella tendencia en América Latina; así como la revolución científico-técnica y la trasnacionalización indetenible del capitalismo determinan también la complejidad en que se realizará dicha tendencia en los países de capitalismo avanzado.
Sin embargo, en un estudio de los cambios que ocurren en el desarrollo de la sociedad latinoamericana,.se lee:"Como demuestran las experiencias de Portugal, Grecia y España, el fascismo -en un sentido- es una premisa para el rápido crecimiento de la socialdemocracia en el período en que el fascismo va a la tumba bajo los golpes de las fuerzas democráticas. No se excluye que tal variante ocurra en América Latina"(63).
Lo anterior se publicó en 1981; desde entonces los augurios se confirmaron en las naciones sudamericanas que se sacudieron la bota militar que las aplastaba y en donde está ocurriendo un fenómeno de "europeización" -es decir, hacia concepciones de la socialdemocracia clásica- de las antiguas corrientes populistas latinoamericanas; fenómeno político al que, por supuesto, no es ajeno el fenómeno económico de la maduración del capitalismo -aunque dependiente- en la región.
Las penurias intensificadas a las que están sometidos hoy los pueblos del Tercer Mundo por las consecuencias de la búsqueda de rentabilidad del capital en el sistema capitalista mundial, y la impotencia económica a la que han sido reducidos los Gobiernos democráticos de esos mismos pueblos por la explotación usuraria de la deuda externa, están mostrando con descarnada crudeza la verdadera índole del imperialismo, y, lo que es más importante, están propiciando una toma de conciencia generalizada en los medios democrático-burgueses acerca de los mecanismos injustos del sistema capitalista. Como no puede esperarse que los líderes o miembros de la clase dirigente de estos pueblos abjuren de su condición capitalista, es muy posible que su creciente concientización los lleve o los afirme hacia el planteamiento de un·reformismo identificado con el llamado socialismo democrático de los socialdemócratas europeos. La oportunidad para que esto ocurra se presentará en un futuro no muy lejano, aunque la comprensión de tal posibilidad se oscurezca ahora por la imposición cotidiana de la reacción conservadora en todos los campos y el aparente retroceso de la Internacional Socialista en la región; también el oneroso pago de la deuda externa y de la recesión en la que han naufragado las naciones latinoamericanas oscurecen aun más el panorama.
Cabe recordar cómo el new deal en Estados Unidos y las socialdemocracias en Europa surgieron y florecieron a partir de políticas económicas en buena parte salvadoras del gran naufragio del capitalismo liberal en los años 29 y siguientes (con el interregno fascista en Europa). "Cuando la burbuja se rompa -y se romperá- el público recurrirá al Gobierno afirmativo de Franklin D. Roosevelt, no al mercado libre de Ronald Reagan " (64). Dicho de otra manera: será necesario poner más dinero en los bolsillos de los trabajadores (adoptar una política económica que se base en la demanda) y no ya, como se hace ahora en plena revolución "derechista", seguir poniendo más dinero en los bolsillos de los capitalistas (la política económica que se basa en la oferta). La expansión económica durante la posguerra en los años cincuentas y sesentas se debió al carácter masivo que adquirieron tanto la producción como el consumo: el poder de compra de los salarios permitía la realización de la producción. En nuestros días ocurre lo contrario: las restricciones salariales (tanto del salario directo como del indirecto) están afectando peligrosamente el consumo.
En síntesis: la sustitución de una política económica (con énfasis en la demanda) por otra (con énfasis en la oferta), o viceversa, obedece a vicisitudes del desarrollo del capitalismo, vicisitudes que adquieren fisonomía propia de acuerdo con la coyuntura en que aparecen y de la situación concreta de que se trate. Aunque se encuentren características básicas comunes, estas circunstancias históricas distintas determinarán las diferencias políticas y culturales de tales cambios económicos. De aquí que tan importante sea estudiar las analogías como las diferencias entre lo que ocurrió en la crisis del 29 y lo que está ocurriendo en esta magna crisis actual.
Tanto los conservadores como los progresistas se encuentran hoy en estado de alerta. Los primeros porque, como afirma Antonio Negri, "cuando se dice “demanda” se dice clase obrera, se dice movimiento de masa que ha encontrado una identificación política, se dice posibilidad de insurrección y de subversión del sistema"(65). Los segundos porque ven en las políticas económicas neoliberales (de la oferta) la "rebelión de los ricos contra los pobres" y recuerdan la aparición del fascismo como barrera contra la fuerza de los sindicatos.
Una correcta caracterización de la naturaleza intrínseca del capitalismo no es estática y debe basarse en la resultante de su trasformación histórica: de lo que va siendo. Por eso cuando se oye decir que está en crisis o en quiebra el "modelo keynesiano" dan ganas de preguntar si quien lo está diciendo está consciente de que el llamado modelo keynesiano no es otra cosa sino el capitalismo mismo. En otras palabras: lo que ha llegado a ser. Los modelos ofrecidos por el neoliberalismo (por medio de los ofertistas) no son sino intentos involucionistas que tratan infructuosamente (ya que sus éxitos son relativos y ambiguos) de borrar los cambios históricos del capitalismo. Cambios que se hicieron más visibles a partir de la gran depresión de los años 29 y siguientes. Si se sigue el desasrrollo de estos conceptos se llega a comprender por qué la crisis actual del capitalismo es, propiamente, la crisis de la economía mixta, del Estado de bienestar, de la socialdemocracia, del reformismo. Ahora bien: determinar si las políticas económicas neoliberales conducen a una involución histórica del capitalismo o, si por el contrario, están llevando a una fase superior del mismo en su evolución histórica -a la formación de una economía única y de un solo mercado mundial- es cuestión de perspectiva de clase. Desde el punto de vista de los portadores de la fuerza de trabajo el neoliberalismo económico no es otra cosa sino un fascismo económico, mientras que el keynesianismo puede conducir al llamado socialismo democrático, o, en otras palabras, al reformismo capitalista (socialdemócrata). Por eso con buena dosis de gracia o de ingenio Christine Buci-Glucksman habla del "socialismo keynesiano" .
Dice Donald A. Nichols: "El cuadro general de lo que sucedió es bien conocido. Las ideas keynesianas perdieron predominio tanto en el seno de la comunidad académica como en la arena política; la influencia del monetarismo creció, conquistando muchas instituciones académicas y de instrumentación de políticas. En un estadio posterior surgió en la escena la economía de la oferta [ ... ] Menos conocido es el motivo de esta transferencia de poder intelectual. En parte fue debido a la incapacidad de los modelos keynesianos para explicar la tambaleante economía. Ello costó caro [ ... ] se creó un vacío que se vio rápidamente ocupado por los monetaristas"(66).
Sin embargo, hay claros indicios de reacción en contrario. Más adelante, en el mismo artículo, sigue diciendo Nichols: "La marea está empezando a cambiar su curso también a nivel académico. Las nuevas teorías monetaristas están saliendo reprobadas en pruebas empíricas básicas. La teoría keynesiana, alterada para incorporar lo mejor de las ideas monetaristas, ya no tiene dificultades para explicar los episodios que la perturbaban a principios de los setentas. Ahora son los modelos monetaristas los incapaces de explicar las últimas tendencias de las tasas de interés y la inflación,,(67). (Subrayados míos).
Aparte los vaivenes de las teorías económicas, el caso es que la economía mixta se encontró en problemas y, por ende, el Estado de bienestar en todas partes. Cabe adelantar lo que será una de las principales conclusiones del presente trabajo: la crisis del Estado de bienestar se encuentra en la propia médula de la gran crisis actual del capitalismo mundial.
Entre las conclusiones de su famoso y autocrítico libro, David Stockman, quien fuera miembro prominente del gabinete económico en la primera Administración de Reagan y uno de los arquitectos de la política económica neoliberal (ofertista), admite lo siguiente: "En cierto modo, el gran incremento en la imposición fiscal que necesitamos [que nos hemos visto obligados a aceptar] confirmará el triunfo de la política [sobre la economía]. En una democracia los políticos deben tener la última palabra una vez que esté claro que la dirección que tomamos es consistente con las preferencias del electorado. La revolución reaganearia abortada probó que el electorado [norte]americano desea una moderada socialdemocracia como escudo contra las ásperas aristas del capitalismo”(68).
El carácter cíclico de los problemas del capitalismo se evidencia aquí. Si los capitalistas recurrieron a las políticas económicas del lado de la oferta (una de las bases económicas neoliberales de la actual revolución conservadora) fue, fundamentalmente, para detener la ola inflacionaria provocada por la expansión de la demanda (base económica keynesiana del Estado social).
Con mayor precisión diríamos que las políticas económicas neoliberales se impusieron como presunto remedio a la stagflation (estanflación), fenómeno nuevo en la historia del capitalismo y característico de los años setentas; fenómeno que desconcertó por igual a economistas y analistas políticos: se trataba del extraño maridaje de los fenómenos inflación y recesión, a los cuales se les había considerado hasta entonces excluyentes entre sí. Ya vimos en otra parte de este trabajo cómo explica el economista Paul A. Samuelson el fenómeno de la estanflación. También sabemos que este episodio del permanente conflicto entre el capital y el trabajo lo ganó el primero sobre el segundo.
Conseguido en parte su propósito -reducir la inflación- se enfrentaron las sociedades capitalistas avanzadas al problema del desempleo masivo y del abatimiento de los niveles de vida de las mayorías, lo que significó el consiguiente subconsumo. No nos deben engañar las recuperaciones que han seguido a cada una de las recesiones dentro de esta misma crisis del capitalismo mundial, pues ellas han sido cada vez más precarias. Dice A. Gunder Frank: "La “recuperación” de la economía mundial que se ha producido desde 1983 bajo la presidencia de Ronald Reagan es nacionalmente débil, internacionalmente desequilibrada y temporablemente [sic] inestable. La próxima recesión mundial amenaza muy seriamente con agravar las tendencias depresivas, y las políticas neomercantilistas, e incluso los bloques económicos, traen reminiscencias de los años treintas,,(69).
Se comprende que estos problemas exigirán para su solución más tarde o más temprano elevar el poder adquisitivo de los salarios, es decir, "expansionar" la demanda. Para entonces podrá volverse a levantar -estructural y superestructuralmente- el edificio del Estado de bienestar como principal generador del salario indirecto y propiciador del aumento del salario directo (al restablecerse la fuerza y el poder sindicales). ¿Podrá el Estado de bienestar para entonces superar, teórica y prácticamente, la condición inflacionaria que siempre lo ha acompañado? La verdad: parece difícil; pero aquí entra la posibilidad de que el keynesianismo futuro adopte algunos elementos positivos del neoliberalismo. Se pregunta Paul A. Samuelson al final de su trabajo aquí citado: "¿Es utópico conservar y promover cualidades humanas de la economía mixta manteniendo al mismo tiempo la eficiencia del mecanismo de mercado?"
Los campeones del neoliberalismo económico ponen énfasis en la producción de riqueza "a como haya lugar"; los defensores del Estado de bienestar lo ponen en la distribución de la misma sin salirse del perímetro del capitalismo. Considero que el conflicto establecido entre ambas posiciones constituye el sello característico de las sociedades capitalistas contemporáneas (más acusado en las de capitalismo avanzado, menos en las subdesarrolladas). Por otra parte es la preeminencia de este conflicto lo que le imprime tanta vitalidad al capitalismo en nuestro momento, tanta, que pareciera relegar a segundo término la discusión sobre los problemas del socialismo real (por lo menos hasta la marea reformadora de Gorbachov en la URSS). El asunto de de·terminar cuál ha de ser prioritaria, si la mayor producción o la mejor distribución de la riqueza interesa por igual a la práctica político-económica en ambos sistemas y cobra importancia teórica en la antigua discusión renovada hoy acerca del mercado y sus leyes reguladoras.
Parto de la certeza de que no se restablecerá un nuevo Estado de bienestar a menos que se genere una fuerte reacción de las clases trabajadoras para dar vuelta a la página en este capítulo de renovada explotación que están sufriendo actualmente. Por lo pronto están todavía los trabajadores paralizados no sólo porque la reconversión industrial y la recesión están diezmando sus filas, sino también por los golpes sufridos en sus salarios y prestaciones y en sus organizaciones sindicales. Con variantes propias de cada situación concreta, la anterior es la condición en que se encuentra el proletariado en casi todo el mundo occidental.
Sin embargo, no caben dudas de que tal poderosa reacción se presentará más temprano que tarde. Lo dicho no responde a ilusión y buenos deseos: está en la dinámica interna del capitalismo el vencer periódicamente los desequilibrios sucesivos entre los factores de la producción y en lo político el capitalismo tiende naturalmente a restablecer el sistema "democrático" burgués cuando éste ha sido temporalmente destruido u obscurecido. Esto explica la alternancia de las políticas económicas -y sus respectivas justificaciones ideológicas- favorecedoras ya sea del capital, ya del trabajo, tal como parece haber ocurrido dentro del desarrollo reciente del capitalismo. Por demás está añadir que las condiciones favorables para uno o para otro bandos deben encontrar, para realizarse, los dirigentes adecuados. Recíprocamente, los dirigentes o líderes de tales cambios encuentran, en aquellas condiciones favorables, la ocasión de realizar sus respectivas políticas. Así se explican las presencias, en un solo país, de Administraciones tan contrarias como la de un Roosevelt o la de un Reagan en Estados Unidos; de un Cárdenas o de un De la Madrid en México.
La historia de Estados Unidos demuestra que el capitalismo ha florecido lo mismo bajo la ley de la selva que bajo la sombra del Estado benefactor; lo mismo bajo el liberalismo económico más desenfrenado que acogido a la protección gubernamental; pero también nos señala que bajo una u otra organización se llega a lo mismo: a una crisis global del sistema.
Arthur Schlesinger (The cycles 01 American History) considera un carácter cíclico en la historia norteamericana, pero desde un ángulo estrictamente sociopolítico: cuestión de alternancia de generaciones en la conducción política, ya sea en pro de los intereses públicos, ya en pro de los intereses privados, sucesivamente. "Es la experiencia generacional la que actúa como causa principal del ciclo político. Los miembros de cada generación formulan sus premisas políticas como respuesta al ambiente público de su adolescencia y los primeros años de adultez. Cuando llegan a la mayoría de edad, por lo general veinte años más tarde, intentan articular las premisas conformadas en la época anterior,,(70). Schlesinger pone como ejemplos a Franklin y Eleanor Roosevelt y a Harry Truman, cuyos ideales se formaron en la época de Wilson y del primer Roosevelt, y quienes al llegar a la madurez implantan el "nuevo trato" y el "trato justo", respectivamente; de igual manera los Kennedys y Lyndon Johnson, formados en la etapa del "nuevo trato", implantan a su vez, cuando maduran, la "nueva frontera" y la "gran sociedad", respectivamente. La generación que se formó en tiempos de Kennedy está por llegar, dice Schlesinger. (Siguiendo la lógica del pensamiento de este último debemos suponer que esta futura generación progresista desplazará la generación conservadora actualmente en el poder en Estados Unidos).
De cumplirse la profecía de Schlesinger esta futura generación dirigente protectora de los intereses públicos, y no de los privados, coincidiría con un nuevo (o restructurado) Estado de bienestar, si se cumpliera mi profecía basada en hechos fundamentalmente económicos y que, lejos de discrepar, se complementaría con el enfoque sociopolítico de Schlesinger. (Es digno de notarse que no obstante el rechazo a cualquier determinismo económico en la historia, el historiador Arthur Schlesinger no participa del mito tan norteamericano acerca de la ausencia de todo conflicto de clases en su sociedad: para él son determinantes los conflictos entre las fuerzas democráticas y los intereses particulares).
"Algunos comentaristas advierten -dice Leonard Silk, comentarista de The New York Times- que la mayor amenaza proviene del abandono, por parte de los líderes políticos y económicos de los principales países industrializados, de la lección aprendida durante la gran depresión -la doctrina de John Maynard Keynes- en el sentido.de que para curar una depresión y un desempleo masivo el Gobierno debe actuar para incrementar la demanda de bienes y de trabajadores,”(71).
Sin embargo, el asunto de las políticas económicas que se siguen o que se deberían seguir no es tan simple. En aparente paradoja, la Administración de Reagan ha abandonado, no tan sorprendentemente, el rígido neoliberalismo económico (el ofertismo). "El único país del que puede decirse que aplica los remedios keynesianos de recortes tributarios, incrementos del gasto y enormes déficit presupuestarios es Estados Unidos bajo la presidencia de Ronald Reagan", añade Leonard Silk en otra parte de su artículo citado.
Sí, pero ¿para qué los aplica? -preguntaríamos nosotros-. A diferencia de lo que ocurre en el Estado de bienestar o social, la Administración de Reagan ha sustituido gran parte del gasto estatal (en salud, vivienda, educación, recreación) por un desorbitado incremento en el gasto militar, conformando así una manera distinta de ocupar los excedentes. Esto no quiere decir que el Estado de bienestar no ocupe excedentes en armas; pero como ya se comentó en otra parte de este trabajo, es cuestión de distinto énfasis o intención en este fenómeno.
Abundando en el tema dice A. Gunder Frank: "La recuperación norteamericana se basó fundamentalmente en una política fiscal expansiva, en una reducción impositiva, y en un incremento keynesiano del gasto militar, combinado con una política monetaria restrictiva (el ajuste monetario y la política de altas tasas de interés de Volcker),,(72).
También comenté ya cómo -con deliberada audacia lancé la hipótesis de que en los Estados Unidos de Ronald Reagan no se recortan los gastos sociales para aumentar los del armamentismo, sino que, por lo contrario, se incrementa el gasto militar para impedir los gastos sociales. (El fantasma de la URSS vendría a ser, de acuerdo con esta hipótesis, un expediente muy eficaz del discurso ideológico justificador del enorme incremento del armamentismo ante el propio pueblo norteamericano y sería también -dentro de esa misma hipótesis- legitimador de las conductas intervencionistas del Gobierno norteamericano en el Tercer Mundo. Dicho sea lo anterior sin mengua del ánimo furiosamente belicista que inflama todos los aspectos del capitalismo reaganeano). Que el armamentismo haya crecido desmesuradamente y actúe por sí mismo, como un Frankestein, con autonomía de los propósitos que lo originaron, es otro asunto que requeriría analizarse más a fondo. Ha crecido y se ha independizado tanto el armamentismo que lo más frecuente es que se le tome como causa y no como efecto de la crisis económica de Estados Unidos.
Por otra parte, la determinación de abatir progresivamente -hasta donde fuere posible- los gastos sociales, es decir, de disminuir la protección social a los débiles, revela una conducta congruente con la filosofía que justifica el triunfo del más fuerte, del más "apto", del mejor condicionado para una sociedad que intenta volver a regirse por las leyes de la selva del capitalismo salvaje. La revolución socioeconómica de los conservadores, desmanteladora del Estado de bienestar, extendida hoy por todas partes, se ajusta coherentemente con sus fundamentos filosófico-ideológicos.
Ya se dijo que la acción del reformismo capitalista (socialdemócrata) pareciera tener carácter cíclico y estar determinada por el vaivén de las crisis periódicas y las de transformación del capitalismo. "Podría considerarse que opera sobre ambas partes: con carácter benéfico coyuntural para los movimiento' obreros periódicamente aplastados y que, por lo mismo, son defendidos y fortalecidos por la socialdemocracia (por el reformismo capitalista); pero con carácter benéfico permanente para las clases sociales dominantes ya que propician la perpetuación del sistema al corregir el rumbo del capitalismo y devolverlo a la gran corriente evolutiva del proceso histórico,”(73).
Es preciso afinar los conceptos anteriores. Cuando se habla aquí de una clase obrera directamente beneficiada por el reformismo capitalista (el Estado de bienestar) se refiere a los trabajadores de los sectores monopolistas y estatal, el primero como producto de la modernización -en todos sentidos- de la sociedad capitalista contemporánea y el segundo como producto de la condición mixta -por la intervención del Estado- de la economía global de esa misma sociedad. En cambio el sector competitivo (las pequeñas y medianas industrias) sufre las consecuencias de la alianza, tácita o expresa, entre la clase empresarial y los grandes sindicatos tanto del sector monopolista como del sector estatal, ya que en este último los trabajadores organizados equiparan sus salarios y prestaciones con los del sector monopolista a costa del deterioro de los salarios en el sector competitivo. Los trabajadores del sector competitivo -débiles y constantemente debilitados económicamente- van engrosando por eso las filas cada vez más nutridas de los beneficiarios de la seguridad social (es decir, de los gastos sociales improductivos), con lo cual se benefician indirectamente en un Estado de bienestar. No es ocioso, como se comprende, hablar de una "aristocracia" obrera dentro de los movimientos obreros en las sociedades capitalistas contem poráneas.
Además de constituir uno de los elementos que provocan finalmente la bancarrota fiscal del Estado, el fenómeno económico que se acaba de describir determina algunas consecuencias políticas, de las cuales la principal pareciera ser la división de la clase obrera, amén de la corrupción política (para no hablar de la corrupción moral de los dirigentes sindicales) que desvirtúan los propósitos verdaderos perseguidos por la lucha de clases.
A esta doble opresión, ejercida por los empresarios y por las aristocracias obreras sobre los trabajadores más desvalidos -en el sector competitivo de las sociedades de capitalismo avanzado abundan los trabajadores no calificados: mujeres, niños, minorías étnicas, extranjeros indocumentados- habría que agregar la sobrexplotación que sufren los trabajadores en conjunto de las naciones colonizadas, quienes contribuyen, nacionalmente, a formar la plusvalía que las metrópolis arrancan a los países colonizados mediante el deterioro de los términos del intercambio. Ya se dijo en otra parte de este trabajo, pero no está de más repetirlo, que el salario de las naciones "asalariadas" consiste en los precios internacionales de las materias primas, las cuales experimentan fluctuaciones propias de acuerdo con vicisitudes del comercio internacional, de modo semejante a las fluctuaciones que sufren los salarios individuales dentro del ámbito nacional o regional.
Por supuesto que las conductas actuales profundamente egoístas de Estados Unidos -y cuando digo Estados Unidos incluyo su propia clase trabajadora- frente a las tribulaciones de las naciones "asalariadas" del Tercer Mundo -tribulaciones debidas sin duda alguna a la relación imperialista que une ambas partes- se justificarían, en última instancia e intemporalmente, por "el espíritu capitalista y la ética protestante"; pero se explican, en términos contemporáneos, por la apremiante necesidad de Estados Unidos (expresada en la reaganomía) de restablecer, cueste a quien le costare, su hegemonía económica y militar sobre el resto del mundo; hegemonía lesionada, a partir principalmente de los años setentas, por un complejo de fenómenos económicos y políticos sufridos por la potencia imperial. El restablecimiento del poderío económico ciertamente lo ha conseguido la reaganomía, aunque sobre bases tan endebles e inestables que muchos economistas la califican de artificial. En cuanto al poderío militar supremo, la última palabra tendría que decirla la Unión Soviética.
No es pos¡ble vaticinar, o al menos sugerir, el retorno del Estado de bienestar, sin referirse a la célebre Comisión Trilateral. Hace poco tiempo las relaciones entre los países industrializados no eran tan tensas y difíciles como son ahora. Su relativa armonía fue en parte resultado de las gestiones y actividades de la hoy relativamente oscurecida Comisión Trilateral. Esta Comisión, como es sabido, se formó por iniciativa privada en 1973. La integraron individuos de las aristocracias financieras y político-administrativas, de las universidades y de algunos centros de investigación muy conservadores, así como de importantes medios de comunicación masiva y uno que otro líder sindical cooptado. Como el nombre de la Trilateral lo indica, todos sus miembros vinieron de los tres núcleos rectores de la economía mundial: América del Norte -Estados Unidos y Canadá-, Japón y la Comunidad Europea.
La Comisión Trilateral constituye expresión objetiva de la evolución del capitalismo mundial en nuestro momento.
Responde plenamente al predominio presente del capital financiero sobre el industrial y, por ende, al auge de la Banca privada internacional. (Puede afirmarse, entonces, que el ca pitalismo es hoy más especulativo que productivo). La Trilateral responde, también, a la necesidad de establecer estrategias comunes en escala planetaria, en función de los intereses del capital privado trasnacional y del fenómeno más característico del capitalismo en su actualidad: su trasnacionalización creciente. Sobre todo, la Trilateral responde a la amenaza surgida desde el seno mismo de las Naciones Unidas, en cuya Asamblea General han ido ganando fuerza y poder los Estados nacionales tercermundistas en lucha por su liberación económica, su independencia política y su estabilidad social.
No fue nada casual que la propuesta conciliatoria conocida bajo el nombre de "Informe Brandt" sobre las relaciones Norte-Sur haya tenido como arranque la relación personal entre Robert MacNamara, presidente del Banco Mundial de entonces, y connotado trilateralista, y el presidente de la reformista Internacional Socialista, Willy Brandt
Puede decirse que la Comisión Trilateral nació, fundamentalmente, para atenuar la inevitable competencia comercial entre las potencias más industrializadas ávidas de mercados, y poder presentar, entonces, un frente más o menos homogéneo ante los crecientes y peligrosos movimientos de liberación del Tercer Mundo. Sin el dominio y la explotación del Tercer Mundo se tambalearía el Primer Mundo, ya que aquél constituye para éste su mercado cautivo o irremplazable, su abastecedor de materias primas y, sobre todo, su fuente inagotable de fuerza de trabajo casi regalada y de plusvalía generada internacionalmente.
Fue la Comisión Trilateralla que llevó al poder al trilateralista (y ¿casi socialdemócrata?) James Carter en Estados Unidos, y fue James Carter quien propició que la Comisión Trilateral tomara la dirección de los asuntos mundiales. Durante su predominio se logró entendimiento entre los tres grandes núcleos de la economía mundial; se intensificó la interpenetración financiera y comercial en los propios países industrial izados por medio de sus respectivas empresas trasnacionales; se puso mayor atención a las relaciones entre los llamados Norte y Sur y se relegó a segundo término el conflicto Este-Oeste; se perfiló un nuevo orden económico capitalista mundial, basado en una nueva división internacional del trabajo y favorecedor de la nueva expansión del capitalismo.
Dicho sea no tan de paso, los dos últimos presidentes norteamericanos representan dos maneras de facilitar o dirigir la evolución capitalista hacia su fase de plena trasnacionalización. James Carter, paladín del proyecto trilateral, favoreció la labor de empresas y conglomerados trasnacionales lo mismo se tratara de trasnacionales norteamericanas que de europeas o japonesas, con lo cual se creaba un clima de entendimiento entre todas las potencias capitalistas. Reagan favorecía -y en esto consistió su "nacionalismo"- las empresas trasnacionales de matriz propiamente norteamericana; así, durante su Administración -y no obstante su retórica neoliberal- medidas proteccionistas en el comercio internacional y otras de tipo financiero-económicas exacerbaron las diferencias y los conflictos entre las potencias capitalistas, ya no tan aliadas y al borde de una franca guerra comercial.
De aquí la incongruencia de su retórica liberal, ya que exigía libertad irrestricta en su comercio con los países del Tercer Mundo y libertad "aceptable" en su comercio con los otros países industrializados, mientras cerraba o amenazaba con cerrar sus fronteras a los productos de otros países. (A últimas fechas, y dando un gran viraje, Ronald Reagan se ha autoproclamdo campeón del libre comercio mundial, lo que resulta más congruente con su filosofía política neoliberal).
Por su parte, el Partido Demócrata asume en la actualidad una posición francamente proteccionista que contradice las posiciones trilateralistas que asumió el presidente también demócrata James Carter Necesitaríamos ahondar más el análisis respecto a la economía norteamericana en estos momentos antes de abandonamos a una fácil justificación de tipo político-electoral en la coyuntura para explicar aquella aparente contradicción. Contradicción que ya no lo será tanto si recordamos que -como lo asegura G. Myrdal- "el Estado benefactor democrático de los países ricos del mundo occidental es proteccionista y nacionalista" (*1).
Volviendo a los aparentes virajes de los partidos políticos norteamericanos puedo afirmar -por ahora intuitivamente, aunque no dudo de la existencia de estudios sistemáticos al respecto- que los norteamericanos reaccionan políticamente en buena parte de acuerdo con intereses económicos muy precisos. De aquí que el partido cuyos proyectos económicos coyunturales coincidan con el crecimiento y expansión del capitalismo en una determinada época sea el triunfador en los comicios de esa época, casi independientemente de su filosofía política propia y permanente. De igual forma muchísimos votantes abandonan un partido cuando éste pierde "momento" en el desenvolvimiento del capitalismo.
Las reflexiones anteriores sobre el trilateralismo en Estados Unidos cobran sentido en el presente trabajo ya que, de retornar el auge del Welfare State en aquel país, será -indudablemente- bajo una Administración demócrata, y no republicana. El retorno del Partido Demócrata al poder dependerá de las necesidades perentorias del capitalismo en ese momento para seguir creciendo y expandiéndose.
Para terminar este capítulo en donde comento el posible retorno del Estado de bienestar (o de su nuevo predominio) haré mías las palabras de Gunnar Myrdal con las que definía el Estado de bienestar futuro tal como él lo imaginaba en los años sesentas: "Insistiré en la pertinencia del Estado utópico, descentralizado y democrático [yo añadiría “desburocratizado”] en el que, dentro de los límites de una política general cada vez más eficaz [lo que él llama “planificación” o “coordinación”] formulada por toda la comunidad nacional, los ciudadanos mismos asumen cada vez en mayor grado la responsabilidad de organizar su trabajo y su vida por medio de la cooperación y el acuerdo locales y provinciales sólo con el minimum necesario de intervención directa del Estado. Esta utopía es, según creo, una meta real. Es inherente a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que son las fuerzas impulsoras definitivas que están detrás del desarrollo del Estado benefactor democrático contemporáneo. Si hacemos más explícita la ideología del Estado benefactor, es decir, si aclaramos nuestra dirección y nuestros objetivos, esta utopía se destacará como nuestra meta práctica"· (*2).
Juzgada casi treinta años después, la utopía de Myrdal no parece irrealizable, ya que, como producto dialéctico del conflicto actual entre políticas económicas y filosofías sociales contrarias, puede esperarse que un nuevo Estado de bienestar adopte elementos positivos del neoliberalismo de nuestros días; elementos tales como una racionalización del gasto público (aunque más lógica y menos ideologizada); una desburocratización (pero más a tono con las causas que propician el crecimiento burocrático y menos con las consecuencias de la excesiva burocracia); una descentralización del poder político y de la economía global. Todo esto basado en una mayor madurez ciudadana de los individuos, tal como se desprende del pensamiento de Myrdal.
Notas
(63) Centro de Estudios sobre América, Lecturas No.7. Estudio sobre la socialdemocracia en América Latina, La Habana, abril de 1981.
(64) Arthur Schlesinger, en un artículo en el que afirma que "la ideología reaganista y!a popularidad de Ronald Reagan flotan en una ola de prosperidad económica precaria. The New York Times, reproducido por Excélsior en su página financiera el 16 de julio de 1986.
(65) Antonio Negri, "John M. Keynes y la teoría capitalista del Estado en el 29", revista Estudios Políticos, Nueva época, vol.5, julio-diciembre, 1986, NO.3-4, UNAM.
(66) Donald A. Nichols, profesor de economía en la Universidad de Wisconsin-Madison y exsubsecretario del Departamento Norteamericano del Trabajo, "Monetarlsmo: tiempo de emprender la retirada", articulo publicado en National Policy Papers y reproducido por la revista Contextos, año 3, Nos.29-30, 1982.
(67) Ibidem.
(68) David A. Stockman, Op.cit.. p.394.
(69) A. Gunder Frank, articulo ya citado en la revista Nueva Sociedad
(70) Arthur Schlesinger, The cycles 0f American History, citado en la revista Contextos.
(71) Leonard Silk, Op.cit.
(72) A. Gunder Frank, artículo ya citado en la revista Nueva Sociedad
(73) Sol Arguedas, Presencia y acción de la socialdemocracia en América Latina, ponencia presentada en el 11 Congreso de Economistas del Tercer Mundo, La Habana, abril de 1982.
(*1) G. Myrdal, Op. Cit. P.168
(*2) G. Myrdal, Op. Cit. P.106