El Estado de Bienestar. Caracterizacion. (publicado en 1988)

Decir Estado de bienestar equivale a decir fortalecimiento del poder adquisitivo del salario y ampliación del mercado consumidor, en sentido económico; a decir democracia representativa avanzada -no obstante el fuerte corporativismo que lo caracteriza-, en sentido político; equivale también a decir aumento sensible de la seguridad social y ensanchamiento y complejidad de las capas medias, en sentidos social y sociológico, y a decir intento de solidaridad humana, en sentido moral.
Si categoría económica, el Estado de bienestar debe estudiarse en tanto causa y efecto de la economía mixta con todas sus complejas consecuencias; si categoría política, como reforzamiento y consolidación de prácticas partidaristas y actividades parlamentarias que conforman vida política y procesos electorales propios de la democracia liberal-burguesa (aunque no se descarta la posibilidad de otras objetivaciones inéditas aún -distintas de la actividad electoral y parlamentaria- que expresasen también el reformismo político); si categoría social, como establecimiento y mantenimiento de prácticas e instituciones en materia de seguridad social (en las ramas de salud, vivienda, educación, empleo, recreación, pensiones y otras); si categoría filosófico-ideológica, como alegato en favor de un individualismo cuya ferocidad, adquirida en la práctica capitalista, se intenta mitigar con la prédica cristiana y el idealismo clásico.
Como se comprende por lo dicho hasta aquí no se le da al término Estado de bienestar el sentido restringido que con frecuencia se le otorga al señalar con él exclusivamente las instituciones y la práctica de la seguridad social. Se utiliza el término en su sentido más lato: como fruto maduro, en diversos aspectos, del capitalismo reformado (y reformista), aunque aceptando, por supuesto, que la seguridad social constituye el núcleo propiamente dicho del Estado de bienestar.
En el estudio presente interesan más las coincidencias que las diferencias de las sociedades capitalistas avanzadas; más lo que tienen en común, el Welfare State en Norteamérica y las variadas socialdemocracias europeas, que en lo que discrepan. Se trata de identificar la forma que ha tomado el progreso social mediante la interrelación de la expresión política, del contenido sociológico, de la cobertura ideológica y del financiamiento económico. Por eso se identifican aquí los términos "Estado de bienestar" y "socialdemocracia", a pesar de que el último suele circunscribirse al área europea en exclusividad (lo cual tuvo su razón de ser ayer, pero hoy parece un abuso). Aunque no sea el tema central de este estudio, interesa mucho la forma que toma el reformismo en nuestros países latinoamericanos de sociedades capitalistas subdesarrolladas.
Se presenta el Estado de bienestar como resultado de la profundización -en el terreno de las conquistas sociales- de la democracia puramente política que constituyó el máximo logro político de los Liberalismos filosófico y económico. Sus conquistas en el campo económico -asumiendo que la economía "mixta" constituye obligada transformación del capitalismo salvaje- no van más allá del financiamiento de la seguridad social mediante reformas en la tributación fiscal en el mejor de los casos, o lo que se desprende del mejoramiento mismo del nivel general de vida, ya que la célebre participación de los trabajadores en las utilidades de la empresa no pasa de ser una broma de mal gusto mientras no cambien las estructuras económicas y las relaciones sociales en la producción.
Es importante señalar que las conquistas sociales descritas fueron fruto de las durísimas luchas mantenidas desde el siglo pasado por las clases obreras de los países industrializados. Entre nosotros el equivalente del Estado de bienestar del capitalismo desarrollado tomó la forma de ese fenómeno tan latinoamericano llamado "populismo", el cual, en México, se identificó con el proyecto nacional surgido de la gran revolución de 1910.
Pecan de inconsecuencia quienes se refieren a las conquistas sociales dentro del Estado de bienestar englobándolas en lo que despectivamente llaman "libertades y reformas burguesas", como si éstas hubiesen constituido graciosa o magnánima concesión de una burguesía generosa. Confunden, además, la comprensión del porqué el Estado de bienestar se inscribe dentro de las corrientes más genuinas de los movimientos obreros.
Debe quedar muy claro que el Estado de bienestar representa un conjunto de reformas al sistema capitalista que si bien responden a la presión de la lucha de clases, son reformas que no tocan sus cimientos económicos; también responden a necesidades del capitalismo en su evolución histórica.
El auge sin paralelo del capitalismo -de fines de la segunda guerra mundial a comienzos de la crisis económica de los años setentas- no sólo coincide con el auge del Estado de bienestar o Estado interventor: de hecho se identifican. El origen de tal identidad debe buscarse en la creciente y fecunda intervención del Estado en las economías capitalistas avanzadas. Según lan Gough "la creciente socialización de la producción exige una mayor intervención del Estado para garantizar la acumulación privada y la rentabilidad: de allí los gastos de capital social en caminos, educación, investigación y desarrollo, etc." El mismo autor se apoya en James O'Connor para afirmar que "el crecimiento del Estado es a la vez causa y consecuencia del capital monopólico,,(11) .
El fenómeno no puede explicarse en toda su complejidad con la sola argumentación económica. La exigencia en un determinado momento de mayor y mejor -aunque relativa- distribución del ingreso nacional y de la imposición fiscal mediante la función reguladora del Estado, obedece no sólo a necesidades de diluir el financiamiento de la infra-estructura por medio de una "democratización" de la carga impositiva fiscal(12)' y de fortalecer poder de compra y de ampliar mercados internos; tampoco la justifican en exclusividad las presiones por mejorar salarios y niveles de vida de la clase obrera organizada. Se debe aceptar que responde también al poderoso imperativo histórico de "humanizar" la sociedad -hoy todavía capitalista- ya que la humanización del individuo -su creciente "hominización"- es imposible si no se desprende de la humanización colectiva: el hombre es el ser social por excelencia, y esta condición es la que lo ha distinguido en el conjunto de las especies que evolucionan.
El llamado Estado de bienestar o benefactor representa un grado apreciable de humanización colectiva, pese a la filosofía individualista que hereda del capitalismo salvaje al que reforma, y pese también a la desigualdad económica que mantiene. Se habla de "humanización" -y no de "hominización" exclusivamente- en relación con el hombre actual, porque se le quiere imprimir al término "sociedad" un carácter ético, producto de la cultura avanzada, para describir el fenómeno inevitable de la incesante evolución del animal-hombre.
Además, por lo general no se toma en cuenta lo que constituye una de las características más relevantes de la corriente medular del proceso histórico: la tendencia hacia la democratización, es decir, a la participación creciente de las mayorías en todos los órdenes de la vida, no obstante los frecuentes y a veces prolongados reveses coyunturales que sufre dicha tendencia.
Resulta sensato, pues, aceptar que en el llamado reformismo, al igual que en cualquiera otra fase de la organización social, al fenómeno económico lo fortalece y lo impulsa el fenómeno filosófico-social; y que éste se vuelve real, o por lo menos pierde buena parte de su condición ideal, gracias a aquél. El Estado de bienestar no podrá entenderse cabalmente si no se le estudia, simultáneamente, como organización socio-económica, como expresión política y como intento de afirmación moral de la sociedad capitalista avanzada. Constituye el fruto más logrado del capitalismo, además de satisfacer en buena medida las demandas del humanismo burgués en lo filosófico. Son muy conocidas, a este respecto, las posiciones filosóficas -humanistas y cristianas- de los grandes ideólogos de la socialdemocracia contemporánea: Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof Palme(11 ).
Para decirlo en una palabra: el Estado de bienestar justifica el capitalismo, lo cual es otra manera de decir que lo legitima ante las mayorías, y ante ciertas minorías intelectuales también: es la democracia política propia del Estado de bienestar (de la sociedad capitalista avanzada contemporánea) la que por lo regular los inspira para defender la "democracia" en abstracto frente a las groseras dictaduras de derecha y a las discutidas dictaduras de izquierda.
EN EUROPA (SOCIALDEMOCRACIA)
El discurso teórico-ideológico del Estado de bienestar precedió, en Europa, a su realización práctica en Norteamérica. Bajo el nombre de socialdemocracia fue conformándose en Europa un cuerpo doctrinario político-filosófico y un conjunto de cambios económicos que respondían tanto a posibilidades del movimiento obrero por ganar mejoras en los niveles de vida y en las condiciones de trabajo, como a necesidades de los propietarios de permitir reformas saludables cuando se perfilaba la incapacidad de la empresa privada para financiar, por sí sola, la gigantesca infraestructura que para seguir desarrollándose exigían unas fuerzas productivas en ascenso.
A este considerable aumento de las fuerzas productivas en los años veintes contribuyeron tanto la integración en la industria civil de innovaciones tecnológicas de origen militar -originadas durante la guerra de 1914- como la reorganización político-sindical de la fuerza del trabajo en la posguerra. Sin embargo, el proceso económico-social que generaría la necesidad de la intervención planeadora del Estado en la economía es mucho más compleja y viene desde más atrás. También habían ido cambiando los escenarios sociológico y psicológico (por ejemplo la desacralización de la propiedad y de las funciones del mercado), en favor de la intervención estatal a medida que el liberalismo económico resultaba insuficiente -en gran medida por la caída de los mercados de competencia- para paliar las frecuentes crisis internacionales desde fines del siglo XIX. Un análisis amplio y detallado de las fuerzas internas que están tras la tendencia hacia la planeación en los países occidentales se encuentra en la obra ya citada de Gunnar Myrdal.
H.R. Sonntag y H. Valecillos se refieren al influjo “que ha tenido la existencia del 'campo socialista' sobre las condiciones objetivas y subjetivas de aquella nueva expansión del capitalismo después de la segunda guerra mundial”, (14)J. No creo necesario insistir sobre lo que parece obvio: la influencia del socialismo real sobre el Estado benefactor, ya sea como inspiración, ya como rechazo.
Esta situación propició la amplia intervención del Estado en las economías capitalistas avanzadas. Las clases propietarias abandonaron las filas del liberalismo económico rígido y una parte de ellas enarboló banderas estatalistas. (En realidad lo que abandonan al final es el discurso ideológico justificador del liberalismo, ya que en la práctica la intervención del Estado en la economía había venido favoreciendo crecientemente los intereses capitalistas).
El esfuerzo conjunto efectuado durante la guerra de 1914 por el Estado y por las empresas privadas había lesionado el principal tabú del liberalismo -la intervención del Estado- así como había puesto de manifiesto, además, la efectividad de la planeación en la economía. Gunnar Myrdal comenta en su libro citado que aquel tabú era sólo teórico, ya que las intervenciones del Estado en la economía existían desde siempre en la práctica, intervenciones desordenadas que necesitaron regularse mediante la planeación.
Incidentalmente se dirá que la intervención del Estado, desde un punto de vista político, se explicaría de otra manera. Con apoyo en juicios del investigador lan Gough puede afirmarse que a causa de la implacable competencia en sus negocios las clases dominantes tienden a desorganizarse políticamente, mientras que por su común explotación las clases dominadas tienden a organizarse políticamente. De aquí que "el Estado capitalista actúe simultáneamente para organizar las clases dominantes como fuerza política y para desorganizar políticamente las clases dominadas, (15).
Abundando en la opinión de Gough los autores H.R.
Sonntag y H. Valecillos en la Nota Introductoria de su obra citada dicen: “Por un lado la contradicción entre producción social y apropiación privada plantea la amenaza de la unidad de la clase obrera, la que se torna potencialmente más fuerte a medida que se profundiza la naturaleza social del proceso de producción y que posteriormente encierra la posibilidad de la destrucción del propio capitalismo. Por el otro, esta contradicción plantea la amenaza de la desunión de la clase capitalista que se nutre en la permanente apropiación privada y competitiva del excedente” (Op. cit. p.33).
Estos juicios de Gough - avalados por H.R. Sonntag y H. Valecillos-conservarían validez si se añadiera que la situación descrita está cambiando -o ha cambiado- a causa de la trasnacionalización del capitalismo y de la consecuente transformación de las funciones tradicionales del Estado-nación. No importa lo heterogéneos que puedan ser sus componentes, las clases dominantes de nuestros países coinciden entre sí a medida que profundizan su dependencia del centro rector de sus economías. Y en lo internacional, la Comisión Trilateral -surgida en 1973- es un ejemplo de eficaz y hasta cierto punto espontánea (ya que no fueron gobiernos sino individuos particulares quienes la crearon) organización de las clases dominantes de los tres centros rectores de la economía capitalista mundial para atenuar la inevitable competencia comercial entre las potencias más industrializadas ávidas de mercados, y poder presentar, entonces, un frente más o menos homogéneo ante los crecientes y peligrosos movimientos de liberación en el Tercer Mundo.
No obstante el éxito -relativo, como veremos más adelante- del "nuevo trato" rooseveltiano en Norteamérica, el Estado de bienestar no floreció del todo ahí; en donde adquirió máximo esplendor fue, posteriormente, en Europa, cuando con ayuda del célebre Plan Marshall se volvieron a levantar las economías caídas y maltrechas por la segunda guerra mundial.
Se diría que la entronización de la economía mixta, o en todo caso de la creciente intervención del Estado en la economía, en el curso de la recuperación capitalista que siguió al desastre del año 29 en Norteamérica, necesitaba el clima ideológico, el suelo social, el fertilizante político y el acondicionamiento cultural suministrados por Europa, para contribuir resueltamente a la fundación del pleno o franco Estado de bienestar o socialdemocracia en los años cincuentas y sesentas. Necesitaba, sobre todo, de un movimiento obrero con el grado de madurez política que una larga experiencia de luchas había dado al europeo.
Fue así como se crearon condiciones favorables para el arribo al poder de partidos políticos socialdemócratas -reformistas hablando en términos generales- y para la maduración de la socialdemocracia en sus aspectos político, social, filosófico y económico, todo lo cual caracterizó el proceso histórico en Europa durante el período más floreciente del capitalismo mundial.

EN ESTADOS UNIDOS (WELFARE STATE)

Muy particularmente debería interesar la difícil, lenta y accidentada gestación, desarrollo y apertura del Estado de bienestar (Welfare State) dentro del sistema económico y político y en el seno de la sociedad en Norteamérica; para no hablar de las barreras ideológicas conocidas que se le oponen. ¿Por qué no floreció en Estados Unidos la socialdemocracia como en Europa? O, si se quiere mejor ¿por qué no hay socialismo democrático en Estados Unidos? Aparentemente existen allí las condiciones de gran desarrollo económico, complejidad social y prolongadas prácticas democráticas burguesas exigidas por el socialismo democrático para manifestarse. Además de las características propias que posee el movimiento obrero en este país, algo debe haber, intrínsecamente estadounidense en su evolución nacional, que diferencia Estados Unidos de Norteamérica del resto de países de capitalismo avanzado.
Cuando en otras partes se habla de "lucha de clases" los norteamericanos -que niegan la existencia misma de "clases" sociales- entienden "conflicto de intereses" (económicos por supuesto). No hay que olvidar que, como dice José Luís Orozco, "el gran ausente en la historia política norteamericana es Carlos Marx, (16), lo cual no significa que las categorías marxistas no funcionen entre ellos, sino que la tarea del investigador es más complicada, ya que debe separar cuidadosamente, en la historia económica y sociopolítica, lo que en realidad han sido y han llegado a ser, de lo que los norteamericanos piensan y creen que han sido y han llegado a ser.
Quizá los más determinantes de sus mitos se refieren a la versión del mercado como único elemento integrador de toda la vida social y a su persistente negación del papel preponderante que juega el Estado en la aglutinación nacional. En Estados Unidos no se encuentra, ni siquiera en la presidencia, un núcleo de poder único: en la realidad existen varios. No hay tampoco -sigue diciendo José Luis Orozcouna clara relación de dominación (como diría un marxista). Para los norteamericanos es ajeno el concepto "explotación", ya que -según ellos- no es demostrable. Para ellos lo que cuenta es el consenso logrado mediante la satisfacción del provecho personal: el ciudadano resulta, así, un consumidor político.
Los norteamericanos no sólo desconocen "la razón de Estado" sino que la misma idea de "Estado" es, para ellos, metafísica. Según Orozco, entre los estudiosos del tema, Hegel visualizó, antes que Tocqueville, esta no estatalídad de Norteamérica. Ambos términos, sociedad política y sociedad civil, cobran significados diferentes en Norteamérica respecto a Europa ya quienes hemos heredado de Europa aquellos conceptos. Nosotros pensamos que una fuerte intervención estatal en determinada dirección puede convertirse en un eficaz instrumento de democratización de la sociedad civil: el Estado de bienestar, por ejemplo, concepto inadmisible desde el punto de vista norteamericano ortodoxo.
Dice Ian Gough en su libro citado: “El sistema de beneficios sociales, parcial, azaroso y extremadamente desigual de Estados Unidos, revela la relativa falta de poder del movimiento obrero (y la carencia de un partido con base en los sindicatos), así como la naturaleza federal de ese Estado”,(17). A continuación añade: “El ostensible avance experimentado en años recientes hace ver que ambos fenómenos están cambiando”. Aunque obviamente tal optimista reflexión es anterior a la catastrófica Administración de Ronald Reagan, pienso -también optimistamente- que volverá el Estado de bienestar a adquirir vigencia y a reanudar su evolución cuando se imponga la marea de descontento con la reaganomía y se renueve el impulso del Welfare State norteamericano.
No obstante mi optimismo, sigo pensando que hay causas profundas, arraigadas en la psicología social, en la cultura política y en el sistema económico del pueblo norteamericano, que forman un valladar formidable contra el reformismo capitalista. De algunas de dichas causas hice un somero recuento en unos cuantos párrafos anteriores.
Como sabemos, el reformismo capitalista se expresa en el Estado de bienestar y en el socialismo democrático de los socialdemócratas. ¿Podrían los militantes del Partido Demócrata en Estados Unidos considerarse como "socialdemócratas"? Es, ésta, una pregunta cuya respuesta valdría la pena buscar. Por lo pronto reproduzco una anécdota muy difundida en el periodismo político y nunca desmentida por sus protagonistas: "El presidente James Carter es un socialdemócrata y él no lo sabe", dijo en cierta ocasión Willy Brandt, presidente entonces de la Internacional Socialista.
El proceso económico-social que generaría la necesidad de la intervención del Estado en la economía norteamericana es muy complejo y viene desde muy atrás. Estados Unidos vivió, a partir de 1880 hasta 1920, un período de intensa aceleración de su economía gracias al aumento de inversión en capital constante por la rápida industrialización posterior a la guerra de secesión y a la fuerza de trabajo barata suministrada por los inmigrantes y los trabajadores negros del Sur.
La relación establecida entonces entre el capital constante (los medios de producción) y el capital variable (la fuerza de trabajo) produjo un descenso de la tasa de ganancia, lo cual, a su vez, obligó a recurrir a la innovación tecnológica en gran escala. Esto último se vio favorecido por el comienzo de la explotación de los recursos petroleros y por la “organización científica del trabajo” (taylorismo).
La interpretación anterior hecha por el investigador Manuel Castells de los análisis marxistas de Gelman y de Mage sobre la tasa de acumulación y la composición orgánica del capital en Estados Unidos a partir de 1880, más el apoyo de este investigador en la obra de Michael Aglietta sobre las crisis en Estados Unidos, me parecen muy convincentes. Es, pues, a Castells, a quien pertenece esta interpretación de cómo se llega a la intervención del Estado en la economía estadounidense.
Como contratendencia al descenso de la tasa de ganancia, los factores aquí mencionados provocaron un notable aumento de la productividad del trabajo, facilitada por las condiciones sociales de la época, ya que entonces el capitalismo, simple o mercantil, se vuelve más complejo mediante el desarrollo de la banca, la administración, la publicidad, las actividades comerciales y la expansión de los servicios sociales (18).
La intervención constante del Estado en la economía norteamericana es evidente en cada una de las medidas que se toman para impedir el deterioro de las ganancias del capital. La no intervención del Estado en la economía es, pues, más bien una falacia que un mito en la mentalidad estadounidense.

EL “NUEVO TRATO (” ROOSEVELTIANO

No fue sino hasta después de la avasalladora crisis de los años 29 y siguientes, desatada por un crac financiero, que el capitalismo encontró, en Norteamérica, remedio parcial a sus males de entonces, cuando el "nuevo trato" rooseveltiano fortaleció con su práctica la revolución keynesiana en la teoría económica, dando así, en cierta forma, cuerpo real al discurso ideológico de los antiguos partidos políticos socialdemócratas europeos. Como un perfecto boomerang, buena parte del viejo proyecto ideal socialdemócrata cruzó el Atlántico y alcanzó Norteamérica, para regresar a Europa y convertirse a su vez en realidad social: el Estado de bienestar o socialdemocracia propiamente dicha.
No se crea por esto que no existen bases teóricas y pragmáticas propiamente estadounidenses del "nuevo trato": se encuentran -de acuerdo con el investigador José Luis Orozco- en Theodore Roosevelt (The square deal) y en Woodrow Wilson (The new freedom). El símil del boomerang tampoco excluye la existencia de fundamentos prácticos del Estado de bienestar en Europa, previamente al descalabro capitalista de los años treintas: los antecedentes históricos del Estado de bienestar en Europa han sido ampliamente estudiados en numerosísimos trabajos (de hecho buena parte de esta vasta literatura empieza por describir las poor laws del siglo XVI en Inglaterra y las reformas sociales de Bismarck en el imperio alemán); pero en el presente estudio tomo el fenómeno cuando madura como una totalidad.
Es oportuno comentar la percepción del "nuevo trato" rooseveltiano por parte del algunos especialistas opuestos a lo que generalmente se piensa acerca de este tema. Como se verá, el comentario es algo más que una digresión o una información adicional: suministra elementos interesantes para la comprensión del Estado interventor y para calibrar el monto de su participación en el vencimiento de .La gran depresión de los años treintas. Los autores Baran y Sweezy niegan esto último; oigamos lo que opinan: "El new deal considerado como operación de salvamento para la economía de los Estados Unidos como un todo, fue, hasta este punto, un claro fracaso. Incluso Galbraith, el profeta de la prosperidad sin guerra, ha reconocido que ni siquiera se aproximó a la meta durante los años treintas. “La gran depresión de los treintas -dice Galbraith- nunca llegó a su fin; simplemente desapareció con la gran movilización de los años cuarentas”, (19).
A este mismo respecto opina el investigador francés Pierre Rosanvallon: "Keynes pensaba que la sola percepción intelectual de esta exigencia indicada por la teoría que él acababa de elaborar no bastaría para provocar la reorganización económica y social correspondiente. Escribió -significativamente- en 1940: “Desde el punto de vista político pareciera excluirse que una democracia capitalista organizara gastos suficientes para realizar la gran experiencia que verificaría mi tesis, a menos que se produjera una guerra”. Más adelante añade Rosanvallon: "De hecho es solamente después de la segunda guerra mundial que las políticas keynesianas se ponen en vigor. El new deal de Roosevelt no llevó a la práctica más que ciertos elementos limitados de la ecuación keynesiana, esencialmente la dimensión de la intervención económica e industrial del Estado, (20).
Por asociación de ideas cabe aquí un comentario oportuno: tanto las palabras de Galbraith como las del propio Keynes que acabamos de conocer -citadas por Baran, por Sweezy y por Rosanvallon respectivamente- resultan estremecedoras en los días que corren -noviembre de 1987 poco después del crac de la bolsa de valores de Nueva York que arrastró consigo otras bolsas importantes del mundo. Quienes no resistimos la tentación de establecer algunos paralelos entre lo que ocurrió en 1929 y lo que está ocurriendo en 1987 consideramos que cobra realidad e! espectro de la guerra como posible alternativa a una depresión profunda en que cayera la economía estadounidense y, por ende, la economía mundial.
Por otra parte, de no presentarse la guerra -por la disuasión nuclear quizás, o por éxito de la ofensiva de paz de la Unión Soviética- sería muy posible que ocurriera lo contrario de lo expresado por Keynes, a saber: que una democracia capitalista sí podría organizar gastos suficientes para realizar la gran experiencia que verificaría su tesis (de Keynes). Un Estado de bienestar futuro como el que estoy imaginando más que nuevo sería renovado, como se comenta en otra parte de este trabajo.
De acuerdo con la última parte del comentario de Rosanvallon, el “nuevo trato” pecó por defecto y no por exceso de intervención estatal en la economía. De esto podríamos inferir que un nuevo o renovado -y más amplio y más profundo Estado de bienestar comparado con el que floreció durante el auge económico de los años cincuentas y sesentas- podría cumplir la función que cumplió la gran movilización durante la segunda guerra mundial para restablecer la salud de la economía capitalista enferma en los años treintas. En este caso cobraría realidad la visión optimista de un futuro sin guerra mundial. Dicho sea todo esto en la inteligencia de que en un nuevo o renovado Estado de bienestar la intervención oficial en la economía sería más racional y equilibrada.
EN AMÉRICA LATINA (POPULlSMO)
En teoría, el mismo fenómeno reformista que preside la formación del Estado de bienestar en las sociedades capitalistas desarrolladas determina la aparición de los populismos latinoamericanos. Ambos son resultado de la evolución del capitalismo, aunque en condiciones distintas: de gran desarrollo unos, de subdesarrollo, otros. Además, otras características propias, condicionadas por la historia y la geografía latinoamericanas, modificaron y distorsionaron los resultados de un fenómeno común en la evolución capitalista: el reformismo. En ausencia de un movimiento obrero importante -por debilidad numérica o política, o por ambas condiciones juntas- en América Latina las nacientes burguesías nacionalistas y fuertemente antiimperialistas -en su momento que defendían sus espacios económicos en circunstancias particularmente favorables para la industrialización acelerada de estos países, tomaron la iniciativa para fortalecer la gestión de un Estado interventor y defensor de los intereses nacionales frente al imperialismo norteamericano.
Al mismo tiempo, la ausencia de partidos políticos reformistas de base obrera (como los socialistas o socialdemócratas en Europa) que se constituyeran en guías de la evolución política hacia la maduración de un Estado de bienestar en sentido estricto -lo que, por otra parte, era imposible entre nosotros por incapacidad económica- determinó la aparición de un cierto tipo de los líderes carismáticos tan propios de la evolución política latinoamericana.
Como se ve, el llamado populismo latinoamericano no tiene nada que ver con los populismos de origen agrario ruso y norteamericano; buscarle antecedentes en estos últimos sólo conduce a confusiones. Quizás se evitaría la tergiversación del término "populismo" si lo cambiáramos por el de "popularismo", por ejemplo, para referirnos al fenómeno latinoamericano.
Para establecer una analogía entre el populismo -o popularismo- latinoamericano y la socialdemocracia europea o Estado de bienestar parto de la premisa fundamental de que en el primero el Estado cumple la misma función reformista -frente a sus fuerzas del capital y del trabajo- que cumple el Estado en la segunda frente a sus propias fuerzas del trabajo y del capital. Esta equivalencia que establezco -toda proporción guardada- toma en cuenta las diferencias en las características de las sociedades capitalistas de desarrollo desigual.
Dice Gunnar Myrdal (Op. cit., p. 136): “La planificación económica en los países subdesarrollados es diferente de la de los países de las otras dos órbitas [la soviética y la del capitalismo avanzado]. Sus diferencias fundamentales nacen del hecho de que a diferencia de los países occidentales en una etapa comparable, los países subdesarrollados intentan ahora aplicar la planificación anticipadamente al desarrollo, y del hecho de que sus condiciones políticas e institucionales [por influencia de Occidente] les impiden aplicar los métodos de planificación del Estado totalitario y monolítico de la órbita soviética". (Subrayados míos).
Según Myrdal, la planeación en los países de capitalismo avanzado nació como -resultado del mismo desarrollo: como necesidad de coordinar las continuas y crecientes intervenciones del Estado como factor de equilibrio en la producción. Para él, la democracia -su ampliación y profundización- se fue gestando en un proceso gradual consustancial al crecimiento económico y al desarrollo social. De aquí la falta de democracia real, no formal, en los países subdesarrollados, pues aunque está plasmada en la mayor parte de las constituciones escritas de estos países bajo la influencia cultural de Occidente, la verdad es que en la realidad no operan dichas constituciones por falta de condiciones objetivas favorables.
Aunque Myrdal no lo dice explícitamente, se desprende de la exposición de sus ideas que, en los países subdesarrollados que intentan desarrollarse según el modelo del Estado benefactor, la aparición de dictaduras militares o de elecciones amañadas y otras formas de corrupción política como el nepotismo, las luchas mezquinas por el poder o la utilización de este último como botín personal, es el resultado híbrido e incongruente en sí mismo de una planeación económica general y programática -más propia de los países de la órbita soviética- y una reglamentación u organización de tipo occidental mediante instituciones políticas democráticas. El resultado es, repito, un híbrido incongruente en sí mismo porque no posee las condiciones necesarias para una auténtica evolución democrática, ni "serían capaces de ejercitar la fanática disciplina que implica el sistema soviético" (G. Myrdal, Op. cit., p. 136).
Al referirme aquí a este fenómeno tan latinoamericano conocido como populismo prescindo de la carga peyora1iva que se le ha impuesto al equipararlo a sólo desorden, demagogia, despilfarro y corrupción, todo lo cual ha existido ciertamente en el populismo, pero no como características intrínsecas o inevitables suyas ni como pertenecientes a él en exclusividad: aparecen también, en igualo mayor abundancia, en regímenes no populistas. Margaret Thatcher acusa a los laboristas en Inglaterra de lo mismo, así como Ronald Reagan a James Carter en Estados Unidos, al igual que Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari a los regímenes de Luis Echeverría y de José López Portillo en México.
En este trabajo se maneja el concepto encerrado en la verdadera acepción del término populismo, rescatándolo de la manipulación del mismo que han efectuado los capitalistas neoliberales y sus ideólogos para desprestigiar las políticas sociales del Estado de bienestar. En México fue contundente la derrota ideológica del gobierno populista frente al discurso de la derecha en este renglón, a raíz de la nacionalización de la Banca, cuando los exbanqueros lanzaron todas sus baterías propagandísticas contra el presidente en turno, Llamándolo "populista" en forma peyorativa, en un ataque ad hominem contra las políticas sociales del régimen.
Tales habladurías no debieran tener cabida en el discurso académico; pero con suma frecuencia la tergiversación dolosa del término populismo permea los muros de la Academia, volviendo cómplices de la reacción o derecha política a muchísimos profesores y estudiantes que son y se dicen de izquierda o progresistas; para no hablar del ciudadano común, quien muestra desconfianza frente al Estado social porque previamente lo han satanizado ante sus ojos.
Por otra parte, reitero los mismos argumentos al reivindicar el auténtico significado de "populismo" -concepto mucho más complejo, aunque en buena parte sinónimo de “políticas populares”- para que no se malinterprete la calificación de populistas a las políticas cardenistas de los años treintas en México. Se debe recordar que, así como hay grandes diferencias entre las socialdemocracias, sueca, alemana o inglesa, también las hay entre los populismos cardenista en México, varguista en Brasil o peronista en Argentina (21). Si alguna situación puede compararse con la de México es la de Venezuela, ya que en ambos países la renta petrolera permitía un mayor margen a las políticas sociales populistas (bajo los mandatos de los presidentes Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Luis Echeverría y José López Portillo en México), que en los países en donde las política populistas debían financiarse por medio de los impuestos.
El reformismo capitalista mexicano ha desarrollado en nuestro país un esquema propio paralelo -aunque no simultáneo- al proceso formativo de las socialdemocracias europeas: un Estado equilibrador y paternal; un tácito pacto de no agresión mutua entre las fuerzas del capital y del trabajo organizadas oficialmente, todo en aras de aumentar las fuerzas productivas de la nación, y una justificación teórica, doctrinaria e ideológica de tal estrategia "revolucionaria". Es decir: Lázaro Cárdenas, Fidel Velásquez y Vicente Lombardo Toledano, redescubiertos por Luis Echeverría, proyectados internacional mente por el propio Echeverría y por José López Portillo, y cuestionados fieramente por Miguel de la Madrid.
Varios de los elementos constitutivos básicos de un proceso socialdemocratizador están presentes hoy entre nosotros -por lo menos hasta inmediatamente antes de los frenos impuestos por De la Madrid- o se iniciaron durante el populismo cardenista. Son ellos: el fortalecimiento del Estado como rector de la actividad económica; el ensanchamiento de la clase media, el arraigo de instituciones como el Seguro Social, el INFONAVIT, el ISSSTE y otras; el énfasis en la educación pública; el discurso ideológico oficial basado en los principios de solidaridad y justicia sociales, y, más que todo, la existencia de un tácito compromiso del movimiento obrero organizado para supeditar la lucha de clases al desarrollo de las fuerzas productivas del país.
Tales presencias en México volvieron más notable la ausencia de un verdadero pluralismo político -expresado en una auténtica actividad parlamentaria- característico de las socialdemocracias históricas a pesar de su corporativismo, ya que ambas condiciones juegan en planos diferentes. Los partidos socialistas (de tipo europeo) y los socialdemócratas pierden o ganan el poder político en los procesos electorales democrático-burgueses, y los parlamentos imponen sus funciones tradicionales en los gobiernos respectivos, por una parte, mientras que, por la otra parte, las instituciones de la seguridad social; las empresas monopólicas privadas, nacionalizadas o paraestatales; las organizaciones patronales y los poderosos sindicatos se comportan como corporaciones en sus relaciones con el Gobierno.
En México, no obstante su primitivismo político y su fuerte corporativismo, batallas populares contínuas por ganar canales de expresión política culminaron en el estallido nacional que cobró forma en el movimiento estudiantil de 1968, de cuyo seno arrancaron las raíces inmediatas o más cercanas de la actual reforma política.
El desarrollo social y el económico propios, y ahora el incipiente desarrollo político de la nación mexicana la han llevado a una situación equivalente o semejante a la socialdemocracia histórica, o, por lo menos, la han colocado en el camino de serio. Ya hablamos de la identificación del Llamado “populismo” mexicano con el proyecto nacional surgido de la gran revolución de 1910. De aquí que los intentos por torcer su rumbo hacia concepciones neoliberales promovidas por el Fondo Monetario Internacional y por presiones de empresas y Gobierno norteamericanos -intentos que se han vuelto realidad en el actual gobierno de De la Madrid hayan encontrado fuertes resistencias en buena parte de la llamada clase política en el poder: así se explica la aparición de fisuras en el partido político gobernante al surgir la llamada Corriente Democratizadora en su interior la que ha levantado muchas expectativas políticas en el país.

Notas:
(11) lan Gough, "Gastos del Estado en el capitalismo avanzado", capítulo del libro El Estado en el capitalismo contemporáneo, compilado por H. R. Sonntag y H. Valecillos, Siglo XXI, p.255.

(12) En Iniciación a la economía marxista, Barcelona 1973, p.95, Ernest Mandel niega toda "democratización" de la carga impositiva fiscal. Dice: "En el régimen capitalista no se ha producido nunca una verdadera y radical distribución de la renta nacional mediante el Impuesto, uno de los grandes mitos del reformismo". Reproduzco su opinión para mostrar cuán controvertidos son estos conceptos.

(13) Willy Brandt et al, La alternativa socialdemócrata, Edil. Blume, 1981

(14) H. R. Sonntag y H. Valecillos, Op. cit, “nota introductoria”, p.12

(15) Ian Gough, Op. cit., p.248

(16) José Luis Orozco, Seminario sobre Estados Unidos efectuado en la División de Estudios de Postgrado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, 1985.

(17) Ian Gough, Op. cit. p.269.
(18) Manuel Castells: La teoría marxista de las crisis económicas y las transformaciones del capitalismo, Siglo XXI, 1978, p.39.

(19) P. A. Baran y P. M. Sweezy, El capitalismo monopolista, Siglo XXI, 16a. edición, p.130

(20) Pierre Rosanvallon, La Crise de l'Etat Providence, Editions du Seuil, 1981, p.52. [Traducción de la autora).

(21) Ver Arnaldo Córdoba, la política de masas del cardenismo, ERA, 1974.

(22) Por una discusión teórica mas a fondo del populismo latinoamericano ver Octavio Ianni La formación del estado populista en América Latina, ERA, 1957 y Ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo. Fascismo. Populismo, siglo XXI, 1971. Sobre el populismo venezolano en particular ver Héctor Malavé Mata, Los extravíos del poder. Euforia y crisis del populismo en Venezuela, Caracas 1987.